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Mrs. Mary Mann por D.F. Sarmiento

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Esta es la encarnación del amor materno. Ha dejado á su esposo Horacio Mann, cristalizado en la estatua de bronce que decora el frente del State Hall de Boston. Puede vivir tranquila, no será olvidado jamas, y su excelsa gloria no necesita de su patrocinio.

Conocila en 1847, época en que me sirvió de intérprete para entenderme con su marido. Renové mi relación con motivo de la inauguración de la estatua. Teníamos, pues, un objeto común de adoración. Era preciso ayudarme á sacar la tarea que á mi me cupo en suerte y ella puso mano á la obra. Su vida, desde entonces, se liga á la mía, aunque no nos veamos mas que dos ó tres dias una vez cada año. Su correspondencia es numerosa y las ramificaciones de su afecto abrazan á la República Argentina, porque yo la amo, á la Manso, porque me ama á mi, á mi hija porque murió Doininguito, cuyo retrato está sobre su mesa y es adornado de guirnaldas de flores cuando voy a verla.

Donde quiera que vaya, encontraré amigos que su solicitud me ha deparado; y si algo publico, las revistas, los diarios hablarán del libro, y yo sorprenderé en un articulo de diario una frase que es tomada de una carta mía á ella. Es, pues, suyo ese escrito.

Your glorious introduction, me escribió de la de Lincoln ¿pero quien es usted que asi comprende nuestras cosas?

Tradujo esa introducción, no sé si para publicarla, pero seguramente para tener el gusto de traducirla. Traduciría mis Viajes, si estuviera yo seguro de que fuesen leídos.

Al fin, emprende la tarea mas desesperada, cual era escribir mi biografía. ¡Cuántas molestias le hubiera costado! sí, como me lo dice en una carta, no encontrase en ello su propia complacencia. Su plan primero era la historia de mis trabajos sobre educación, para lo que le suministré copiosos datos, contenidos en libros y publicaciones del género.

Quiso mas tarde abrazar la vida política y tuvo que rehacer los apuntes. Mandóle al fin «Recuerdos de Provincia», y entonces me escribió: «Por fin lo tengo todo entero y lo comprendo.» Invitóme una vez á revisar sus apuntes, y cual fue mi pena al ver en ellos materia para un grueso volumen. ¿Como decirle que había extractado, traducido, redactado demasiado? Tomé conmigo los papeles, pretextando ser con urgencia llamado de Nueva York, y allí, rehaciendo, podando, cercenando, mutilando sin piedad, dejé lo necesario para un bosquejo, única forma en que podía introducirse un indiferente asunto á un público desapasionado.

Debió llorar sobre los despojos de su obra, tan sentidas son sus posteriores cartas, reclamando restablecer trozos que reputa característicos é interesantes. Pedíame gracia por la Toribia y Ña Clemen que eran episodios interesantísimos. Benavides debía entrar en escena, aunque fuese solo para mostrar los comienzos de la vida pública. Hechas las concedidas reparaciones, el librero editor del Facundo que cuida ante todo del tamaño del libro en relación al precio de venta, concedía solo ochenta páginas de biografía. La lucha fué larga, hasta que al fin obtuvo doce mas, seducidos los libreros, de ordinario insensibles, por el entusiasmo de la autora, acaso por el interes dramático ó novelesco que ha dado al personaje.

Si la vida de Quiroga tiene éxito, y se lo prometen los editores de varias revistas que recibieron pruebas, deberase al esfuerzo y talento de la introductora, que ha sabido interesar al público é iniciarlo en las cuestiones de la América del Sur. «Procuro, me dice en una carta, separar á la República Argentina, y lo lograré, de la masa de South América sobre la cual recae el desprecio ó la indiferencia de mis compatriotas.» Las cartas á Sumner, ella las ha agregado al fin de la obra, como justificación.

La víspera de mi partida, recibí la carta de despedida que acompaño en ingles, por no perturbar la sublime fascinación que revela.

Su amor de madre la eleva á la altura de Cornelia «No es usted para mi un hombre, sino una nación»—«si los pueblos no fueran perfectibles, la creación seria un absurdo y Dios un mito»—son pensamientos inspirados por una fuerte convicción ó una grande esperanza y fe en los destinos humanos.

He aquí la carta. (*)

(*) Desgraciadamente el autor, que ha dejado en blanco el espacio para transcribirla, se ha olvidado de hacerlo y la carta no se ha conservado; pero las de Mrs. Mann insertas en el Tomo XIX, pág. 280 y 286,  daran una idea. (N. de E.)

Memorias. Un viaje de Nueva York á Buenos Aires, de 23 de julio al 29 de agosto de 1868, capitulo Las santas mujeres. Mary Mann. Obras Completas de D. F. Sarmiento, Memorias, Tomo XLIX, Buenos Aires, 1900.

En este capítulo Las Santas mujeres, escribe:

La Manso, á quien apenas conocí, fue el único hombre en tres ó cuatro millones de habitantes en Chile y la Argentina que comprendiese mi obra de educación y que inspirándose en mi pensamiento, pusiese el hombro al edificio que veía desplomarse. ¿Era una mujer?

(página 294.)

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