A la Sra. Manso, Da.Juana
Hace algún tiempo que inspiran temores entre sus amigos las muestras visibles de desorganización cerebral que tan gravemente afectan sus facultades intelectuales, y parece que ha llegado el caso de poner algún remedio a tan triste dolencia.
Créame Ud. Da. Juanita, sería muy sensible para las personas que la estiman, el ver un día en la Residencia a la «más preciosa joya» de la Nación Argentina. — Tome, señora, tome por Dios algunos calmantes para atemperar la irritación de su sangre. Sus nervios están en una excitación muy alarmante, y forzoso es decírselo, su razón se halla en inminente peligro. — Tome mucha sanguinaria y procure combatir esa hidrofobia de que se halla atormentada, pues si hasta ahora derrama el veneno sin tasa con su pluma, disparatando tan desatinadamente, es de temer que cuando arrecien los calores, salga Vd. á mordernos, enloqueciendo con sus locuras a todo el mundo. — Y no crea Vd. que soy yo quien la califica de loca; es el público, que en mi concepto la conoce mejor que yo.
La opinión pública rara vez se equivoca en sus juicios, y es preciso confesar que en este caso sobre todo, no se puede dudar de la opinión general. — Basta con echar una ojeada sobre los escritos de Vd. y confrontarlos e inmediatamente se deduce el juicio que todos tienen de Vd. Así no es extraño el ver en las elucubraciones de su desorganizado majín derribar hoy el ídolo que levantó ayer con igual ligereza, anatematizando sin respeto humano a todos en general y a cada uno en particular, sin que se escapen de sus vapuleos ni sus mejores amigos.
Desde que la conozco, no le he oído más que palabras desconsoladoras contra su país, contra sus hombres eminentes, contra el bello sexo, y sobre todo, contra todos aquellos a quienes la opinión pública califica de instruidos. Para Vd. los periodistas, los maestros, los altos funcionarios públicos todos son unos tontos o un atajo de burros según su expresión más común; salvo aquellos que le dan para echar en el bolsillo. — Nadie sabe nada para Vd. Se lamenta Vd. más que Jeremías al considerar lo que Vd. llama la ruina de su patria por la ineptitud de sus paisanos, – como Vd. dice Sra., Sra. a donde va Vd. a parar? Siguiendo así, dentro de poco va a ser preciso amarrarla. Sí de este modo califica Vd. a aquellos a quienes debía respetar por muchas razones, qué tiene pues de extraño que me llame Vd. tonto declarando «con tanta agudeza», que me aventaja en malicia?; —En este punto yo se la cedo a Vd. toda.—Podría sacar mucho partido de su disparatado artículo para ponerle en ridículo, pero no sería digno de mi ventajosa posición. Abreviemos, señora, pues el tiempo es para mí más escaso y más útil que el suyo. -Como educadora, ha probado Vd. su nulidad, a pesar de haber contado con todos los recursos de que se podía disponer en el país, pues tenía Vd. la escuela mejor provista de cuanto pudiera necesitar, y es la que ha dado el peor resultado en los últimos exámenes; y gracias a la señora que hoy la dirige, que la adelantó algo en el corto tiempo que estuvo en ella antes de los exámenes. No sin razón abandonó Vd. la escuela en los últimos momentos para no presenciar su derrota. — Como «escritora pública», está Vd. siendo la plaga de los periodistas, y el hazme reír de todos, cansados ya de oírla disparatar tanto, por lo que está Vd. emborronando papel inútilmente, porque nadie lee lo que Vd. escribe, desde que se divisa su nombre al pie de sus «chorizos». -Si traduce o produce «originales» con el «modesto» fin de instruir a los maestros, se expresa Vd. en un lenguaje bárbaro que Vd. sola puede entender, empleando como dice Selgas «esa jerga inventada para poder decir todo género de desatinos, siendo natural y accesorio que la corrupción de las ideas produce inmediatamente la corrupción de la lengua». -No hace Vd. más que denigrar a su país insultando a todos, dando palos de ciego desatentadamente. Solo muestra un talento particular para enajenarse la voluntad de los que le manifiestan aprecio, lastimando sin consideración de ninguna clase, y cuando se la quiere llamar a los límites de la razón, entonces, con el llanto de cocodrilo pone el grito en el cielo diciendo: «que es una débil mujer». — Hasta ahora solo se ha podido observar en Vd. una imaginación muy viva, más audacia que imaginación. En cuanto sus conocimientos científicos son muy superficiales- Es Vd. lo que se llama una verdadera ERUDITA A LA VIOLETA.
Tal vez no haya leído Vd. a Cadalso, donde se encuentra Vd. fotografiada. ¿Duda Vd. de estas verdades? Pues pasemos al terreno de los hechos. Concédame tres o cuatro sesiones públicas, y me comprometo a «probar» que sus conocimientos no son tan profundos como para ocupar un puesto tan alto en el Magisterio como el que Vd. pretende conquistarse a fuerza de charlatanería, y con ínfulas, nada menos, que de querer enseñar a los maestros. -También probaré analizando el guirigay de sus propias producciones, su ignorancia en Gramática, Lógica y Retórica. –Vd. ha tenido hasta ahora el privilegio de charlar sin que nadie haya querido tomarse la molestia de hacerle caso, y por eso abusa tanto de la paciencia del público, «inundando» la prensa hasta dejar hastiado a todo el mundo.
Su desmedida vanidad ha llegado a tal punto que ha tenido la desvergüenza de manifestar por la prensa que su autoridad es necesaria en cuanto tenga relación con la instrucción pública, alegando entre otros derechos «su suficiencia» en la materia. Qué descaro! -A este paso, mañana será preciso pedir a Vd. permiso para pensar sobre cualquier punto del ramo. Y para tantos humos, ¿qué hace Vd. en beneficio de la clase menesterosa que necesita instrucción, sin medios para adquirirla? Cuánto más le valdría, ya que blasona tanto de patriota, de abrir una escuela gratuita para las madres de familia pobres que carecen de instrucción. Declamar por la prensa sin dar el ejemplo, no es el medio más conducente de servir a su país, pues está Vd. haciendo con su eterno cacareo lo que el patrón Arana. -Lo que Vd. tiene, Da. Juana, es una sed insaciable que la devora por querer figurar, y por eso es que tanto se afana por deprimir a los que la conocen… y a quienes no puede dañar su hidrofobia. – Señora, Señora, tome sanguinaria, mucha sanguinaria; refresque su sangre y prepárese a presentarse serena en el palenque porque yo soy el que le va á ajustar la horma de los zapatos.
Mientras tanto, la saluda con cariño su mejor amigo,
Enrique M. de Santa Olalla.
Hace algún tiempo que inspiran temores entre sus amigos las muestras visibles de desorganización cerebral que tan gravemente afectan sus facultades intelectuales, y parece que ha llegado el caso de poner algún remedio a tan triste dolencia.
Créame Ud. Da. Juanita, sería muy sensible para las personas que la estiman, el ver un día en la Residencia a la «más preciosa joya» de la Nación Argentina. — Tome, señora, tome por Dios algunos calmantes para atemperar la irritación de su sangre. Sus nervios están en una excitación muy alarmante, y forzoso es decírselo, su razón se halla en inminente peligro. — Tome mucha sanguinaria y procure combatir esa hidrofobia de que se halla atormentada, pues si hasta ahora derrama el veneno sin tasa con su pluma, disparatando tan desatinadamente, es de temer que cuando arrecien los calores, salga Vd. á mordernos, enloqueciendo con sus locuras a todo el mundo. — Y no crea Vd. que soy yo quien la califica de loca; es el público, que en mi concepto la conoce mejor que yo.
La opinión pública rara vez se equivoca en sus juicios, y es preciso confesar que en este caso sobre todo, no se puede dudar de la opinión general. — Basta con echar una ojeada sobre los escritos de Vd. y confrontarlos e inmediatamente se deduce el juicio que todos tienen de Vd. Así no es extraño el ver en las elucubraciones de su desorganizado majín derribar hoy el ídolo que levantó ayer con igual ligereza, anatematizando sin respeto humano a todos en general y a cada uno en particular, sin que se escapen de sus vapuleos ni sus mejores amigos.
Desde que la conozco, no le he oído más que palabras desconsoladoras contra su país, contra sus hombres eminentes, contra el bello sexo, y sobre todo, contra todos aquellos a quienes la opinión pública califica de instruidos. Para Vd. los periodistas, los maestros, los altos funcionarios públicos todos son unos tontos o un atajo de burros según su expresión más común; salvo aquellos que le dan para echar en el bolsillo. — Nadie sabe nada para Vd. Se lamenta Vd. más que Jeremías al considerar lo que Vd. llama la ruina de su patria por la ineptitud de sus paisanos, – como Vd. dice Sra., Sra. a donde va Vd. a parar? Siguiendo así, dentro de poco va a ser preciso amarrarla. Sí de este modo califica Vd. a aquellos a quienes debía respetar por muchas razones, qué tiene pues de extraño que me llame Vd. tonto declarando «con tanta agudeza», que me aventaja en malicia?; —En este punto yo se la cedo a Vd. toda.—Podría sacar mucho partido de su disparatado artículo para ponerle en ridículo, pero no sería digno de mi ventajosa posición. Abreviemos, señora, pues el tiempo es para mí más escaso y más útil que el suyo. -Como educadora, ha probado Vd. su nulidad, a pesar de haber contado con todos los recursos de que se podía disponer en el país, pues tenía Vd. la escuela mejor provista de cuanto pudiera necesitar, y es la que ha dado el peor resultado en los últimos exámenes; y gracias a la señora que hoy la dirige, que la adelantó algo en el corto tiempo que estuvo en ella antes de los exámenes. No sin razón abandonó Vd. la escuela en los últimos momentos para no presenciar su derrota. — Como «escritora pública», está Vd. siendo la plaga de los periodistas, y el hazme reír de todos, cansados ya de oírla disparatar tanto, por lo que está Vd. emborronando papel inútilmente, porque nadie lee lo que Vd. escribe, desde que se divisa su nombre al pie de sus «chorizos». -Si traduce o produce «originales» con el «modesto» fin de instruir a los maestros, se expresa Vd. en un lenguaje bárbaro que Vd. sola puede entender, empleando como dice Selgas «esa jerga inventada para poder decir todo género de desatinos, siendo natural y accesorio que la corrupción de las ideas produce inmediatamente la corrupción de la lengua». -No hace Vd. más que denigrar a su país insultando a todos, dando palos de ciego desatentadamente. Solo muestra un talento particular para enajenarse la voluntad de los que le manifiestan aprecio, lastimando sin consideración de ninguna clase, y cuando se la quiere llamar a los límites de la razón, entonces, con el llanto de cocodrilo pone el grito en el cielo diciendo: «que es una débil mujer». — Hasta ahora solo se ha podido observar en Vd. una imaginación muy viva, más audacia que imaginación. En cuanto sus conocimientos científicos son muy superficiales- Es Vd. lo que se llama una verdadera ERUDITA A LA VIOLETA.
Tal vez no haya leído Vd. a Cadalso, donde se encuentra Vd. fotografiada. ¿Duda Vd. de estas verdades? Pues pasemos al terreno de los hechos. Concédame tres o cuatro sesiones públicas, y me comprometo a «probar» que sus conocimientos no son tan profundos como para ocupar un puesto tan alto en el Magisterio como el que Vd. pretende conquistarse a fuerza de charlatanería, y con ínfulas, nada menos, que de querer enseñar a los maestros. -También probaré analizando el guirigay de sus propias producciones, su ignorancia en Gramática, Lógica y Retórica. –Vd. ha tenido hasta ahora el privilegio de charlar sin que nadie haya querido tomarse la molestia de hacerle caso, y por eso abusa tanto de la paciencia del público, «inundando» la prensa hasta dejar hastiado a todo el mundo.
Su desmedida vanidad ha llegado a tal punto que ha tenido la desvergüenza de manifestar por la prensa que su autoridad es necesaria en cuanto tenga relación con la instrucción pública, alegando entre otros derechos «su suficiencia» en la materia. Qué descaro! -A este paso, mañana será preciso pedir a Vd. permiso para pensar sobre cualquier punto del ramo. Y para tantos humos, ¿qué hace Vd. en beneficio de la clase menesterosa que necesita instrucción, sin medios para adquirirla? Cuánto más le valdría, ya que blasona tanto de patriota, de abrir una escuela gratuita para las madres de familia pobres que carecen de instrucción. Declamar por la prensa sin dar el ejemplo, no es el medio más conducente de servir a su país, pues está Vd. haciendo con su eterno cacareo lo que el patrón Arana. -Lo que Vd. tiene, Da. Juana, es una sed insaciable que la devora por querer figurar, y por eso es que tanto se afana por deprimir a los que la conocen… y a quienes no puede dañar su hidrofobia. – Señora, Señora, tome sanguinaria, mucha sanguinaria; refresque su sangre y prepárese a presentarse serena en el palenque porque yo soy el que le va á ajustar la horma de los zapatos.
Mientras tanto, la saluda con cariño su mejor amigo,
Enrique M. de Santa Olalla.
Libelo publicado en un diario el 29 de agosto de 1866. Citado en