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Modas por Anarda (Juana Manso) Álbum de Señoritas. 1854

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Señora Noronha

Cediendo a la invitación que tuvisteis la bondad de dirigirme, os envío mi primer artículo para vuestro periódico, que yo espero será muy breve el nuestro, quiero decir el del Bello Sexo Argenti­no que no podrá sin alto crimen de indiferentismo a sus propios intereses negaros la simpatía y pro­tección que merecéis.

Pasemos ahora a mi artículo.

A la verdad, mi querida amiga, que me habéis puesto en figurillas, y si no me hubieseis prometi­do el más riguroso sigilo, nunca me habría podido decidir a colocar mis pobres ideas en parangón con las de tanto sabio como hay en nuestra tierra, y que abundan más que las peritas, y esto que es­tán a cuatro reales el ciento!

Mas en fin, salga lo que saliere, allá va!  yo amiga, de poco entiendo, así es que me dedicaré a las modas, y por cierto que será mucho me­jor que trate de manteletas y moldes de vestidos, y no de libertad de imprenta, de ley de patentes, y de otras mil cosas estupendas de que tratan nuestros diaristas hoy, tirando tajos y reve­ses, proponiendo enmiendas, mejoras, etc. ; y ahora por hablar sobre esto me ocurre a mí pobre mujer, simplona que soy, si se pudiese hacer trocar los pa­peles por un mes que fuese a nuestros hombres de la época!

¡Si se pudiesen transformar los diaristas en mi­nistros y los ministros en diaristas! Bah!  Los diaristas que ahora saben decir tanta cosa buena, pero que a veces puede no venir (ni convenir) al caso, y que según ellos, son capaces de enseñar al ministerio, apuesto que trocadas las barajas, eran los ministros los que recobraban el juicio, en cuan­to que lo perdían los diaristas.

Pero, qué me importa a mí todo eso?

Adelante! Hablemos del último paquete, ya se sabe, dejando a un lado la guerra de los turcos, las empresas de los rusos, la expedición inglesa, las guerras de la Argelia, los interesantes paseos de Luis Napoleón y de la linda condesa de Montijo, etc. , etc.   Veamos los figurines.

Qué pena!

Creo que todavía no ha ocurrido a nuestras ele­gantes que la oposición de estaciones de los hemis­ferios es un obstáculo insuperable a las modas eu­ropeas, y que siempre nos vestiremos aquí en di­ciembre por los figurines de agosto; en fin con tal de andar a la francesa, aunque sea un remiendo,  allá va!

Es una aberración, lo conozco, pero me gusta más la mantilla a la española, y más que todo la libertad, la invención, esto de imitar un figurín, pa­rece una cosa, así como la de hacer una muñeca a imitación de la gente, aquí es al revés, es la gente que se torna muñeca.

En nuestra América meridional, tan lejos de Europa, tan opuestas las costumbres, los usos, y hasta las estaciones, no deberíamos sujetarnos al rigorismo de la moda francesa que nos invade hoy. Con todo, ya que vine a dar cuenta de la moda, a pesar de las digresiones que he hecho, os diré que los figurines que vinieron por el paquete traen las modas de invierno, desde el sombrero de ter­ciopelo hasta el manguito de pieles, y todo el ata­vío de la elegante que quiere desafiar en un día de diciembre o enero, esa lluvia misteriosa de la nieve que sin dar parte de su venida, cubre de un espeso y blanco velo, los techos y las veredas, que se levanta en remolinos impelida por el viento, produciendo una sensación dolorosa en el rostro, sino se le resguarda con un velo protector.

Ahora ya sabéis, lectoras, que para andar a  la ri­gurosa moda de París, hagamos de cuenta que no hay calor y vistamos nuestros vestidos de merino, nuestras manteletas de terciopelo y hagamos más, ese sacrificio a la imitación.   Si algún importuno, se nos viene con aquello de

-¡Jesús, señorita, con tanto calor! Nosotros responderemos:

– No lo crea Ud. caballero es la última moda  en París…

Y estamos al otro lado.

Con  que hasta otra ocasión, para decir neceda­des basta con los pliegos de papel que aquí van.

Puente de Barracas. 28 de Diciembre 1853.

                                                                                                                                     Anarada

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MODAS

Mi querida Redactora

Mucha es la amistad que debo profesarle a Ud. cuando consiento en continuar la difícil tarea de ayudar a Ud. en la empresa de la publicación de su periódico.

Pregunté a Ud. cómo encontraba mi artículo antecedente, me contestó Ud. «perfectamente”. Ay amiga mía, Ud. me ha engañado por modera­ción, o porque su cariño mismo ha sido el culpa­do!…  Es verdad señora Noronha, qué cosa tan buena y tan mala es el incógnito.

Tan buena, porque oímos la verdad, desnuda de toda consideración, porque esa Anarda, a quien nadie conoce, que le es indiferente a todos, de cu­ya capacidad nadie se cura, porque no hay  un nombre que respetar, ni un respeto humano delan­te del cual inclinarse…. a esa Anarda se le dice en su cara: «Lo que Ud. escribe no vale la pena. Cómo se atreve Ud. a poner en letra de imprenta sus necedades ?…

Y si esta Anarda, esta incógnita fuese la seño­rita D. Fulana, rodeada del prestigio, del nombre, del lujo, de la fortuna, cosas todas que con­sienten la impunidad, tal vez sería espirituosa, chistosa, etc.,etc.

Es bueno el incógnito mi querida redactora!… Pero ay quite Ud. allá, qué ruin y villana cosa es oír el fallo cruel de la opinión.

Figúrese Ud. que yo apenas recibí mi ejemplar, tomé el sombrero y la manteleta y me fui a una quinta vecina. Ya se sabe, hubo lectura en alta voz interrumpida por mil comentarios, favorables los unos, dudosos los otros, etc. Cuando llegamos al artículo de las modas, haga Ud. idea de los esca­lofríos, las palpitaciones de mi corazón, mi turba­ción, mi agonía cruel.

En fin leyeron.

– Vaya, dijo un Sr. de anteojos que estaba allí. Qué sandeces dice la tal señora de Barracas!

– No está tan malo, repuso una excelente seño­ra de estas antiguas damas, de las que raras nos van quedando; es preciso ser más indulgente, no hay que arrebatarse en sus juicios.

– De cierto, me aventuré a decir, casi con las lágrimas en los ojos.

– Mire Ud.  qué presumida, exclamó la hija de la casa; para qué se metería a escribir o echarla de literata!

– Y note Ud. que es inexacto, (observó un jo­ven que estudia para abogado, y que es sobrino de la dueña de la casa,) decir que las peras están a peso el ciento!

– Fue equivocación, dijo mi defensora que era la señora de edad, habrá querido decir, a peso la docena.

– El público no tiene cuentas con eso, mi señora, volvió a sentenciar el de los espejuelos.

– Sería mejor que se dejase de escribir, la fa­tua! Esta cristiana observación fue hecha por mi contemporánea, la muchacha.

-Y qué dice Ud. a esto señorita, me preguntó el estudiante; Ud. que es tan instruida, tan discre­ta, y que si quisiese darse al trabajo de escribir, es­toy seguro que honraría el Álbum, de Señoritas en vez de deslucirlo, como esa tal Anarda, que no tiene nada de espirituosa ni de elegante en su lenguaje.

A esta provocación, cómo quedaría yo, mi que­rida redactora? Balbuceé algunos monosílabos, que me valieron el elogio general de timorata, de indulgente, de excelente corazón, etc., etc. Yo estaba confundida, pero no sé cómo habrían quedado mis amigos si yo hubiese tenido el valor y el es­píritu necesarios para decirles:

«Anarda soy yo!» No lo dije; la lectura se hizo hasta la última página, después de la cual me retiré con los pies fríos y la cabeza caliente…. tuve fiebre, me dieron baños de pies…. la reflexión me aquietó poco a poco. Recordé lo que era este mundo, el ejemplo de lo que Ud. ha sufrido y sufre tan indiferente y serena me animó…

En fin, he convenido conmigo misma decir lo que me parezca y dejar que digan los otros lo que quieran, porque mi careta me sirve de escudo a toda responsabilidad, y como no he de escudriñar la vida ajena, ni los actos del Gobierno, y ni aun las producciones de los caletres de la época, voy a contraerme única y especialmente a las modas, y espero que me dejarán en paz.

Estuve ayer para complacer a Ud. en la calle del Cabildo, o como le llaman ahora, de la Victoria. Visité las dos casas que Ud. me recomendó, la tienda del Sr. Iturriaga, y el salón de modas de las señoritas Juvin, en la calle de Representan­tes. Qué pena, amiga mía, no tener la casa de moneda a mi disposición! Cuántos sacrificios me impone la amistad de Ud! Quiere Ud. saber lo que siento, en medio de ese Océano de riquezas de la tienda del Sr. Iturriaga!…

Qué vestido de gasa chinesca! qué vestidos de brocato, y otros bordados, y de guardas de colores! Ay qué tentación Dios mío! qué manteletas blan­cas, con blondas y flores de colores!…. qué espumillas de la China!…. cuánta clase de man­teletas, de géneros nobles,  de atavíos para las novias…. Salí de casa del señor Iturriaga con toda la sangre en la cabeza!…, soy muy pro­pensa a los arrebatos!

Hice mi visita a las señoritas Juvin. Sabe Ud. mi querida redactora, que es muy elegante y de mucho tono ese salón!

No está concluido aun, pero en breve lo estará. Es un templo en miniatura, templo del paganis­mo cuya diosa es la moda sobre su pedestal de oro. Las propietarias me dijeron que esperan de Paris otros dos espejos magníficos, de dimensiones colo­sales, más muebles a la Voltaire, y cortinas de terciopelo y de seda. En el fondo del salón se oculta otra puerta discreta que da a una pieza cuadrada que recibe la luz de una claraboya que hay en el techo. Esa pieza será el toilette de las damas que vayan a probar sus vestidos o sombre­ros. Agregue Ud. que las dueñas del estableci­miento tienen suma amabilidad y a juzgar por lo que hemos visto, feliz será la dama que se haga vestir por ellas.

Nuestra sociedad fashionable frecuentará sin duda el salón de modas, el más elegante que se ha ya abierto en Buenos Aires,

Crea Ud. mi querida redactora, que soy su amiga muy sincera.

Barracas, 4 de Enero de 1854.

Anarda.

POSCRIPTUM

Las señoritas Juvin han recibido de Francia por el Alberto, artículos de mucho gusto y de lujo.

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MODAS

Nuestra colaboradora de Barracas, está enferma hace tres semanas, razón esta por la cual no nos envía su apreciado contingente. En su falta, he­mos corrido las lonjas de modas francesas, y las de géneros. Los figurines que se encuentran en el Correo de Ultramar, Magazin de demoiselles, modas parisienses, etc, etc. No traen más que los trajes de la estación presente en Europa, que son los de riguroso invierno. Por eso si algún con­sejo pudiésemos dar a las elegantes, sería que se pusiesen en manos de las señoritas Juvin, porque ellas tienen buen gusto, y nobles géneros con que satisfacer las exigencias de las bellas, aun las más caprichosas en punto a modas.

Juana Manso. Álbum de Señoritas, Buenos Aires, 1854.

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