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Lecturas de Carlos Dickens por Domingo F. Sarmiento

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Sra. Da. Juana Manso.

Dos grandes novedades han tenido al público norte-americano asombrado de si mismo, y de una cierta verdad oculta que hay en todas las cosas, contra la verdad ostensible, proclamada, cacareada, y de todos aceptada hasta que un indiscreto levanta el velo ó el diablo tira la manta, y quién lo hubiera creido! no era verdad la verdad, y todo lo contrario era la verdad verdadera.

Fué el primer chasco el que se daba el Congreso atacando al Presidente. Ni los diarios que mas osadamente sostenian su política habrán asegurado que el pueblo estaba con él. De California que está de aquí tan lejos como el adagio lo dice, salió el primer indicio, y la confirmacion la dieron uno en pos de otro los Estados, quedándose republicanos y radicales estupefactos. Reúnese el Congreso, y primero se temia que á pretesto de no ser esta la sesion regular el Presidente no mandaría mensage ya para hacer tirar piedras al Congreso, ya para huirle el bulto a las dificultades. Lanza el Presidente en lugar de mensage un brulote y sin andarse por las ramas, se vá al fondo de le cuestion, insinuándoles que los pondrá á la puerta como Comwell, si á sabiendas y de ánimo deliberado violan la Constitucion, anulando uno de los Departamentos del Gobierno.

Ahi fué Troya . . . Pues nada de eso. El Congreso se lo tuvo por dicho, la tempestad descargó en agua; el Impeachment no supo donde meterse de vergüenza, dos tercios de votos lo rechazaron con menosprecio y la alarma desapareció Cuánto vale tener razon, ante todo estar convencido de ello, y despues de decirlo y probarlo obrar en consecuencia !

Todas las resistencias sin derecho desaparecen, como la neblina, cuando el sol se presenta. Pero no era político el objeto de esta Carta.

El célebre novelista Dickens visitó veinte años há los Estados-Unidos ; y en sus escritos habló de ellos, como un inglés de ahora veinte años; de como los Estados-Unidos eran veinte años há, es decir un niño fornido, vendiendo salud y mostrando los puños, un poco mal criado como lugareño, y peor mirado con las lunetas de un inglés. Puedo darle mi testimonio á Dickens, pues que yo me andaba por estos mundos tambien entonces si bien no siendo inglés, y si muy americano, puede señalar el dia y la hora en que el moceton entraría en la edad de la razón. Z01.

Aun todavia la generalidad del pueblo inglés cree que los yankees hablan gangoso y usan de el calculate, guess y make, muletas que eran allá en tiempo de entonces muy comunes; y hoy en dia, los diarios y revistas inglesas se empeñan en corregir el error prevalente, persuadiéndoles que los americanos sabian tan bien ó mejor que ellos el inglés. y son unos gentlemen muy estimables.

Dickens anunció su intencion de visitar de nuevo la América, dando lecturas y una crispacion de nervios recorrió al solo anuncio, de un cabo al otro de América. La crispacion era en los nervios de la prensa. Cómo, Dickens, el picaro Dickens, osaba presentarse ante el pueblo de que habia hecho mofa!

Y se produjeron en todos los periódicos diarios cuantas injurias habia, á lo que decian vomitando contra los Estados-Unidos: Que no viene Dickens; que viene Dickens; que está enfermo; que tornó; que salió de Inglaterra anunció el Cable ; que llegó á Boston una mañana repitieron los diarios. Empezaron á venderse las papeletas de entrada para sus lecturas, y la policia tuvo que intervenir, tal era la demanda. En el mas vasto salon, se abre el curso de lecturas; Dickens se presenta ante el escojido público de Boston, y dice, dirijiéndose á la atenta, silenciosa y cortés muchedumbre : Laies and Gentleman; y un torrente de aplausos le acoje, saluda y felicita. Otra verdad inverósimil. No habia tal enojo ni rencor del pueblo norteamericano, porque no hubieron tales ofensas, en tomar el novelista el ridículo de este lado del Atlántico con la misma desenvoltura que lo hace del otro; pues los errores, estravagancias, crímenes, pasiones y carácteres ingleses han dado materia para sus novelas, que son las mas populares del mundo.

Antes que llegase se habian hecho repetidas ediciones de sus obras completas: cuatro millones de americanos y americanas (pues ya no se habla aquí de hombres sin añadir mujeres,) están repasando su Dickens; y los que pueden haber un ticket de entrada se dan por muy felices.

El mio me cuesta cuatro pesos y en Boston se vendieron algunos por cincuenta, á fin de tener el derecho de oir. . . … qué se imajina vd?. . . . … leer!!

De nada mas se trata. Un hombre va á leer en un libro, que todo  el mundo conoce, una novela, y se pagan cuatro, diez, veinte pesos por oirlo. Dickens recojerá unos doscientos mil duros en cuatro meses, por su trabajo de leer una hora cada noche, y su paciencia para recibir cordiales y respetuosos aplausos tomando de paso algunas  notas que habrán de servirle para escribir otra novela americana y ganarse en ello otros cien mil pesos. Qué necedad la de Napoleon darse tanta molestia para ser emperador, sin una hora de verdadera dicha, roido por los cuidados, viendo surjir delante de sí nuevas dificultades y caer una tras otra sus pasadas combinaciones ante el soplo de la realidad, rebelde á la accion de la fuerza? No era mejor ser Dickens, escribir lindas novelas, pasearse por sus dos reinos, entrar triunfalmente en su buena ciudad de Boston, ensacar los pesos, y dejar correr los aplausos como la espuma del champagne? Pero leer, nada mas que leer? Pues ahí está la gracia, leer.

En una cierta aldea de Inglaterra tratábase de cierta funcion á fin de colectar fondos para cierta obra de utilidad pública y uno de los interesados, acordándose de su amigo de colejio Dickens le pidió que les ayudase con algo. Como no habia de escribir una novela que era lo que sabia hacer, ocurriósele ofrecer leerles un capitulo de las ya escritas. Era bien poca cosa por cierto; pero la presencia de todo un Dickens en toda una aldea, era un cebo para atraer los espectadores y fué aceptado el ofrecimiento como medio y no como fin.

Dicen que Dickens se turbó al principio en presencia de tan aldeano público; pero recobrándose á poco, él y no el respetable público empezó á comprender lleno de sorpresa el talento hasta entonces para él desconocido, con que lo habia dotado natura.

A medida que leia, volvíanle las impresiones de cuando escribia, los imajinarios personajes fueron tomando forma, y de sus lábios sin poderlo remediar empezaron á salir las palabras con el metal de voz, acento y accidentes de cada uno, anciano, muger, gazmoña, borracho; y sin reparar en ello habia dejado de leer en el libro que tenia en la mano y accionando, jesticulando, riendo ó llorando, estaba ante el  público absorto, haciendo lo que pocos actores alcanzan é hiciéramos todos si supiéramos leer, todos los papeles imajinables al mismo tiempo.

Dickens volvió con su tesoro á Londres, siguiólo la fama de tan maravilloso espectáculo; un autor que se lee á sí mismo; se le pidió una lectura; repitió ciento, y ganó miles: y hoy se pasea de ciudad en ciudad de los Estados Unidos; esperado con ansia, recibido con aplauso, oido con asombro tranquilo y amenazado de una plétora incurable de medio millon de pesos.

Este es Dickens y de su arte de leer, ya lo he dicho sin pensarlo todo. Tiene un libro en la mano, que no lee ni mira nunca, y repite de memoria lo que todos habian leido cien veces.

Es un libro vivo; hé aquí todo.

El salon de Stenway es uno de los mas capaces de Nueva York, pues los teatros responderian mal al objeto de estas reuniones. Stenway, no sé si lo ha pasado por alto, el constructor de pianos, que en la Esposicion Universal, con otro norte-americano, dejó muy atrás á los constructores de Europa. Su fábrica, en la calle 14 presenta un frontis de mármol blanco, tenido por el mas acabado como obra de arte en los Estados Unidos; y para hacer oir sus pianos se ha dado el gusto de construir un salon de conciertos, que sirve para muchos otros objetos de reunion, en que se requiera espacio y reconcentracion de los sonidos. Asi el talento fábril ha llegado á ser una nobleza, para la cual los palacios de los reyes serian poco dignos. El Heraldo se tira entre murallas de mármol: Stenway cubre de columnas corintias de hierro los cuatro costados de una manzana, toda cerrada con dos pisos subterráneos y seis esteriores, para contener en cien salones una pobre tienda al menudeo, cuyas mercaderías han pagado en un año diez millones de pesos de derechos á la aduana. Appleton construye el tercer palacio para sus libros, con una sucursal en Booklyn, con las imprentas, que ellas solas forman un pueblo.

Lleno, sin tumulto de gente el salon Stenway, el gas se aviva, y un caballero sube á la estrada donde una pequeña tribuna aforrada en terciopelo señalaba ya el conocido bufete del lecturer. Es un gentleman inglés vestido con elegancia, con corbata blanca, sus mostachos y pera canosos, corresponden á una cabeza id. calva, sin pretensiones estraordinarias.

La lectura comienza, es decir, cuenta de palabra lo que cuenta un libro. La mano derecha acciona, á veces rápidamente para acentuar una palabra. A otras rasca la barca si trepida ó duda, y poco á poco va tomando la accion mas desembarazada injerencia en el cuento. Alguien e enoja (en el libro) y entonces la palabra es un torrente que se despeña, ambas manos cruzan por el aire como relámpagos, y los gritos del interlocutor empiezan á hacer temer al público se prepare á las vias de hecho.

Nada sucede sin embargo. Veo que para el ruego, las súplicas, es preciso que el lector sea el autor mismo, pues no podria levantar los ojos al celo con tanta frecuencia y tan de veras el que tuviera que atenerse al libro.

Los trozos escojidos eran de Pickwick papers, que contienen escenas visibles, cómicas y lastimosas en rápida sucesion. Tan popular en este cuento, que ya dos veces ha sido declarado miembro de Pickwick Club, que á la verdad me han dejado recuerdos placenteros: porque se entiende que tal club lo forman personas de cierta edad sin que dañe la presencia de alguna jóven amable, que nunca está fuera de lugar. Las viejas se ponen de buen humor al solo nombre de Pickwick, y sus gracias ya enmohecidas reverdecen, hasta hacer olvidar el anacronismo, sobre todo si tenian talento unas, instruccion otras, y era grande dama alguna, como sucedía en mi Pickwick club de Hearts Grove cerca de Westchester en Pensilvania, el mejor de los dos.

Prevengo para intelijencia del que, ó la que quiera leer á la manera de Dickens, que cuando el libro dice, por ejemplo, «querido mio, dijo Mr. Micawe con un poco de impaciencia, no sé que hayas pensado tal cosa, » el lector suprime lo que dijo con un poco de impaciencia, y da al dicho con la entonacion de la voz la espresion de la impaciencia.

Dije á propósito la que quiera leer á la manera de Dickens, porque despues de oido me he acordado que todas las niñas leen con la misma gracia y desenvoltura que Dickens, y lo que es mas admirable, lo mismo que él sin ver en el libro, escepto la mas jóven de mi Pickwick Club de Hearts Grove que leia tambien con y sin libro.

Es el caso que cuando las mujeres conversan entre sí, y cuentan lo que oyen ó les sucede, con tal que no hayan presentes estraños, imitan todas las voces de los interlocutores con sus jestos y accidentes, dando á los sentimientos que espresan tal verdad que parece que en realidad lo sintieran, y acaso sienten, por la esquisita sensibilidad de que están dotadas. Pero póngales un libro en la mano, en que esté contado ese mismo que contaran sin libro, y ya conoce el salmeo en que, llueven palabras como goteras de lluvia de invierno, sin acentos, sin alma, sin movimiento. Hubo de darse una comedia de salon en cierta sociedad escojida, y no se dió porque la primera dama, un pimpollo de chiste y espresion cuando hablaba, recitaba su papel en el tono como se lo habia metido en la memoria, y en un mes no pudo comprender que eso que decia no eran las respuestas del catecismo de la doctrina cristiana, sino contestaciones dadas á lo que se viene diciendo. Puede pues vd. anunciar este mi descubrimiento, de que no pido patente, y es que todas las niñas (que saben leer) saben hacerlo como Dickens y leerán si se ponen á ello, con tal que no esté presente alguno que las perturbe. Cómo he gozado aquí haciéndome leer inglés Con algunas señoras á pretesto de no poderlo pronunciar bien! Ya habia oido á Dickens muchas veces, acentuado por facciones mas graciosas que las suyas mismas, sin embargo que las de él son muy agra dables y elegantes.

Hasta aquí he hablado de lo hacedero y posible, Dickens es algo mas que lo que la naturaleza otorga á todos, la verdad, á la que podemos acercarnos. Es la Rachel, la Ristori, la Maggy Mitchell de la lectura. Como dar una idea de la personificacion del viejo marino Peggoty, á quien visitan en su cabaña á orillas del mar dos jóvenes de familia decente y á quienes cuenta, en su inglés de paisano el motivo de los raptos de dicha á que se entrega. La simplicidad; la inocencia de aquel rudo pescador se pinta en la fisonomía de Dickens, cuando dice, «pues, creo como que hay Dios, caballeros tan grandes que están ya (él habia conocido niño á uno de ellos) que nunca hasta ahora habian acertado á venir á esta mi pobre cabaña en noche tan feliz de mi vida, Emilia, mi querida, ven acá, ven brujita mia, aqui está el amigo de Mr. Davis, aqui está el caballero que te dije Emilia. Viene con Mr. Davis á verte en la noche mas feliz de mi vida: Hurrah por ello! . . . .

Les pido mil perdones caballeros, tan crecidos que están . . . y qué buenos mozos si despues que sepan la cosa no me disculpan por esta alegria tan grande. Emilia! oye chica La picarona sabe que voy á contarles todo y se ha escapado! Está Emilia, señor (dirijiéndose á Steerforth), que no ha mucho estaba aquí, poniéndose de todos colores-esta nuestra Emilia ha sido en nuestra casa señor, lo que supongo que debe ser, yo soy un pobre; pero asi me parece una niñita con tan lindos ojos como ella en una casa. No es mi hija: nunca tuve hijos, pero no la habria amado mas si hubiese sido cincuenta veces mi hija. Comprende Vd? No no habria podido—Comprenden.—Veo que comprenden y les doy las gracias. Bueno, señor.—El caso es que hay una cierta persona que conoce á mi Emilia, desde cuando se ahogó su padre, y ha sido su compañero de chico, que digamos de niño, y ahora, que ya es mujer. No era muy buen mozo, hombre asi de mi cuerpo, robusto, con mucho de hombre del Sudeste en él, marinero hasta los huesos; pero despues de todo, mozo honrado y con el corazon en su lugar. Nunca le ví poner mas mala cara á Ham que la que le están viendo ahora. Ni él mismo sabia en sus idas y venidas lo que él es para mi Emilia, aunque la sigue á todas partes, la sirve como un criado y se desvive por complacerla, hasta que al fin me dice lo que le anda faltando.

Bueno, yo le aconsejo que le hable á Emilia. Ahí donde lo ven es mas vergonzoso que un niño, y me dice que no se atreve, de modo que tengo yo que hablarle. Cuál, él, dice Emilia! El pues que tantos años está siempre contigo y te quiere tanto.—Oh tio, yo nunca podré pensar en él, no obstante que es tan bueno conmigo. Doile un beso, y solo le digo: Tienes razon querida, decir tu parecer; tú debes hacer en esto tu gusto, y eres tan libre como un pajarito. En seguida voy á donde él está y le digo: me habria gustado mucho la cosa, pero no puede ser; pero pueden Vdes. seguir como antes, todo lo que puedo decirte es, sed siempre con ella como eras antes, y muéstrate hombre. Dijome apretándome la mano, bueno, me dijo, y él fué honrado, fiel como un hombre dos años mas.

Cuando de repente la tarde de esta noche, viene Emilia de su tra bajo, y él con ella. Vdes. dirán que esto nada tiene de particular? Seguro que no, porque él la cuida como un hermano, cuando oscurece le toma la mano y me grita lleno de alegria. Mire, va á ser mí mu jercita? Y ella medio riendo y medio queriendo llorar, medio avergonzada y medio atrebidilla, dice, si tio, si á Vd. le parece.—Si me parece! como si yo quisiera otra cosa.- Si á Vd. le parece, dice, estoy decidida, y me ha parecido mejor así, y haré lo que pueda para ser buena mujer porque él es tan bueno conmigo . . . . .»

Ademas de lo que pierde toda traduccion, y mas las que tienen que cambiar las frases usuales del pueblo para la espresion de los senti mientos intimos, pierde la mia por la imposibilidad de usar del lengua je desaliñado, incorrecto de que tanto partido saca el novelista inglés, haciendo hablar á sus personajes como Walter Scott hasta los dialectos escoseses, que en tanto aprieto ponen al lector estranjero. Cervantes hizo hablar á Sancho, los cabreros y la Maritornes tan buen castellano como al Cura, y á D. Quijote, por lo que nadie ha osado sino con Rubí, Ascasubi y del Campo, aunque sin cumplido éxito por la exajeracion, introducir en lo escrito el rudo y adulterado lenguaje del paisano. El malogrado humorista Altemus Ward ha deleitado al pueblo inglés escribiendo en el Punche, yankee de las fronteras con su ortografia especial de hacer perecer de risa y de rábia á los ingleses al leer aquella jerigonza llena de verdad y gracia.

Esta historia de Emilia concluye en una catástrofe, que omito, y solo recuerdo para hacer mencion de la descripcion de la tempestad horrible en que mueren Ham el novio abandonado, y Steerforth el que robó á Emilia. La voz sorda de Dickens hacia sentir dentro de la sala el ruido del enfurecido mar, temiendo casi ver asomar la proa del buque que se ve venir á estrellarse en el próximo laberinto de peñascos: oyóse el lastimero grito en despecho del viento y la quebrazon, cuando el mar se traga el buque llevándose tras si, hombres, remos, cascos, tablas y aparejos. La audiencia siguió con su angustiado interés á Ham hasta la orilla de aquel tumulto de olas, vióle sumerjirse, luchar con los escollos perdiéndolo de vista debajo de una montaña verde de agua que se lo tragó, y vomitó luego sobre la playa en la pálida é inmóvil forma de un cadáver.

Cuando en la última escena el viejo pescador se acerca á David y le dice en voz baja que salga de allí, y David previendo la desgracia le pregunta, si ha echado el mar á la playa algun cadáver, el talento dramático de Dickens brilla en todo su esplendor. En el libro, el pescador contesta, sí, en la lectura Dickens mueve la cabeza afirmativamente. Pero qué movimiento! todos comprenden cuyo es el cadáver arrojado á la playa, el del desgraciado seductor.

Esto en cuanto á la descripcion de lo patético, de lo terrible, de lo sencillo y natural que casi siempre cuesta mas espresar que las gran des pasiones, que saben pintarse á sí mismas. Daréle una muestra de lo grotesco, no muy estensa, á falta de espacio.

Un original cuenta en su tertulia habitual lo que acaba de suceder en el barrio. Conservaréle en despecho de Cervantes la forma especial del lenguaje, si he de traducir lo cómico de la escena. Es un practicante de medicina en un hospital, el que cuenta la concurrencia.

(Mr. Pirkwck y dos mas entran.)

Eh! cómo están me alegro de verlos cuidado con los vasos ! Esta prevencion iba á Mr. Pirkwck que habia puesto el pié en el azafate.

Vd. perdone.

No es nada, no es nada. Pase adelante. Conocia Vd. á Mr. Allen Ya! Mr. Pirkwck dió un apreton de manos á Mr. Allen ; los demas siguieron su ejemplo. En esto volvieron á llamar la puerta.

Apuesto que es Mr. Hopckins ? Push. Quien otro habia de ser. Adelante, Santiago, adelante.

Por qué tan tarde? qué hay de nuevo! . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Un accidente curioso: anoche se llevaron al hospital á un niño que se habia tragado un collar, –

Tragádose qué?

Un collar: no todo de un golpe; por supuesto Vd, ve que seria mucho.—Usted no es capaz de hacerlo, menos un muchacho. Que no es asi Mr. Pirkwck? Ya, ya! No : vean como sucedió. Los padres del niño, jente pobre, vivian en un patio. La niña mayor compró un collar; collar ordinario, de cuentas grandes, negras, de palo: el muchacho amigo de juguetes, manosea el collar, esconde el collar, juega con el collar, corta el hilo del collar y se traga una cuenta. El niño cree que es una linda travesura, y al dia siguiente se traga otra.

Misericordia de Dios, qué cosa tan horrible! Perdone señor y siga.

Al siguiente dia el niño se traga dos cuentas; y dia á dia se administraba tres cuentas, y sigue hasta que en una semana se le acaba el collar—veinte y cinco cuentas. La hermana, pobre muchacha trabajadora que nunca habia tenido el placer de poseer joyas, andaba loca por su collar; miraba para arriba, para abajo, y para qué es decirlo, qué habia de encontrar el collar! Pocos dias despues, la familia comiendo costillas de carnero con papas—el niño desganado, jugando por el cuarto, cuando la familia oye un ruido del diablo como si fuera tormenta de piedra. No hagas ruido muchacho, dice el padre. No estoy haciendo nada, dice el chico. » Bueno; no vuelvas á hacer – silencio; y en seguida mas ruido que antes. » Si no haces caso muchacho de lo que te digo, dice el padre medio gruñendo, te meto en la cama y dale un sacudon al muchacho para que obedezca, y se oye un ruido como de piedras, cual nadie ha oido parecido. Válgame Dios, dice el padre, si es adentro del niño que suena.  Le ha dado el croup en mala parte. No papá, no tengo nada, dice el niño llorando, si es el collar; yo me lo tragué papá. » El padre toma el niño en los brazos y lo lleva al hospital, las cuentas van sonando con el movimiento en la barriga del muchacho por toda la calle, y las gentes miran hácia el cielo, y hácia todos lados, para ver de donde viene el ruido. Está en el hospital ahora, y tan endiablado ruido hace cuando camina, que ha sido preciso envolverlo en un capote por miedo de que despierte á los enfermos . . . .

Figúrese á Dickens haciendo el ruido de las cuentas de palo, y reirá V. como reiamos nosotros. Y no poder reir allá, con escenas como estas—oir leer Pero la universidad nos ha prohibido á nosotros gente indocta leer novelas de Dickens, pues ya murió J. J. Mora que tenia licencia del diocesano para traducirlas y leer; no es ciencia que reciba grados; y sino recuerde vd. la pregunta de Almaviva al Dr. Bartolo. ¿Sabe V. leer Doctor? Dudo mucho que supieral

No tenia concluidas estas anotaciones cuando el Times de hoy me trae las siguientes noticias. Las lecturas de Dickens en Boston le dejaron 20,000 pesos saneados ó limpios de polvo y paja.

Desde las tres de la mañana se forma la linea de compradores de entradas desde la calle 14 hasta la calle 15, á pesar de la fuerte nevada que cae y el vigoroso frio que se esperimenta. La muchedumbre se entretiene con bromas, marcando el paso al mismo tiempo para mantener la circulacion de la sangre. Entre las 7 y ocho de la mañana, llegan nuevos refuerzos á engrosar las filas de los compradores, para que los primeros puedan ir á almorzar, y hasta las nueve de la mañana no se pudo vender el primer ticket de admision. Si el gran novelista hubiera inspeccionado la linea hubiera hallado materia para su buen humor. Hemos oido que se han ofrecido 10 y 20 pesos por una entrada, la verdad es que á las 7 de la mañana se ofrecian 5 pesos por un puesto en la cola, á fin de tener el privilegio de aguardar dos ó tres horas mas para conseguir una entrada. El espectáculo es digno de memoria.

Mr. Ticnor de Boston tiene seis ediciones de las obras completas de las novelas de Dickens y Apletton ha emprendido tres numerosas ediciones al mismo tiempo, una de ellas á sesenta centavos el volúmen.

Millones de gentes, vivirán este mes, felices con invenciones del talento que á nadie dañan y á todos dan placer.

Domingo F. Sarmiento

Anales de la Educación Común. Vol. V. 1867. Ortografía original

 

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