El año que termina, fatal para la ciudad de Buenos Aires por la epidemia de la fiebre amarilla, es sin embargo uno de los más notables para el movimiento progresivo de la República.
El Honorable Congreso ha sancionado leyes importantes, entre otras la de subvención a la Instrucción Primaria en las Provincias. El telégrafo cruzando nuestros desiertos con sus hilos misteriosos, ha puesto al habla las más remotas provincias entre sí, y continúa extendiendo su benéfico influjo por todo nuestro suelo.
Comisiones de ingenieros se ocupan de los trabajos previos a la planteación de nuevas vías férreas, y las vías fluviales antes silenciosas, ven hoy sus corrientes agitarse a cada momento por los rápidos vapores que desde la Asunción hasta los confines del Paraguay y del Uruguay llevan el duplo intercambio delos artefactos y delas ideas.
Por todas partes se intentan mejoras materiales, tendentes a facilitar la viabilidad y el trasporte de las mercaderías.
Creemos que hay la voluntad de hacer el bien en pueblos y gobiernos, si bien no siempre se acierta con el mejor camino a seguir, ya porque imperen todavía ciertas ideas retrógradas, ya porque la opinión pública no ha adquirido todavía entre nosotros aquel grado de autoridad que le da la fuerza de ley, arrastrando en pos de sí las minorías resistentes.
De todas maneras es indudable que hemos entrado en uno de esos períodos de incubación, cuyos resultados serán latentes en un cuarto de siglo adelante, porque esa clase de elaboración en las transformaciones humanas es lento y los que vamos acompañándolo en su desarrollo, muchas veces paramos desalentados. Por ejemplo, la apatía pública en materia de elecciones, es incomprensible en medio de la agitación mercantil y de empresas, donde las concesiones del gobierno deberían depender más que todo del impulso de la opinión, o de la acción del propio gobierno en materias de interés local. Separar el pueblo del gobierno en una República, es caer en las monarquías de derecho divino y del poder absoluto. Para que el gobierno sea el agente de la cosa pública y la verdadera expresión del gobierno representativo, la opinión pública condensada en el propio gobierno, tiene que asumir la fuerza motriz del comitante, sin el cual toda elección deja de ser la expresión popular.
Con todo, no es nueva en la historia de los pueblos esa apatía que abandona el más caro de los derechos de la soberanía del ciudadano, porque impera sobre todas las cosas el espíritu de lucro y parece que los hombres se contentan de la paz y del orden social como prendas garantes de la estabilidad de sus negocios, aunque sea este un error que suele pagarse caro más tarde.
Juana Manso. Anales de Educación Común N° 10. 1871