El acto de la entrega de los diplomas a las primeras maestras graduadas en la Escuela Profesional de Mujeres de Lanús, realizado en el local del establecimiento, dio motivo a una brillante fiesta, a la que concurrieron el gobernador de Buenos Aires y otras altas autoridades nacionales y provinciales.
Abrió el acto el Presidente de la Liga Nacional de Educación, señor Carlos Vega Belgrano, pronunciando el discurso siguiente:
«La Liga Nacional de Educación, al prohijar a la Escuela Profesional de Lanús, no hace más que contribuir al desarrollo del pensamiento, sobre la educación de la mujer, de los días del Consulado, tan poderoso que, más de un siglo después de haber sido enunciado por primera vez, nos está determinando y dando finalidad a los establecimientos, como el que nos cobija en estos momentos.
¿Cuál fue, señoras y señores, ese pensamiento—fuerza del siglo XVIII—nuestro? Preparar a la mujer para la lucha por la vida, ponerla en condiciones de satisfacer las exigencias domésticas.
Por eso han hecho y hacen obra inorgánica, rompen con la tradición nacional, aquellos que convierten en almácigos de docentes, las escuelas profesionales.
Los diplomas de la de Lanús que hoy otorgamos y que he tenido el honor y el placer de subscribir, son signos de labor, de inteligencia, de gusto y de arte, y abrirán, solamente, los talleres, recomendarán al trabajo domiciliario y, en los hogares, donde no haya apremios materiales, hablarán de solaz y de entretenimiento.
No cumpliría mi cometido de presidente de la Liga Nacional de Educación, si ahora callara, no convirtiendo mi mirada sobre la imagen de Juana Manso, cuyo nombre llevará la biblioteca que se funda, hoy, en esta escuela.
La Liga tiene a Juana Manso por una de las patronas de la Escuela de la República, por uno de los representantes más distinguidos del espíritu nacional.
Yo la conocí.
Su amplia frente estaba llena de claridad: su nariz era enérgica: en sus grandes ojos había curiosidad, penetración, tristeza y timidez.
Sí… tristeza y timidez.
¡Había sido tan burlada! ¡Fue tan denigrada! ¡Tanto se había reído de ella la estulticia y la maldad!
Estas, lo menos que le decían en la calle, era: Madame Juana, Ña Manso, Juana la Brava. Un día, en un importante pueblo de Buenos Aires en que daba una conferencia sobre Lincoln, la interrumpieron a gritos. Hasta la golpearon.
Pero, mitigó sus penas el general don Bartolomé Mitre, que le dio la dirección de una escuela y elogió su compendio de Historia Argentina, cuyos méritos ha señalado un juez severo, el Profesor Carbia.
La apoyó siempre Sarmiento, que ha escritos estas palabras: « La Manso, a quien apenas conocí, fue el único hombre entre los cuatro millones de habitantes en Chile y Argentina, que comprendiese mi obra de educación y que inspirándose en mi pensamiento, pusiese el hombro al edificio que veía desplomarse.»
Por fin, triunfó. La nombran de la Comisión de Educación, donde manifiesta la elevación de su espíritu, cuando ella, la liberal, la que moriría protestante, defiende al gran católico José María Estrada.
Fuera de la República, se le hace justicia también.
En Estados Unidos de Norte América, el gran poeta Longfellow, aquel cuya cabeza hubiera podido servir a los escultores antiguos, para un Zeus sin cólera, cuyo «Salmo de la vida» tradujo el general Bartolomé Mitre, cuya obra elogió Andrade, exaltó y virtió al inglés, los versos de Juana Manso.
La ilustre viuda del gran Horacio Mann, ¿sabéis lo que escribe a Sarmiento, al saber la muerte de Juana Manso? Pues esto: «Debería ser inmortalizada».
Escuchemos, señoras y señores, siempre, estas palabras.
Revista de Educación de la Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, Año LXVI, La Plata, mayo- junio – julio 1925- NÚM. III.