A la niña o señora que mejor lea en un concurso anual, un trozo que será de antemano designado, y otro que se le designará en el acto, por la comisión nombrada al efecto.
Abundan en todos los países las instituciones de premios establecidas por personas que a algo de utilidad pública quieren destinar una pequeña parte de los bienes que no pocas veces, sin saber cómo, se han reunido en torno suyo, y al fin ni han de consumir en cigarros, champagne y otros adminículos de la vida, de que no debemos hablar mal sin embargo.
En nuestro país no se ha dado principio todavía, si no es en beneficio de la propia alma, lo que tampoco desaprobamos porque la caridad bien entendida debe principiar por casa.
Esta vez no nos viene el ejemplo y compelle ¡intrare ni de los favorecidos de la fortuna, ni de las gentes más ilustradas.
El caso de mandarse de Montevideo una suma de dinero que allí se colectó para honrar la memoria de Dña. Juana Manso por su consagración a la educación, sugirió la buena idea de fundar con ella un premio a una dama de origen francés; pues vino pequeñuela a ser americana en colonia que debía formar su padre en el Paraguay, donde padre, hermanos y esposo murieron, andando el tiempo, a manos, o a causa del tirano López, de cuyo recuerdo, y una inteligencia clara, le viene el sentimiento del bien público. A ella se le ocurrió primero la idea de fundar un premio que rememorase el nombre de Juana Manso y le hiciese continuar con su memoria la idea de mejorar y difundir la instrucción a que consagró su vida.
Otra forma tenía su idea; pero sometida a discusión y medidas las dificultades, adoptóse la modificación que establece un premio a la niña o señora que a juicio de una comisión nombrada al efecto lea con más propiedad el trozo que le fuese señalado aun con anticipación.
Las razones que se hicieron valer tienen tal importancia y trascendencia que no está de más enumerarlas sucintamente.
Sábese que el célebre novelista inglés Dickens se ganó doscientos mil dollars en seis meses, con sólo leer trozos de sus novelas, y ante muchedumbres ávidas de tales placeres, en Boston, Nueva York, Baltimore y Filadelfia, sin dignarse ir a Chicago por fatiga o no creer digno auditorio a los recientes pobladores del oeste.
El ministro Freycinet, en Francia, hace tres años mandó abrir en los Liceos cuatrocientos cursos de lectura apercibiéndose y no teniendo a menos decirlo, que no se había hasta entonces, cultivado el arte de leer en la clásica Francia; y un M. Legouvé, literato muy distinguido, ha escrito, no hace dos años, el primer arte de leer que se ha publicado en aquella lengua; y como si fuera este un movimiento humano, tan humano como es hoy matar reyes y presidentes, en Chile se ha publicado recientemente un arte de leer en público que no carece de mérito.
Uno de los temas del librito no conocido, y merece, por su sencillez ser citado, dice: «Leer bien, hacerse escuchar y escucharse a sí mismo, es un arte tan grato, como la ejecución de un instrumento.» Pero es mayor el efecto que la buena lectura produce sobre los que la oyen, que acaban, cuando se hace de frecuente ocurrencia, por adquirir la capacidad de juzgar de su mérito, y de apropiárselo ensayándose a sus solas, o en el seno de la familia; y como leer es simplemente producir las emociones que causa la expresión por la palabra, del pensamiento, o de los afectos, podemos apropiarnos el pensamiento de los sabios y refinar nuestras propias emociones aguzando la sensibilidad.
Algo de más grande puede prometerse y esperarse del hábito de la lectura como fuente de goces y elementos del progreso social, si llega a hacerse general en un país, y sus efectos los estamos viendo desenvolverse con rapidez asombrosa en nuestros tiempos. Distínguense de todos los pueblos civilizados, los que pueblan el otro extremo de la América por el crecido número de bibliotecas, que ahora tres años pasaban de diez y siete mil, la mayor parte de ellas circulantes, prestando diez de ellas, millón y medio de volúmenes en un año.
En ese mismo país se cultiva el arte de leer, como un arte nacional, bien así como en Italia se cultiva la música, la estatuaria o la pintura. Las escuelas de Rusia, Suecia, Suiza, son más adelantadas que las de Estados Unidos, pues sólo seis u ocho de entre treinta y siete Estados han llegado a la general difusión de la instrucción. Tienen además en contra, los Estados Unidos, cinco millones de hombres de color, que apenas han dejado de ser esclavos y carecen de educación, como hay centenares de miles de blancos del sur, que nunca la recibieron, como cuenta con millones que descarga la inmigración de todo el resto del mundo, a guisa de un torrente de aguas turbias que necesitan de la acción del tiempo y el largo correr para aclararse y convertirse en ríos cristalinos. ¡Y bien! No obstante este continuo revolverse de la piscina, a fuerza de echarle nuevas generaciones no depuradas, a pesar de la prisa de vivir que aqueja al yanqui, de la sed de adquirir, los Estados Unidos, como masa de hombres, forman, al decir de todos, la parte más activa, más adecuada, más capaz de la humanidad entera. Serán los europeos lo que quieran, pero no hacen descubrimientos más pasmosos, ni aplicaciones prácticas de las ciencias, como el vapor, el telégrafo, el teléfono; ni inventan la centésima parte de máquinas e instrumentos, ni acumulan mayores riquezas, ni crecen más rápidamente, ni ocupan más alto rango entre las grandes naciones.
Nosotros que estudiamos de cerca este fenómeno, atribuímoslo principalmente al hábito de leer del pueblo americano, en general, pues es la lectura el entretenimiento favorito de todos, y en cada casa están suscritos a las bibliotecas, cada uno por su cuenta, el padre, la madre, los hijos, los niños, amen de los chicos que tienen en la escuela la biblioteca de la escuela, como los distritos tienen la del distrito y las municipalidades las de ciudad, los comerciantes, los artesanos, los abogados, los médicos, etc.,etc.,etc. todos y cada uno a cada una de estas formas, sus bibliotecas especiales. ¿Cómo explicarse de otro modo la general aptitud del yanqui, superior a la del europeo educado, pues esta es la cualidad que se reconocen como pueblo, los que como la Exposición de Filadelfia vinieron a estudiarla?
De tan lamentado Presidente Garfield, dice Mr. Mazon, su biógrafo:» El niño Santiago mostraba un ardor insaciable por la lectura».-«Habiendo recibido como premio; cuando todavía era chiquillo, un «Nuevo Testamento» acabó por aprenderlo de memoria todo entero. Un poco más tarde le añadió «Robinson Crusoe» que leyó y releyó tantas veces que podía recitar capítulos enteros. De este modo devoró toda la pequeña biblioteca de su madre y la del maestro de escuela. Lo que más le encantaba era la narración de aventuras marítimas y de guerras de emancipación»
Se ve aparecer desde los comienzos de la carrera de Garfield, el rol esencial que desempeña la escuela primaria en la democracia americana. Es la verdadera raíz de sus instituciones.
«En Europa, el niño de la campaña aprende a leer, pero cuando sale no vuelve a leer y lo olvida todo; en los Estados Unidos, aprende a leer para leer lo que más puede, porque en torno suyo ve a todos hacer otro tanto, y que por todas partes tiene los libros a la mano.
«Más adelante en su vida, y después de varios contratiempos su maestro lo induce a entrar en la enseñanza, y con ardor que nada puede resfriar, aprende las lenguas antiguas, las matemáticas y la historia; lee todos los libros de la biblioteca y bien pronto es el primero en todos los ramos…
«Siendo ya general, durante sus campañas, llevaba siempre en los bolsillos un Horacio.»
Apliquemos a nuestro país esta manera de juzgar. Hacemos en efecto grandes progresos, o no los hacen hacer los que importando industrias ayudan al desenvolvimiento del país; pues necesitamos estimular nuestras poblaciones a instruirse, y no siempre está al alcance de todas las condiciones de la vida el darse una educación sistemada.
Si el gusto de formarse por la lectura, cuántos por la gloria de obtener un premio consagrarían las horas de su vida que disipan sin provecho y a veces sin dignidad y con pérdida, a ejecutar, como el aprendiz de música, escalas, aquellas lecturas preparatorias que acabarán por dar como sonidos acorde y afinados, la completa inteligencia del asunto, el énfasis de la alocución, y con el uso y con el andar del tiempo la posesión de la lengua, el atesoramiento de ideas y nociones, que se van depositando en el alma, como quedan las substancias en suspensión, depositadas en el fondo del vaso, cuando se aquietan los líquidos.
Razones como las que preceden, han aconsejado fundar premio Juana Manso, que por ahora se reduce a la exigua suma que consta del acta.
Conocido el objeto de tan sencilla institución, es de esperar que las gentes que hablan de porvenir y de patria y libertad, pongan en esta lotería cualquier suma para aumentar el fondo; y aún a las gentes ricas les aconsejamos que hiciesen otro tanto, a fin de extender la acción de estos premios a otras poblaciones que la de la Capital, o bien a los jóvenes y aún a los niños; pues que en las escuelas se aprende a leer, pero no se lee, y los niños salen de ellas haciéndose el juramento de no volver a tomar un libro, tal los ha fastidiado la rutina de aprender lecciones mal comprendidas, o adquirir conocimientos como el álgebra o la filosofía, la gramática y la metafísica, que están seguros, segurísimos, de no volver a oir hablar nunca. Dígalo sino, el latin que no aprendieron, y que pidieron sea expulsado de la Universidad.
La Comisión del premio Juana Manso ha tenido ya dos sesiones en que se han acordado la institución y el reglamento. En una tercera se nombrará la Comisión Examinadora, compuesta de señoras y caballeros y se establecerán las reglas del concurso o certamen, fijando además el día en que de darse principio, porque se quiere que la primera función se realice lo más pronto posible, afin de que no quede en proyecto.
A fines de Diciembre se reunirá la Comisión en el lugar que se designe para oir leer a las señoras que hubiesen inscripto sus nombres con anticipación para optar al premio.
Leerán unas en pos de otras, puestas en fila un trozo señalado, de un libro, el «Quijote», por ejemplo, y se adjudicará un premio de mil pesos moneda corriente y un accésit de quinientos a quien leyese con más perfección. Si no hay premios, habrá accésit, porque no hay conveniencia en prodigar premios, por tan poca cosa, leer, leer regularmente, leer bien. Si tal fuera, todos tendrían premio. Lo importante es llegar a la perfección del arte, y las señoritas que cantan o ejecutan en el piano, saben a qué atenerse a este respecto. Creemos que habrá muchas a quienes interese este inocente ejercicio tanto o más que la música que todas aprenden sin llegar todas a ser músicas, o es habilidad que tienen adquirida centenares. Nadie se sentirá ni en buena ni en mala compañía cuando de leer mejor se trata, no excluyéndose del certamen sino las actrices, no por su profesión sino por cuanto es en ellas estudio profesional la declamación y la representación, que les daría la mitad del juego ganado, entrando en oposición con las aficionadas».
En nuestro país no se ha dado principio todavía, si no es en beneficio de la propia alma, lo que tampoco desaprobamos porque la caridad bien entendida debe principiar por casa.
Esta vez no nos viene el ejemplo y compelle ¡intrare ni de los favorecidos de la fortuna, ni de las gentes más ilustradas.
El caso de mandarse de Montevideo una suma de dinero que allí se colectó para honrar la memoria de Dña. Juana Manso por su consagración a la educación, sugirió la buena idea de fundar con ella un premio a una dama de origen francés; pues vino pequeñuela a ser americana en colonia que debía formar su padre en el Paraguay, donde padre, hermanos y esposo murieron, andando el tiempo, a manos, o a causa del tirano López, de cuyo recuerdo, y una inteligencia clara, le viene el sentimiento del bien público. A ella se le ocurrió primero la idea de fundar un premio que rememorase el nombre de Juana Manso y le hiciese continuar con su memoria la idea de mejorar y difundir la instrucción a que consagró su vida.
Otra forma tenía su idea; pero sometida a discusión y medidas las dificultades, adoptóse la modificación que establece un premio a la niña o señora que a juicio de una comisión nombrada al efecto lea con más propiedad el trozo que le fuese señalado aun con anticipación.
Las razones que se hicieron valer tienen tal importancia y trascendencia que no está de más enumerarlas sucintamente.
Sábese que el célebre novelista inglés Dickens se ganó doscientos mil dollars en seis meses, con sólo leer trozos de sus novelas, y ante muchedumbres ávidas de tales placeres, en Boston, Nueva York, Baltimore y Filadelfia, sin dignarse ir a Chicago por fatiga o no creer digno auditorio a los recientes pobladores del oeste.
El ministro Freycinet, en Francia, hace tres años mandó abrir en los Liceos cuatrocientos cursos de lectura apercibiéndose y no teniendo a menos decirlo, que no se había hasta entonces, cultivado el arte de leer en la clásica Francia; y un M. Legouvé, literato muy distinguido, ha escrito, no hace dos años, el primer arte de leer que se ha publicado en aquella lengua; y como si fuera este un movimiento humano, tan humano como es hoy matar reyes y presidentes, en Chile se ha publicado recientemente un arte de leer en público que no carece de mérito.
Uno de los temas del librito no conocido, y merece, por su sencillez ser citado, dice: «Leer bien, hacerse escuchar y escucharse a sí mismo, es un arte tan grato, como la ejecución de un instrumento.» Pero es mayor el efecto que la buena lectura produce sobre los que la oyen, que acaban, cuando se hace de frecuente ocurrencia, por adquirir la capacidad de juzgar de su mérito, y de apropiárselo ensayándose a sus solas, o en el seno de la familia; y como leer es simplemente producir las emociones que causa la expresión por la palabra, del pensamiento, o de los afectos, podemos apropiarnos el pensamiento de los sabios y refinar nuestras propias emociones aguzando la sensibilidad.
Algo de más grande puede prometerse y esperarse del hábito de la lectura como fuente de goces y elementos del progreso social, si llega a hacerse general en un país, y sus efectos los estamos viendo desenvolverse con rapidez asombrosa en nuestros tiempos. Distínguense de todos los pueblos civilizados, los que pueblan el otro extremo de la América por el crecido número de bibliotecas, que ahora tres años pasaban de diez y siete mil, la mayor parte de ellas circulantes, prestando diez de ellas, millón y medio de volúmenes en un año.
En ese mismo país se cultiva el arte de leer, como un arte nacional, bien así como en Italia se cultiva la música, la estatuaria o la pintura. Las escuelas de Rusia, Suecia, Suiza, son más adelantadas que las de Estados Unidos, pues sólo seis u ocho de entre treinta y siete Estados han llegado a la general difusión de la instrucción. Tienen además en contra, los Estados Unidos, cinco millones de hombres de color, que apenas han dejado de ser esclavos y carecen de educación, como hay centenares de miles de blancos del sur, que nunca la recibieron, como cuenta con millones que descarga la inmigración de todo el resto del mundo, a guisa de un torrente de aguas turbias que necesitan de la acción del tiempo y el largo correr para aclararse y convertirse en ríos cristalinos. ¡Y bien! No obstante este continuo revolverse de la piscina, a fuerza de echarle nuevas generaciones no depuradas, a pesar de la prisa de vivir que aqueja al yanqui, de la sed de adquirir, los Estados Unidos, como masa de hombres, forman, al decir de todos, la parte más activa, más adecuada, más capaz de la humanidad entera. Serán los europeos lo que quieran, pero no hacen descubrimientos más pasmosos, ni aplicaciones prácticas de las ciencias, como el vapor, el telégrafo, el teléfono; ni inventan la centésima parte de máquinas e instrumentos, ni acumulan mayores riquezas, ni crecen más rápidamente, ni ocupan más alto rango entre las grandes naciones.
Nosotros que estudiamos de cerca este fenómeno, atribuímoslo principalmente al hábito de leer del pueblo americano, en general, pues es la lectura el entretenimiento favorito de todos, y en cada casa están suscritos a las bibliotecas, cada uno por su cuenta, el padre, la madre, los hijos, los niños, amen de los chicos que tienen en la escuela la biblioteca de la escuela, como los distritos tienen la del distrito y las municipalidades las de ciudad, los comerciantes, los artesanos, los abogados, los médicos, etc.,etc.,etc. todos y cada uno a cada una de estas formas, sus bibliotecas especiales. ¿Cómo explicarse de otro modo la general aptitud del yanqui, superior a la del europeo educado, pues esta es la cualidad que se reconocen como pueblo, los que como la Exposición de Filadelfia vinieron a estudiarla?
De tan lamentado Presidente Garfield, dice Mr. Mazon, su biógrafo:» El niño Santiago mostraba un ardor insaciable por la lectura».-«Habiendo recibido como premio; cuando todavía era chiquillo, un «Nuevo Testamento» acabó por aprenderlo de memoria todo entero. Un poco más tarde le añadió «Robinson Crusoe» que leyó y releyó tantas veces que podía recitar capítulos enteros. De este modo devoró toda la pequeña biblioteca de su madre y la del maestro de escuela. Lo que más le encantaba era la narración de aventuras marítimas y de guerras de emancipación»
Se ve aparecer desde los comienzos de la carrera de Garfield, el rol esencial que desempeña la escuela primaria en la democracia americana. Es la verdadera raíz de sus instituciones.
«En Europa, el niño de la campaña aprende a leer, pero cuando sale no vuelve a leer y lo olvida todo; en los Estados Unidos, aprende a leer para leer lo que más puede, porque en torno suyo ve a todos hacer otro tanto, y que por todas partes tiene los libros a la mano.
«Más adelante en su vida, y después de varios contratiempos su maestro lo induce a entrar en la enseñanza, y con ardor que nada puede resfriar, aprende las lenguas antiguas, las matemáticas y la historia; lee todos los libros de la biblioteca y bien pronto es el primero en todos los ramos…
«Siendo ya general, durante sus campañas, llevaba siempre en los bolsillos un Horacio.»
Apliquemos a nuestro país esta manera de juzgar. Hacemos en efecto grandes progresos, o no los hacen hacer los que importando industrias ayudan al desenvolvimiento del país; pues necesitamos estimular nuestras poblaciones a instruirse, y no siempre está al alcance de todas las condiciones de la vida el darse una educación sistemada.
Si el gusto de formarse por la lectura, cuántos por la gloria de obtener un premio consagrarían las horas de su vida que disipan sin provecho y a veces sin dignidad y con pérdida, a ejecutar, como el aprendiz de música, escalas, aquellas lecturas preparatorias que acabarán por dar como sonidos acorde y afinados, la completa inteligencia del asunto, el énfasis de la alocución, y con el uso y con el andar del tiempo la posesión de la lengua, el atesoramiento de ideas y nociones, que se van depositando en el alma, como quedan las substancias en suspensión, depositadas en el fondo del vaso, cuando se aquietan los líquidos.
Razones como las que preceden, han aconsejado fundar premio Juana Manso, que por ahora se reduce a la exigua suma que consta del acta.
Conocido el objeto de tan sencilla institución, es de esperar que las gentes que hablan de porvenir y de patria y libertad, pongan en esta lotería cualquier suma para aumentar el fondo; y aún a las gentes ricas les aconsejamos que hiciesen otro tanto, a fin de extender la acción de estos premios a otras poblaciones que la de la Capital, o bien a los jóvenes y aún a los niños; pues que en las escuelas se aprende a leer, pero no se lee, y los niños salen de ellas haciéndose el juramento de no volver a tomar un libro, tal los ha fastidiado la rutina de aprender lecciones mal comprendidas, o adquirir conocimientos como el álgebra o la filosofía, la gramática y la metafísica, que están seguros, segurísimos, de no volver a oir hablar nunca. Dígalo sino, el latin que no aprendieron, y que pidieron sea expulsado de la Universidad.
La Comisión del premio Juana Manso ha tenido ya dos sesiones en que se han acordado la institución y el reglamento. En una tercera se nombrará la Comisión Examinadora, compuesta de señoras y caballeros y se establecerán las reglas del concurso o certamen, fijando además el día en que de darse principio, porque se quiere que la primera función se realice lo más pronto posible, afin de que no quede en proyecto.
A fines de Diciembre se reunirá la Comisión en el lugar que se designe para oir leer a las señoras que hubiesen inscripto sus nombres con anticipación para optar al premio.
Leerán unas en pos de otras, puestas en fila un trozo señalado, de un libro, el «Quijote», por ejemplo, y se adjudicará un premio de mil pesos moneda corriente y un accésit de quinientos a quien leyese con más perfección. Si no hay premios, habrá accésit, porque no hay conveniencia en prodigar premios, por tan poca cosa, leer, leer regularmente, leer bien. Si tal fuera, todos tendrían premio. Lo importante es llegar a la perfección del arte, y las señoritas que cantan o ejecutan en el piano, saben a qué atenerse a este respecto. Creemos que habrá muchas a quienes interese este inocente ejercicio tanto o más que la música que todas aprenden sin llegar todas a ser músicas, o es habilidad que tienen adquirida centenares. Nadie se sentirá ni en buena ni en mala compañía cuando de leer mejor se trata, no excluyéndose del certamen sino las actrices, no por su profesión sino por cuanto es en ellas estudio profesional la declamación y la representación, que les daría la mitad del juego ganado, entrando en oposición con las aficionadas».
Monitor de la Educación, noviembre de 1881. Domingo Faustino Sarmiento