Mi querida Redactora
Mucha es la amistad que debo profesarle a Ud. cuando consiento en continuar la difícil tarea de ayudar a Ud. en la empresa de la publicación de su periódico.
Pregunté a Ud. cómo encontraba mi artículo antecedente, me contestó Ud. «perfectamente”. ¡Ay amiga mía, Ud. me ha engañado por moderación, o porque su cariño mismo ha sido el culpado!… Es verdad señora Noronha, qué cosa tan buena y tan mala es el incógnito.
Tan buena, porque oímos la verdad, desnuda de toda consideración, porque esa Anarda, a quien nadie conoce, que le es indiferente a todos, de cuya capacidad nadie se cura, porque no hay un nombre que respetar, ni un respeto humano delante del cual inclinarse…. a esa Anarda se le dice en su cara: Lo que Ud. escribe no vale la pena. Cómo se atreve Ud. a poner en letra de imprenta sus necedades ?…
Y si esta Anarda, esta incógnita fuese la señorita D. Fulana, rodeada del prestigio, del nombre, del lujo, de la fortuna, cosas todas que consienten la impunidad, tal vez sería espirituosa, chistosa, etc.etc.
Es bueno el incógnito mi querida redactora!… Pero ay quite Ud. allá, qué ruin y villana cosa es oír el fallo cruel de la opinión.
Figúrese Ud. que yo apenas recibí mi ejemplar, tomé el sombrero y la manteleta y me fui a una quinta vecina. Ya se sabe, hubo lectura en alta voz interrumpida por mil comentarios, favorables los unos, dudosos los otros, etc. Cuando llegamos al artículo de las modas, haga Ud. idea de los escalofríos, las palpitaciones de mi corazón, mi turbación, mi agonía cruel.
En fin leyeron.
– Vaya dijo un Sr. de anteojos que estaba allí. ¡Qué sandeces dice la tal señora de Barracas!
– No está tan malo, repuso una excelente señora de estas antiguas damas, de las que raras nos van quedando; es preciso ser más indulgente, no hay que arrebatarse en sus juicios.
– De cierto, me aventuré a decir, casi con las lágrimas en los ojos.
– ¡Mire Ud. qué presumida, exclamó la hija de la casa; para qué se metería a escribir o echarla de literata!
– Y note Ud. que es inexacto, (observó un joven que estudia para abogado, y que es sobrino de la dueña de la casa) ¡decir que las peras están a peso el ciento!
– Fue equivocación, dijo mi defensora que era la señora de edad, habrá querido decir, a peso la docena.
– El público no tiene cuentas con eso, mi señora, volvió a sentenciar el de los espejuelos.
– ¡Sería mejor que se dejase de escribir, la fatua! Esta cristiana observación fue hecha por mi contemporánea, la muchacha.
-Y qué dice Ud. a esto señorita, me preguntó el estudiante; Ud. que es tan instruida, tan discreta, y que si quisiese darse al trabajo de escribir, estoy seguro que honraría el Álbum, de Señoritas en vez de deslucirlo, como esa tal Anarda, que no tiene nada de espirituosa ni de elegante en su lenguaje.
A esta provocación, ¿cómo quedaría yo, mi querida redactora? Balbuceé algunos monosílabos, que me valieron el elogio general de timorata, de indulgente, de excelente corazón, etc., etc. Yo estaba confundida, pero no sé como habrían quedado mis amigos si yo hubiese tenido el valor y el espíritu necesarios para decirles:
«¡Anarda soy yo!» No lo dije; la lectura se hizo hasta la última página, después de la cual me retiré con los pies fríos y la cabeza caliente…. tuve fiebre, me dieron baños de pies…. la reflexión me aquietó poco a poco. Recordé lo que era este mundo, el ejemplo de lo que Ud. ha sufrido y sufre tan indiferente y serena me animó…
En fin, he convenido conmigo misma decir lo que me parezca y dejar que digan los otros lo que quieran, porque mi careta me sirve de escudo a toda responsabilidad, y como no he de escudriñar la vida ajena, ni los actos del Gobierno, y ni aun las producciones de los caletres de la época, voy a contraerme única y especialmente a las modas, y espero que me dejarán en paz.
Estuve ayer para complacer a Ud. en la calle del Cabildo, o como le llaman ahora, de la Victoria. Visité las dos casas que Ud. me recomendó, la tienda del Sr. Iturriaga, y el salón de modas de las señoritas Juvin, en la calle de Representantes. ¡Qué pena, amiga mía, no tener la casa de moneda a mi disposición! ¡Cuántos sacrificios me impone la amistad de Ud! Quiere Ud. saber lo que siento, en medio de ese Océano de riquezas de la tienda del Sr. Iturriaga!…
¡Qué vestido de gasa chinesca! ¡qué vestidos de brocato, y otros bordados, y de guardas de colores! ¡Ay qué tentación Dios mío! ¡qué manteletas blancas, con blondas y flores de colores!…. ¡qué espumillas de la China!…. ¡cuánta clase de manteletas, de géneros nobles, de atavíos para las novias…. Salí de casa del señor Iturriaga con toda la sangre en la cabeza!… ¡soy muy propensa a los arrebatos!
Hice mi visita a las señoritas Juvin. Sabe Ud. mi querida redactora, ¡que es muy elegante y de mucho tono ese salón!
No está concluido aun, pero en breve lo estará. Es un templo en miniatura, templo del paganismo cuya diosa es la moda sobre su pedestal de oro. Las propietarias me dijeron que esperan de Paris otros dos espejos magníficos, de dimensiones colosales, más muebles a la Voltaire, y cortinas de terciopelo y de seda. En el fondo del salón se oculta otra puerta discreta que da a una pieza cuadrada que recibe la luz de una claraboya que hay en el techo. Esa pieza será el toilette de las damas que vayan a probar sus vestidos o sombreros. Agregue Ud. que las dueñas del establecimiento tienen suma amabilidad y a juzgar por lo que hemos visto, feliz será la dama que se haga vestir por ellas.
Nuestra sociedad fashionable frecuentará sin duda el salón de modas, el más elegante que se ha ya abierto en Buenos Aires.
Crea Ud. mi querida redactora, que soy su amiga muy sincera.
Barracas, 4 de Enero de 1854.
Anarda.
POSCRIPTUM
Las señoritas Juvin han recibido de Francia por el Alberto, artículos de mucho gusto y de lujo.
Modas por Anarda (Juana Manso) Álbum de Señoritas. 8 de Enero de 1854, N°2.