Nació en Dayton, Ohio, en 1844 -Murió en Buenos Aires en 1924
Para reunir un cuerpo de maestras que fundaran escuelas normales en la Argentina, Sarmiento y la Sra. de Mann entrevistaron a innumerables candidatas, pero las que llenaban las condiciones no estaban dispuestas a partir; recién en 1869 llegó al país la primera: Mary Elizabeth Gorman, de Madison, Wisconsin.
Mary debía ir a San Juan —lugar donde había nacido Sarmiento—, en el límite con Chile. Sarmiento había persuadido a las autoridades de la provincia para que construyeran un edificio modelo; envió los planos desde los Estados Unidos, y dirigió con amor su construcción por correspondencia. La escuela se levantó en un solar, frente a la pequeña tienda, donde en los primeros años de su adolescencia trabajaba, como dependiente. Ya entonces soñaba con una escuela en ese lugar. Los fondos para equiparla, se recolectaron por medio de ferias y bazares, contribuciones en especie de los hacendados y donaciones de gente pudiente. Sarmiento estaba todavía en los Estados Unidos, cuando se celebró su terminación con una fiesta que duró tres días. Desde Nueva York había enviado, con destino a la escuela, semillas para plantar en los jardines, cuatro máquinas de coser, un gran piano, libros, y “¿qué se imagina Ud.?” —escribió a la Sra. de Mann—, “una soberbia colección de esos carteles mammouth, con pinturas y letras de todos colores, que tapizan las calles en Nueva York. En aquel apartado rincón del mundo aquellos carteles serán un extraño y sorprendente museo de letras y pinturas del mejor gusto… para niños.”
“Camino a San Juan, desde los Estados Unidos, van escritorios para la escuela, relojes, mapas, libros y todo lo necesario para que la enseñanza sea fácil y eficaz. La escuela tiene capacidad para mil estudiantes y se adoptará en ella el sistema de grados de Chicago, el más completo que conozco.
“San Juan tiene un clima en extremo sano” —continuaba—. “Hace mucho calor en verano (tanto o más que en Nueva York), frío en invierno. Para su uso personal sería mejor que llevasen los muebles de su uso. La alimentación es fácil y barata; abundante la carne, el pan y demás: frutas deliciosas, peaches *, uvas y todas las de los climas templados, naranjas, flores, legumbres, etc., en cantidades y sin precio.
“Los libros de instrucción los he mandado de aquí, y pueden llevarse los que convenga. San Juan es una provincia en el interior, con buenas costumbres y
excelentes deseos de mejorar, pero atrasada en comodidades, en edificios y confort. Una extranjera que allí llegase, se sentiría chocada, por mil pequeñeces, por la inferioridad relativa del común del pueblo, ignorante, desaseado, etc., etc.; por usos, costumbres, a que no está habituada, con un poco de nostalgia que nos hace mirar todo como desagradable, si un espíritu superior no lo lleva sobre todas estas cosas, y la sostiene en la idea de que precisamente su misión es echar elementos, para que se cambie ese estado de cosas.”
Inscribió a su buen amigo Pedro Alvarez: “Mañana o pasado llegará de Estados Unidos la primera maestra de escuela para San Juan. Otras le han de seguir, y en un año más, San Juan tendrá algo de que mostrarse satisfecho.”1
A otro amigo, el ilustre político español, Emilio Castelar, le escribió: “No edifique sobre arena. Descienda a la educación del pueblo; no para el pleito de hoy, sino para el de mañana, sobre el que habrá de recaer sentencia”2.
“En San Juan habrán este año nueve mil niños en las escuelas. ¡Feliz el día en que pueda gastar los tres millones que resiste la aristocracia blanca que sólo necesita colegios, para sus hijos!” 3
A Camilo Rojo, su sucesor en el gobierno, a otros amigos de San Juan y a sus hermanas y sobrinas, les había escrito muchas veces urgiéndolos a tener todo en orden y a ayudar a la Srta. Gorman en todo lo que pudieran.
“i Cuánto lamento que la Srta. Gorman no haya llegado!” –escribió, impaciente, a la Sra. de Mann—. “ Tengo sueldos suficientes para ella y dos más. Cuento con ella.”
Pero el severo clérigo bautista, padre de Mary, no le permitiría partir hasta que la Sra. de Mann le asegurase que Mary iría acompañada por un matrimonio responsable. Por fin los Hazen Springs, que vivían en Buenos Aires, se embarcaron de regreso en Boston, y Mary partió con ellos.
Spring era administrador de la “Tatay”, la estancia modelo de miles de acres, perteneciente al yanqui de Maine, Samuel S. Hale, quien había formado una gigantesca empresa de bancos, buques e intereses rurales. Sus barcos eran los “Portland coffins” (féretros de Portland), que cargaban la madera de los pinos de Maine, a cambio de cueros para las fábricas de calzado y arneses de New England.
En un crucero de dos meses por el Caribe y los puertos de Brasil, Mary se había relacionado con un pariente de sus acompañantes —el joven John Bean, de Brownsville, Maine, al norte de Bangor, que iba a la dorada Sudamérica en procura de fortuna— y fueron tan buenas relaciones, que cuando desembarcaron ya habían llegado a un entendimiento.
El tío de John, el banquero Andrew Bean, y su señora, llevaron a John y a Mary a su hospitalaria quinta, situada en el sector de Buenos Aires bien conocido hoy por los turistas adinerados 4. El jardín —famoso por su ombú, cuyo tronco era diez veces más grueso que los comunes—, descendía desde lo que es hoy Avenida Alvear, a lo largo de Callao, hasta los bajíos del ancho Río de la Plata, donde actualmente se encuentra la populosa Avenida Alem. Con más fortuna que el Rey Canuto**, las obras de ingeniería hicieron retroceder las aguas una milla y media, y en las tierras ganadas al río se construyó la hermosa Avenida Costanera, limitando la ribera.
De inmediato Andrew Bean, con el empecinamiento del natural de Maine, se opuso a que una joven como Mary Gorman hiciera el viaje de diez días en diligencia a San Juan. La situación política en el interior era completamente inestable para ofrecer seguridad —insistía—, a pesar de que Sarmiento había hecho arreglos para poner a la joven bajo la custodia de un oficial del ejército argentino y de un comerciante inglés.
Durante años, el interior había estado tan perturbado políticamente, que los extranjeros tenían poca confianza en una calma aparente. En 1865 Eduardo Costa, Ministro de Instrucción Pública, informaba que en Córdoba y en Catamarca “hordas de salteadores habían aislado a la población, que estaba a merced de nuevos ataques; Mendoza había sido saqueada por unas montoneras y en La Rioja se había organizado un movimiento de resistencia a las fuerzas nacionales; Corrientes acababa de pasar por un período de serias convulsiones políticas’’.
San Juan había sufrido, desde hacía tiempo, las depredaciones de los caudillos de provincia y sus secuaces, hasta 1862 —siete años antes de la llegada de Mary Gorman al país—. Sarmiento había escrito de su provincia con amargura:
“Está en un nivel más bajo que cualquier pueblo cristiano de esta tierra” 5. En 1867, sólo dos años antes del arribo de Mary, Sarmiento preguntaba a Juana Manso, Directora de los Anales de la Educación Común: “¿Qué hubiera pasado si las dos niñas, que están listas y deseosas de ir a San Juan, hubieran visto a Arias y a otros volverse y degollar a la gente?”
Escribió desde Nueva York el 1º de enero de 1867 a la viuda de su querido amigo Aberastain: “El degüello es una plaga en la Argentina, como la fiebre amarilla en otras partes.” Y un mes después, la Sra. de Mann transmitía al Sr. Barnard: “El Sr. Sarmiento espera enterarse por el próximo correo, que San Juan ha sido pillado y saqueado.”
No eran sólo las bandas de los caudillos las que agitaban el interior del país, manteniéndolo en un estado de inseguridad; en fechas tan avanzadas como el 3 de agosto de 1869, el 1º de marzo de 1870 y el 2 de septiembre de 1871,: La Nación de Buenos Aires informaba que los indios estaban invadiendo parte de las provincias de Mendoza, Santa Fe, el Sud de Córdoba y la ciudad de Río IV, entre las de Córdoba y Mendoza.
Sin embargo, el optimista Sr. Sarmiento, ansioso de que una norteamericana estuviera dirigiendo la hermosa escuela recién inaugurada, pensaba que en noviembre de 1869 el viaje ofrecía suficiente seguridad, y se sentía amargamente decepcionado por las continuas negativas de Mary Górman a ir. “Desde a abordo y al llegar aquí, los amigos o compañeros no han hallado mayor prueba de interés que darle que hacerle una pintura abominable del interior de la República… Se muestra poco dispuesta a ir a San Juan por ahora, y esperaría a que vengan otras compañeras u hallar aquí ocupación. .. Aquí el extranjero es el detractor eterno del país; y mueren de viejos, podridos en plata ganada fácilmente. . . Sólo conocen el interior por las nociones que pescan en los diarios… Cuento con que en quince días más, se habrán disipado estos vapores y seguirá su camino con gusto” 6 —agregaba—, esperanzado, refiriéndose a Mary Gorman.
Mary rechazó también interesantes ofrecimientos para enseñar en escuelas particulares, pues había venido para colaborar en la organización de las escuelas públicas gratuitas. En esa época cada provincia se ocupaba de sus propias escuelas —cuando las tenía— y los empleos en las escuelas comunes no eran muy accesibles. Sarmiento se había desentendido de ella, pero Juana Manso acudió en su ayuda; cuando se inició el nuevo año escolar, el 21 de enero de 1870, Mary se hizo cargo de la escuela primaria Nº 12, en Buenos Aires. Fue para ella una desilusión, porque había esperado dirigir una escuela normal.
Casi todos los meses, la bondadosa Sra. Manso encontraba la manera de introducir un párrafo sobre Mary en Los Anales7. «La Srta. Gorman, a pedido de la Sra. Manso, dió instrucciones y demostraciones de dibujo lineal.” “La Sra. Manso explicó el Sistema Perkins y la Srta. Gorman ejecutó algunas instrucciones del mismo Sistema.” Pero seis meses después de haber empezado a trabajar, Los Anales informa que Mary no había recibido un centavo de su sueldo. La Sra. Manso explicaba a la Sra. de Mann:
“Cuando la Srta. Gorman se presentó, a cobrar su sueldo, el tesorero respondió que había orden del Sr. Sánchez Boado para no pagarle. La confusión, el bochorno de la pobre niña es preciso haberlo visto para valorarlo. ‘Qué he hecho’ —decía ella—. ‘Tendrán que decirme por qué no me quieren pagar’. A lo que yo le respondía: ‘El despotismo no tiene razones’. Y ella que conoce la historia y tiene una inteligencia clara de las cosas, no podía sin embargo, comprender nuestras cosas.
“Me dijeron que las razones que aducía para no pagar a la Srta. Gorman, primero, que no le pagaban por ser gringa; segundo, porque esa gringa son los ojos de Juana Manso, esa mujer que para oprobio del país está en el Consejo de Instrucción Pública. . . Muchas veces he visto a la pobre Srta. Gorman, pálida y abatida, a pesar de su resignación angelical, traicionando ese mudo pesar la tristeza de su corazón al verse maltratada y desconocida, sin darse cuenta a sí misma de este vergonzoso proceder la corporación municipal de Buenos Aires!”
A fines de junio, no habiendo percibido aún sus sueldos, renunció.
Al parecer, algo se consiguió, porque el Buenos Aires Standard del 27 de julio de 1870, anuncia que “las Srtas. Wood, Dudiey y Gorman, han abierto en las Avenidas Cangallo y Callao una escuela para infantes”. Aunque Mary demostrara ampliamente su capacidad para enseñar, aún no le habían pagado en enero de 1871 —informa Los Anales.
Parece que fue capaz de mantener sus dificultades profesionales estrictamente aparte de su vida privada, porque ese mes recibió una carta de John Bean desde “Tatay”, donde trabajaba. No podía explicarse por qué, cada vez que la veía parecía menos alegre, menos despreocupada de lo que había sido a bordo, y estaba seguro que su profesión tenía algo que ver en ello. “Cuando nos casemos —decía— mi primer esfuerzo será devolverle la alegría que tenía cuando nos encontramos.” ¡Pobre John! Antes de terminar el mes, había muerto, y si Mary recuperó la alegría fue por intermedio de su mejor amigo, John Sewall, un joven cambista inglés.
La fiebre amarilla empezó en enero de 18718 y durante cinco meses barrió las calles de Buenos Aires, llevándose uno de cada diez habitantes. Oficialmente, el húmero de muertos fue de trece mil, pero en realidad los desaparecidos fueron el doble. Las noches y los días eran cálidos y húmedos; no se prestaba atención a los enfermos, y los muertos yacían sin sepultura. Las aguas poco profundas del Río de la Plata, al pie del bello jardín de los Bean, enviaban nubes de mosquitos portadores de la fiebre amarilla hasta la espaciosa mansión, en lo alto de la barranca. Mary cayó enferma, pero levemente, y se recuperó. Junto con John Sewall cuidó a los once enfermos de la casa, entre personas de la familia y servidumbre. Siete murieron y cuatro se salvaron.
En las postrimerías de 1872, Mary renunció a su cargo en la escuela que había vuelto a abrirse, y el 24 de marzo de 1873 se casó con John Henry Sewall, en la Iglesia Anglicana de San Juan Bautista. Poco tiempo después, Sewall y un socio compartían la dirección de “Curumalán”, la gran estancia —tan extensa como medio Rhode Island— situada entre Buenos Aires y Bahía Blanca, perteneciente a los hermanos Baring, banqueros de Londres. Más tarde compró su propia estancia, y en 1884 la Sra. de Eccleston anotó en su diario: “El Sr. Sewall vivió aquí veintidós años e hizo fortuna.”
Notas
* Duraznos. (N. del T.)
** Se refiere al Rey de Dinamarca, Inglaterra y Noruega, Canuto el Grande—Siglo XI— quien, para poner a prueba las aseveraciones de los cortesanos aduladores, que le aseguraban que era capaz de hacer todo lo que se propusiera, se sentó en una silla a la orilla del mar y trató de hacer retroceder las aguas con una escoba, fracasando, naturalmente, en su intento. (N. del T.)
1. Sarmiento a través de un Epistolario. Julia Ottolenghi.
2. Páginas Confidenciales, pág. 212, Alberto Palcos; carta a Emilio Castelar, 24 de septiembre, de 1869.
3. Páginas Confidenciales, pág. 219. carta a José Posse. abril de 1870.
4. Diario inédito de Harriet Packard, de Winona, prima de Franc Allyn, que la visitó durante seis meses, en 1883.
5. Carta de Juana Manso a la señora de Mann, 5 de noviembre de 1870.
6. B. A. A. L. Tomo IV, Nº 13, pág. 124. carta de la Sra. de Mann. 12 de noviembre de 1869.
7. Anales de la Educación Común, Vol. 7-8, 1869-70; págs. 203 y 221; Vol. 9, 1871, págs. 80, 102 y 177.
8. Los que Pasaban. Pablo Groussac, que sucedió a John William Stearns como director de la escuela normal, escribió con realismo sobre los horrores de la fiebre amarilla.
Capítulo del libro Setenta y cinco valientes. Sarmiento y las maestras norteamericanas de Alice Houston Luiggi, Ed. Ágora, Buenos Aires, 1959