LUISA MILLER.
El Sábado 28 se cantó en el Teatro Argentino esta sublime partitura del maestro Verdi.
Todo cuanto ella encierra de poesía, de inspiración, de grandeza, de novedad, de dificultades, y lo que la partitura de Luisa Miller en fin, es en la historia de la música, nosotros no podemos decirlo. Para entrar en el análisis crítico de obras de este género, sería necesario ser un segundo Verdi; poseer un alma tan artista como la suya, y una organización musical tan excepcional como la suya. El resorte mágico con que Verdi vivifica las pasiones, la combinación de sus orquestas, el espiritualismo de sus concepciones, el sello particular de sus creaciones se siente, pero no se explica. El canto es en la historia de la vida humana, una necesidad tan positiva de la emoción, como el llanto, y como la risa. En su infancia, la música solo fue considerada como pasatiempo, hasta que al lento trabajo de hombres predestinados, que aparecen en todos los siglos, se elevó a la categoría de ciencia, ciencia de poesía, iluminada del reflejo divino de la inspiración.
En todas las escuelas que se han ido sucediendo, la música ha buscado esa clave misteriosa de la traducción filosófica de la historia de las pasiones humanas. Beethoven, Mozart, Haydn, Handel, Rossini, Bellini, Meyerber, Donizzeti, Mercadante la han buscado; sólo Verdi debía encontrarla! sólo Verdi, debía escribir la tragedia lírica, con toda la majestad de la escuela clásica y con la libre e impetuosa inspiración del más excéntrico romanticismo!
Solo a él era dado esa combinación, extraña pero sublime, de la escuela alemana y del sentimentalismo italiano! Verdi, abandona el canto, la lisura de los temas a los que se adaptaba hasta hoy el sentimiento, rompe todas las convenciones, y sigue la palabra, en toda la vehemencia del dolor y en los mil giros impetuosos que le imprime la pasión!
Luisa Miller ha sido bien cantada; no trepidamos en decir que es la partitura que mejor se haya ejecutado en Buenos Aires. Es altamente difícil como taciturna y como orquestación, pero tenemos un director de orquesta que es verdaderamente el alma de la compañía Pestalardo. El vestuario era nuevo y bastante bien ejecutado. La concurrencia fue poca; notándose desierta casi toda la primera orden de palcos: con todo, el público aplaudió con entusiasmo y con una oportunidad remarcable.
La señora Ida, nos pareció esa noche fatigada, no estaba identificada con la Luisa de Schiller. Con todo cantó bien y mejor tal vez que nunca si se toma en consideración, los pocos ensayos que ha tenido, y lo recargada de quehaceres líricos que se encuentra la señora Ida, obligada a pasar de un extremo a otro del drama y de uno a otro género de música.
El Sr. Guillelmini cantó bien: desearíamos menos exageración en sus posiciones; su falta de escuela es sensible. El dueto de los SS. Casanova y Tati tuvo una ejecución feliz.
El cuarteto armónico, de una dificultad inmensa, fue perfecto.
Los duetos de Luisa con su padre, y el de la misma con Rodolfo hicieron un verdadero furor.
El terceto final, qué diremos que es? cómo se podrá clasificar? Es escrito para cantarse o para llorar?
Oh! es la propia elegía del llanto, del dolor y de cuanto encierra de sufrimiento el pobre corazón humano en los dos amores únicos que imperan sobre nosotros. Amor paternal, amor primero a los cuales es necesario decir adiós! en los bordes de la tumba, y responder adiós! y sobrevivir a los que amamos
Al Sr. Ribas qué le diremos? es nuestro antiguo conocido, por eso no hemos olvidado, aún «El Torquatto Tasso» que tanta popularidad le granjeó en los primeros pasos de su carrera artística. Ni al rey de la Favorita, ni la célebre partida de cartas de la ópera Odina o Carlos VI, en que con la inimitable Stolz hizo un verdadero furor; y en fin tampoco hemos olvidado la verde corona del Sterntz de la Eleonora, contra la cual jugó, el señor Ribas su vida, y que le ha costado sino aquella que después de Dios salvó la ciencia de Hanemmann, por lo menos más de la mitad de su simpática voz de barítono que él sabe conducir con tanta maestría como buen gusto.
Diremos pues al Sr. Ribas, que ejecutó su doble papel, de actor y de cantante, como lo esperábamos de antemano.
Juana Manso, Álbum de Senoritas, Buenos Aires, 1854.