Las Consolaciones, Juana Manso, prólogo Ernesto Romano

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Juana Manso desembarca en Río de Janeiro, tras fracasar sus proyectos editoriales en Buenos Aires. Se encuentra y reconcilia con su marido y emprende con él una esperanzada e intensa labor creativa.

Escribe y produce con su talentoso y díscolo esposo piezas dramáticas musicalizadas, actúa en diversos elencos, asumiendo variados roles, donde incluso participan sus dos hijas.

Lo teatral no es para ella una actividad lúdica o una recreación de aspectos superficiales del alma humana. Teatro y vida se identifican, el mundo es teatro y la vida espectáculo. Este es el ideal romántico que empapa la visión que tiene de sí misma. Interesante sería analizar por qué esta concepción estupefaciente de lo dramático ha dado en su época frutos tan pobres. ¿Quién puede disfrutar hoy, desembarazándose de todos los hilos de la tramoya, el Hernani de Hugo?

Desencuentros, intrigas, luchas por el pan diario y posiblemente un nuevo desliz del músico, ponen fin a su esperanza brasilera. Descubre también que se ha secado su vida marital.

El fallido intento de enfrentar la vida, codo a codo con su marido, en una unión que sirviera tanto al arte como a sus hijas, se reafirma en la misión por años intuida: encarnar un nuevo tipo de mujer en que esposa, madre e hija son ramas de un firme y único árbol que no necesita culminar en un consorte, como el apóstol predica, sino que tiene cabeza propia y da frutos en múltiples direcciones.

En este contexto nacen Las Consolaciones firmado por Juana de Norohna;  paulatinamente irá librándose  de la férrea tutela social que este apellido le impone, hasta ser, en los Anales de la Educación Común: Juana Manso, íntegra y sola.

La consolación es un género definido en Grecia, aunque con precedentes orientales, y cultivado en Roma que el medievo hace también suyo. Su propósito es remediar o dar sentido al dolor humano ante un hecho funesto. Enfermedad, destierro y muerte, son los adversarios temáticos que el escritor enfrenta con un probado arsenal: orden racional del mundo, providencia divina, libre albedrío, inmortalidad del alma, etc., etc.

Estas características son sometidas a deformaciones por el mencionado fervor reinante  en la época de Manso; en la que todo se tiñe de literatura y valora paradójicamente. La persecución, el exilio y la muerte tenían en los antiguos un carácter inequívoco y muy distinto al que adquiere en los románticos. Para aquellos era exclusión y vergüenza, para éstos: protagonismo y halo de gloria.

La mujer aparece, comúnmente, mal parada en las antiguas consolaciones. Séneca, por dar un ejemplo, escribe: “Si no te supiera, Marcia, tan alejada de la debilidad del carácter femenino como de sus demás defectos…”1 y  también  en su obra Sobre la firmeza del sabio2, considera a la hembra: “una animal sin seso”. Desde Eva en adelante la fémina aparece más apropiada para desgraciar que para dar amparo; “más vale maldad de varón que bondad de mujer”, sentencia el más sabio de los hombres en el Libro de los Proverbios.3 Juana se dará maña para subvertir este viejo tópico.

Si sobre el escenario del mundo los hombres pasan semejantes a las hojas, las nubes y las naves4, hay gloriosas excepciones que acogotando al destino permanecen: los héroes. Huelga decir, nuestra escritora se enrola en esta perdurable casta. Encarnará a la heroína que desmiente toda tipología impuesta a su género.  Alzándose contra aquello que hace de la mujer exclusivamente matrona, monja, zurcidora bajo la lámpara, genio culinario o perfumada flor. Se propone ejercer todos los roles valiosos que la humanidad contiene, siente que se adeuda a la mujer un lugar y que ella, guste o no, puede adelantarse y pisar legítimamente. Reclama formas vedadas, elige ser comedianta, novelista, librepensadora, poetisa y pedagoga a un mismo tiempo, sin cerrar el camino a otras actividades aún en germen. Como actriz experimentada, se siente capaz de interpretar todos los papeles, si la musa es mujer, ergo: la mujer puede albergar todas las ciencias y las artes.

La Religión Natural de Jules Simon es la fuente declarada de inspiración de Juana: “Abrí un libro que por casualidad se encontraba al alcance de mi mano”5. Sin embargo, la religión esbozada por el francés no es la suya, sinceramente piadosa; sino un sustituto seco y pedante de incipiente racionalidad, incapaz de consolar a nadie, ni siquiera a su mismo autor si hubiese triste necesidad de ello.  Como todo optimismo ilustrado suena a hueco ante el primer llamado del dolor.

Lo que nuestra escritora se propone es muy distinto y sigue el modo de las bienaventuranzas bíblicas, de asistir a través de la belleza y piedad que el propio sufrimiento revela: “Jules Simon es el expositor de una doctrina, y yo solo aspiro a verter algunas palabras de consuelo en los corazones heridos, inspirándoles la seguridad  de que algún día sus lágrimas serán consideradas y sus dolores premiados”6. No pretende escribir una obra filosófica, sino una decididamente literaria, cuya metáfora central es el viaje bajo su forma religiosa; Toma -nos dice-  “el bordón del peregrino”  y emprende  “la cruda navegación de la vida”, la travesía y la fe que salva del naufragio son extremos de la misma vara: “el corazón es un barco desarbolado perdido en el mar tempestuoso de las pasiones cuando falta el timón de la religión”.7

Jules masón y volteriano, poco tiene que ver con nuestra heroína, la Religión Natural, no pasa de ser un pobre manual de filosofía, donde la razón reina y la fe hace de ayuda de cámara. No pertenece, sino forzadamente a las seculares consolaciones. Su Dios, deísta, apartado y ajeno al dolor existe en una racional periferia que no toca ni cura el alma. Dios relojero de mecánico tic- tac, es una parodia del Dios que late en el corazón de Juana. No es la razón la que “mueve el sol y las demás estrellas”, el consuelo nace en el amor divino y a través de éste alcanza a todas sus creaciones. Esta es la naturaleza de su consolación y no la abstracta e impotente formulación del francés, para quien: “hay espíritus que quieren ver y otros que desean ciegamente creer”8  y que con soberana  ingenuidad declara: “yo no tengo, gracias a Dios, ningún partido en filosofía”. 9 Tan pobre es la filosofía francesa de la época que su maestro, el ínfimo Cousin, pasa por un Hegel.

La figura de la lucha, de la contienda siempre renovada es el principal tópico que Juana comparte con Jules Simon, ambos plantean alcanzar la consolación a través del perpetuo combate: “Yo no pido nada en el mundo que no sea la oportunidad de luchar y de merecer” 10, escribe el francés. La Manso se mira así misma apasionadamente, pare con dolor su personaje que tiene el deber de luchar; ante cualquier objeción o simple mirada masculina que cuestione, responde como leona,  parte el corazón verla pelear y comprender su objetivo: mostrarnos cómo pelea una mujer para serlo, sin pedir ni esperar permiso. Obtendrá en consecuencia un nutrido grupo de adversarios compuesto de varones heridos y damas escandalizadas. Tal su hibris, su heroica desmesura; no solo está dispuesta a padecer sino que reconoce su necesidad, como su tocaya de Orleans, imagina la victoria por medio del cadalso, celebrando “la dolorosa misión del martirio”. 11 En definitiva, la mayoría de los grandes consoladores no han podido apartar el cáliz: Sócrates, Séneca, Jesús, Cicerón, Boecio  y el Bab, lo beben hasta las heces.

El hombre aparece en la Religión Natural como frágil pero obligado gladiador: “entendemos la lucha constante, ruda,  terca de este átomo pensando en contra de inmensas e insensibles fuerzas de la naturaleza”. 12 La apoteosis de la lucha alcanza finalmente irrespirables cimas retóricas, donde no solo la nada no puede luchar contra Dios sino que el alma puede hacerlo y por tanto está separada de él. El político y el diputado parecen confundir batallas parlamentarias con argumentos teológicos. En Las Consolaciones de Juana, la palabra lucha y sus sinónimos aparecen en sesenta ocasiones. Ningún tónico más fortalecedor para un romántico: “Combatí con los más fuertes y en la lucha lo perdí todo, menos la creencia”.13

Jules solo menciona entre las clásicas consolaciones la Consolatio ad Helviam de Séneca, cita en varias oportunidades a Fenelón14  sin dar noticia de la más célebre,  la de Boecio, seguramente demasiado teísta para un paladar masónico. Ésta obra es, sin embargo,  la fuente primordial, no citada por Juana de su libro. Silenciar el origen de la inspiración es propio y hasta legítimo del escritor.

El romano presta al libro de Juana un motivo magistral: la filosofía encarnada en musa, madre y mujer consoladora.  “Volví mis ojos para fijarme en ella y vi que no era otra sino mi antigua nodriza (…) la mayestática figura traía en su diestra mano unos libros, su mano izquierda empuñaba un cetro.”  La filosofía, “mujer de fúlgidos ojos”, interroga  a Boecio: “¿Iba yo a temer ser acusada? ¿Crees que sea esta la primera vez que una sociedad depravada pone a prueba la sabiduría? ”15 Juana toma ese lugar, se apropia del arquetipo: “una razón Providencial que me puso la pluma en la mano, y me dijo: escribe; a mí, pobre actriz obscura, pobre mujer sin autoridad social”. 16 El no ser nada resulta un inmejorable resorte para serlo todo. No deja de ser significativo que esta indefensa actriz haya años antes encarnado en su oratorio Cristóbal Colón a un continente, América, bajo forma de mujer.

La parábola de la diosa que guía al viajero tiene numerosos antecedentes. El poema parmenídeo en que el logos es manifestado por la divinia “Dice” es uno de los más ilustres. En el jardín de Academos, dedicado a las musas y llamado “el pensadero”, Diotima enseña a Sócrates la ciencia del amor. Dante celebra en el Convivio a la “dama del intelecto que se llama Filosofía”, a la mujer que cifra con el número de las musas, a la misma Beatriz tutora de sus pasos en los nueve círculos que culminan la Comedia. La Laura de Petrarca retoma el motivo; y en la primitiva poesía castellana, El Laberinto de Juan de Mena describe, bajo la figura de una doncella a la Providencia: “Gobernadora y medianera del mundo, principesa y disponedora (…) sobre señores, muy grande señora”.

La misma estructura subyace todos estos los ejemplos: el mundo es obra de la medida y sometido a un orden ejemplar que una forma femenina preside. Sin embargo, la Dama Celestial solo aparece por gracia del varón que la invoca, su sabiduría depende de una previa invitación masculina. Juana decide, alterando este patrón, ser a un mismo tiempo quien convoca y quien da consuelo, prescindiendo del consabido Adán.

Manso dedica la obra a su amiga, la actriz Gabriela De Vecchy, tal vez ante la pérdida de su hija. Llamativo es el hecho que una mujer asista a otra, y aún escandaloso que ambas sean actrices. Para la época representa, casi un auxilio entre rameras. Recordemos que medio siglo después  Regina Pacini debía soportar los cuchicheos y descalificaciones de las “gentes de bien”.

Juana se permite contrariar al mismo escritor que le sirve de fuente; si la iluminada hembra de Boecio condena decididamente a las musas teatrales: “¿Quién ha dejado acercarse hasta mi enfermo a estas despreciables cortesanas de teatro? “ En Las Consolaciones de  Juana la filosofía invierte su patrón: “¿qué pensará el mundo de este libro escrito por una actriz? ¿ por una cómica? (….)  Felizmente la excomunión fue levantada y las vestes teatrales fueron quitadas”. 17

En las entretelas de todo lo que Manso hace, alienta la rebeldía, sufre en carne viva la insensibilidad y el menosprecio del orden establecido, y se subleva “no titubeamos en confesar que este libro está escrito más para las mujeres que para los hombres (…)  es principalmente en nuestra sociedad donde la mujer provista completamente de los atributos de la inteligencia está reducida a un círculo excesivamente limitado, que ella necesita eficazmente de la conciencia y de la inteligencia del deber, para seguir por el sendero solitario donde el prejuicio la encerró”. 18

La obra que prologamos quiere, como todas las concebidas por Manso, extender el radio de acción y dilatar el círculo que traza la conciencia de sí en la mujer.

Las Consolaciones no está escrita en la lengua natal de la autora, sino en portugués, un desafío más. Las palabras parecen interponerse sin duda pensada en castellano y vertida en un molde que le resulta ingrato. Como muchos de sus escritos tiene defectos evidentes, es por ratos excesivo o impreciso, su sintaxis caprichosa. Nuestra heroína no acierta a contenerse, desborda continuamente la forma que quiere darse, su genio está en la acción y no en el arte. Eduarda Mansilla o Manuela Gorriti, por citar dos ejemplos, la superan estilísticamente pero no alcanzan su dimensión humana ni febril intuición.  Cuando leemos algo suyo, ella está cerca, la sentimos a nuestro lado, sus limitaciones se vuelven virtud, triunfa donde otros fracasan: “De la abundancia del corazón habla la boca”19 dice el versículo y vale para Juana.

Notas

1.-Consolación a Marcia, Consolaciones de Séneca, Ed. Gredos.

2.-Sobre la firmeza del Sabio, Diálogos de Séneca, Ed Gredos.

3.-Libro de los Proverbios de Salomón.

4.- Job del Antiguo Testamento.

5.- Las Consolaciones, edición digital de Biblioteca Digital Juana Manso https://drive.google.com/file/d/1KrzqoSHbQbAKIut8hzspApurv_zpd5Mt/view   Página 6.

6.-Las Consolaciones, pág. 6-7.

7.-Las Consolaciones, pág. 7.

8.- Cita a Malebranche: …des esprits qui veulent voir évidemment , et d’autres qui veulent croire aveuglé ment, La Religión Naturelle, Jules Simon, II, 1857.

9.–Je ne suis , grâce à Dieu , d’aucun parti en philosophie . Avertissement . La religión naturelle. I.

10.-Je ne demande rien au monde que l’occasion de lutter et de mériter. La religión naturelle XXX.

11.-Las Consolaciones. Pág. 96.

12.–Nous comprenons la lutte constante , rude , opiniâtre , de cet atome pensant contre les forces immenses et in sensibles de la nature. La religión naturelle. Pág. 106.

13.- Las Consolaciones Pág. 16.

14.-L’Existence de Dieu y Lettres sur la Religion.

15.- Boecio, La consolación de la filosofía. Ed. Hispamérica.

16.-Las consolaciones pág. 93.

17.-Las consolaciones. Pág. 92.

18.- Las consolaciones pág. 48-49.

19.- Versículo del Evangelio de Mateo.

Texto de Juana Manso, Las Consolaciones. LEER AQUÏ

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