El corazón embarga la desgracia
Y es justo si la sientes que la llores,
Y una lágrima des a los dolores
De tus horas amargas de mujer
Juan C. Gómez — 1842.
¡Qué triste libro es el corazón cuando el buril del infortunio graba sus páginas! Se han cumplido ocho años desde que perdí de vista la tierra de Santa Cruz y mis ojos todavía tienen una lágrima para los recuerdos que allí quedaron! Para las almas tiernas que necesitan afección para vivir existen dos maneras de amor: o un solo ser en el mundo o derramar su ternura en la humanidad, y sentirse por ella amadas.
Era esa atmósfera de simpatía general la que me rodeaba en el Janeiro! Desde que decidí mi viaje empecé a despedirme de todos los lugares caros a mi corazón por su belleza…! qué país tan espléndido! Siempre me decía, “me voy”, veía una impresión de tristeza en los semblantes, qué país tan noble, tan sencillo, tan hospitalario, y qué injustos son con él aquí! Es la suerte de los buenos. Cuántas despedidas casi no podía resistir a la tentación de quedarme -“Vd. es nuestra”; “Vd. no se irá”, me decían. Ay! Mi orgullo estaba comprometido. Qué lazo misterioso nos une a la patria por más distante que nos hallamos de ella! -En el silencio de mis vigilias, mientras mis hijas pequeñitas dormían a dos pasos de mí, yo escribía:
¡Patria! nombre tan dulce! Amor tan santo!
Olvidarte? Quién, pudo nunca tanto
Si eres una porción de nuestro ser!
Y a donde quier que el pensamiento gira
En lucha con el mundo y la fortuna
Un alivio al dolor es esa cuna,
Que los sueños meció de la niñez!
Dejaba la pluma y me asomaba a la ventana desde donde divisaba las luces lejanas de los caseríos sembrados en las montañas… Allí, en la montaña de San Antonio, duerme mi padre su último sueño… mi madre está hoy en la Recoleta; la tempestad del destino separó sus huesos en la tierra; Dios habrá reunido sus almas en el cielo! Volvía de la ventana al lecho donde dormían mis hijitas, besaba sus frentes y volvía a escribir:
II
Mi patria tiene llanuras
Inmensas como la mar
Calladas, tristes adustas,
De infinita soledad.
Una melodía de flauta me llamaba a la ventana de nuevo… escuchaba, y cuando se perdía a lo lejos, decía enternecida: Qué hará mi madre?
Hoy que está debajo de la tierra, ya sé lo que hace: ¡Duerme!
Al día siguiente nuevas excursiones y nuevos adioses!… Tantas veces vagué a la orilla del mar, oyendo reventar las ondas con fragor inmenso y perderse el eco en las cavidades de las rocas gigantescas!… A veces tenía como un presentimiento de terror al dejar aquel país donde tantas simpatías me rodeaban… Un amigo me decía: “No tendrá V. que arrepentirse algún día?” “Más que aquí no la estimarán allá por cierto!
Cuántos menos hallaría hoy de aquellos nobles corazones que buscaban retenerme! Hay algo en la vida del Brasil que no he hallado en parte alguna.
El clima de Cuba es igual, pero el carácter es muy diverso. Viví en la isla de Cuba un año; algunas afecciones encontré tiernas y respetuosas, pero no puedo explicar que hay en Río de Janeiro que me interesa y me gusta. Allá había recobrado mi alegría; hace ocho años cuando llegué aquí, el sufrimiento no había trastornado mi carácter, no era esta mujer tétrica a la que todo es ya indiferente; el arte, la gloria; es el efecto del aislamiento, de la soledad. Es la comprensión del alma.
III
Había recibido mis cartas el seis de enero de 1859, un día de tanta fiesta allá; día que tantas veces festejé en Nícteroy, con otras familias. Los tres días de Reyes es uso salir de noche a cantar damas y caballeros, música y cantores todo es de aficionados, y se parrandea hasta el día, en el campo, en aquel campo como no hay otro en el mundo…
Cada familia hace su festejo, yo hacía el mío con mis hijitas, tenía aún la puerilidad de la juventud… esa calidad se habría prolongado hasta hoy, si no me hubiesen hecho tragar tanta hiel. Me restaba sólo un mes y medio a pasar lejos del Río de la Plata, de mi madre y de todas las ilusiones que reducidas a realidades iban a toldar mi horizonte para siempre.
IV
Quería volver a contemplar uno por uno los lugares de mis memorias. Aquella casa que habité con toda mi familia reunida, allí donde “tenía veinte años” y donde mi alma había bebido sin saciarse un minuto la infinita poesía de la creación. Allí me había sentido poeta en esa edad en que tampoco sabemos darnos cuenta de lo que sentimos! Allí estuvo dos veces el Sr. Rivadavia, la segunda vez subió a mi aula de estudio en elsegundo piso; examinó mis libros, mis papeles. -Que estudie esta niña- dijo a mi padre.
Desde una de esas ventanas veía yo a aquel pobre anciano mártir, encaminarse todos los días a lo de Magariños, su constante amigo. El techo de esta casa nos abrigó reunidos por última vez… después el soplo helado de la desgracia nos separó!
Una vuelta por el paseo público, tantas veces lo había recorrido con mi padre! ¡Qué espléndido panorama presenta aquel terrado que da al mar! La barra resguardada por el Pan de Azúcar, las fortalezas de Santa Cruz y Lage… Esa Lage donde Dirceo escribió sus últimos versos a Marilia… a la derecha corre el paisaje la Gloria, Botafogo la playa Bermeja y su magnífico hospital de locos, a la izquierda Gragoatá, San Domingo, Praia Grande, la Armazón! Todo ese paisaje bajo el dosel azul de un cielo espléndido. Atravesamos la bahía en una barca. El vaporcito atraca al muelle; el sonido de la campana llamando los pasajeros; el aroma de las flores de la Manguera y de los mil jardines que se extienden a lo largo de la playa, derrama en mi ser una sensación misteriosa, triste y suave. Vamos a Gragoatá; es un peñón que sale al mar, allí hubo un fuerte, hoy está abandonado. En aquella casita blanca, abrigada en una cavidad de la montaña, suspendida entre el cielo y el mar, viví con mi madre y mis dos angelitos… cinco meses de paz, acaso los únicos de toda mi vida!… allí acabé mi drama “Rosas”. La fiebre amarilla nos arrojó de aquel asilo agreste y pacifico… Dios me prolongaba la vida para sus designios! Cada paso en esta playa me trae un recuerdo… Allí hice enterrar el cuerpo de una infeliz esclava: debía partir para la ciudad, la separaban de un amante que idolatraba y se arrojó al mar terminando en una hora el romance de su amor y la desgracia de su esclavitud; el mar arrojó su cadáver a mis puertas y yo la hice sepultar. Ese episodio me entristeció sobremanera, porque fue en el primero de año de 1851, y soy supersticiosa, ¿para qué negarlo?
Llegué a San Domingo, en aquella casa viví con mis padres y mí hermana. Una noche de luna, al compás de una blanda guitarra, una voz más blanda todavía, cantó una canción de amor.
Yo te amo, tu imagen
No me deja un solo instante.
De este amor puro y constante
Di, no tienes compasión?
Respóndeme, bella joven,
Respóndeme sí o no.
Meses después, la joven respondía “sí” al pie del altar! Derribaron el altar para construir un nuevo templo, y el hombre?… Los hombres mudan de amor todos los días… y las mujeres saben arrancar el suyo aunque sea con pedazos de corazón! … Qué divertido es este mundo cuando se ve por el Kaleidoscopio de la experiencia.
Llegamos al Valanguiño, aquí naufragué con suerte una noche, y después a través de la lluvia, al estampido de los truenos, a la luz rojiza de los relámpagos, fui a buscar albergue. Cuando me despojé de mis ropas caladas de agua, abrí una ventana que caía al mar y continué gozando del espectáculo de la tormenta. Cuando cesó la lluvia, los truenos, fueron perdiéndose entre las serranías lejanas, los relámpagos disminuyendo y la mar aquietándose poco a poco; me quedé dormida en la ventana, sintiendo el aura refrigerante de la noche secar el sudor de mi frente… los cantos de los pajaritos me despertaron al amanecer y mi primer mirada fue para Dios! Seria la criatura racional menos que los pájaros?
V
El poeta González Braga mi amigo y discípulo de Italiano, me trae su álbum, un pobre joven de noble corazón cuando estudiábamos la lengua divina del Tasso, pasaban las horas sin sentir leyendo también a Silvio Pellico y a Maroncelli, la inocente intimidad de las letras deja una huella luminosa en la mente.
A GONZÁLEZ BRAGA – ADIÓS
Cuando las ondas límpidas
Corre tu barca rápida
Entre las verdes islas
De esta bahía mágica
Vogando a Paquetá;
Mirando allá a lo lejos
Esos altivos montes
Que surgen revestidos
De pájaros y bosques
Para asomarse al mar;
E irradie el sol del trópico
En horizonte diáfano,
Las tintas animando
De este diorama raro,
Espléndido, inmortal;
Recuerda tantas horas
Que aquí volaron plácidas
Y siempre confundiendo
Memorias de dos patrias;
El Plata y Portugal
Y cuando de los “Órganos”
Las crestas elevadas
Al declinar la tarde
Después que el sol transmonta (sic)
Vayas a visitar
Y errante la mirada
Por el espacio infindo (sic)
Oigas en las mangueras
Copudas y olorosas ,
Cantar el sabiá,
Contempla en ese límpido
Crepúsculo suave
La huella que en el alma
Consoladora imprime
Serena la amistad!
VI
Mañana me embarco, decía una noche al sentarme a escribir por la vez postrera en aquella mesa donde tanto había trabajado, meditado y suspirado por la patria ausente. El que tiene la desgracia de tener corazón sufre siempre y en todas partes. No me habían faltado allí borrascas, pero al lado de la envidia se levantaba la justicia, al lado de la amistad vendida, la amistad verdadera, y yo pagaba en la misma moneda. Sin cejar un paso, sin dolerme el sacrificio. Era el piloto de mi barca y navegaba a toda vela. Nada pedía y nada concedía. Mi amistad es oro en polvo, peor para el que abre la mano al viento; se lleva ese polvo de oro. Me senté a escribir, aún escribía versos.
VII
ADIÓS, RIO DE JANEIRO
Adiós altivas montañas,
Cielo del Trópico, adiós!
Mi estrella brilla del Plata
En la querida región,
Aquí llegué Peregrina
Llena de ensueños el alma
Y de esperanzas sin nombre
Rebosando el corazón.
Mil veces vagué llorando
Por las playas solitarias
Y contemplé conmovida
Tu noche, tu cielo azul!
Tus montes que en verde manto
Viste del bosque el ramaje;
Tus astros, tu mar tranquilo,
El Coquero y el Bambú.
Tierra donde el aura mece
Las flores del jazmín manga,
Las palmeras, los suspiros,
Las diamelas soberanas,
Las magnolias, las “Saudades”
Mil flores lindas, gallardas,
Donde los pájaros cantan
Con dulzura sobrehumana,
Nunca olvidarte podré
Bello hermoso panorama
Donde vagaban mis ojos
Cuando el dolor me abrumaba
De noche mirando lejos
Los misteriosos fantasmas
Inmóviles centinelas
De tu bahía azulada.
Adiós playas, adiós montes
Flores, pájaros y mares,
Cenizas dejo en la tierra
Mi vida, esparza en el aire!
Dejo páginas sin nombre,
Di mi juventud pasada,
Un altar que derribaron.
Una tumba abandonada!
Amores despedazados,
Decepciones y recuerdos
Quién sabe cuánto fantasma,
Todo acaba, así es el mundo,
Me ausento, vuelvo a la patria,
Pero inolvidable imagen
Llevo grabada en el alma!
VIII
Esa imagen inolvidable es la tuya, mi bello Río Janeiro, linda princesa de los valles! Soy pobre, te diré como Fidias, sólo poseo mi corazón, de él arranco esta página, antes que la antorcha se extinga, antes que la voz se apague, antes que la fuerza del brazo se embote, antes que la mente se ofusque y no pueda vaciar del dolor que rebosa del alma, estas gotas perdidas sobre una página deleznable.
No volveré a verte, pero he cantado tu belleza y dejadote algo de mí misma como elsolo recuerdo de mi peregrinación sobre tu suelo! Todavía tengo amigos allá, y todavía en mis horas de amargura, se repasa el alma en la contemplación de tus paisajes divinos!
Juana Manso
Este artículo, en cuerpo 10 ocupa las tres columnas centrales, de las cinco usaderas en el periódico, en “El Inválido Argentino”, p. 291.
( Tomado del apéndice del libro Juana Manso de María Velasco y Arias)