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Lectura en Quilmes, Juana Manso.1866

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La escuela es el secreto de la prosperidad de los pueblos jóvenes.

Estas palabras que van a servir de tema a mi lectura, fueron pronunciadas un día, por un hombre que su pueblo rechazó, al que cerraron las puertas de la patria, y que, solo, triste y desamparado, fue a  morir lejos, muy lejos de esa patria que lo repelía, de su seno.

Aquel hombre, era un profeta, y su palabra era un axioma que hoy vemos realizado en la exuberante vida de los Estados Unidos, allí donde el progreso ya no es la obra lenta del tiempo, sino donde la industria, la agricultura y todos los benéficos inventos de la ciencia, han enseñado a desmontar los terrenos con máquinas baratas, a sembrarlos y cosecharlos con ellas, a doblar la población por la quinta parte del tiempo que la observación ha marcado a la  naturaleza, es decir, cada 5 años en vez de 25,  donde en menos de un siglo de vida propia el ferro-carril y el vapor han aproximado la india lejana, del comercio de las ciudades que están al borde del Atlántico. El hombre cuyas palabras sirven de tema a esta lectura, fue D. Bernardino Rivadavia: honor a su memoria.

Todos lo sabemos, Rivadavia fundó las escuelas públicas para mujeres, y dotó las de varones, con los métodos de Lancaster emprendiendo a la vez la creación de maestros competentes por medio de una Escuela Normal improvisada. Faltáronle a la obra de Rivadavia, dos bases sobre que apoyar su continuidad. Asociación y renta propia. Pero acaso el naufragio de la instrucción entre nuestras tormentas populares, está ahí como una lección permanente, enseñándonos dos cosas.

1° Que todas las desgracias o miserias de nuestro país tienen un origen común -la ignorancia y la desnudez de nuestras masas.

2 ° Que ese mal permanente no tiene otra cura, más que promover la educación pública, por la asociación de los vecindarios, y la renta amplia y apropiada a aquel objeto, para que estos dos elementos combinados, puedan en un caso idéntico defender intereses tan vitales.

Rivadavia fue solo en su época, como lo ha sido Sarmiento en la suya, como lo soy yo misma; y recién ahora puedo decir que se manifiestan síntomas de asociación en Provincias lejanas como Catamarca, en pueblos de la campaña como Chivilcoy, cuya municipalidad está haciendo levantar el censo infantil y establecerá escuelas comunes en sus cuarteles para el entrante año de 1867.

Somos indiferentes, y miramos con apatía la educación del pueblo; las clases abastadas educan sus hijos en colegios pagos, mientras los hijos de los pobres se educan . . . No, no es esa la clasificación, pierden, el tiempo malgastan los primeros años de su vida en una instrucción frívola, insustancial, improficua y rutinera en las Escuelas del Estado.

Este es otro mal. La escuela del Estado representa la división profunda de las clases sociales, división que encierra en si la muerte futura del sistema representativo.

Pero esto es lógico; donde una parte de los habitantes se educa para gobernar y otra para ser gobernada, donde sobre la desigualdad de la propiedad territorial, se encarama la desigualdad intelectual, no es posible esperar la perpetuidad de la República, cuyo imperio tiene por bases la inteligencia y las virtudes del pueblo, como la igualdad de derechos.

La conquista española importó a América el espíritu, los usos, la armazón de sus sociedades. Ese espíritu era el fanatismo monástico de la Edad Media; esos usos, eran los del feudalismo, esa trabazón social, la monarquía absoluta. La colonia se organizó sobre esas bases, y preciso es confesarlo, la revolución que nos desligó de la Metrópoli, no ha dirigido todavía sus fuerzas a desentrañar las raíces coloniales; hemos procedido exactamente como un labrador inexperto, que toma para sembrar un campo cubierto de cardo y que cortándolo a la superficie del suelo, sin extraer las raíces, sin abrir un surco a la milla, la arroja a puñados por su paso, sin cuidarse de si prenderá o no.

Nosotros venimos estampando en la prensa, hermosas palabras llenas de entusiasmo; venimos hablando de libertad, de progreso, de moral, de igualdad, y nos hemos dado instituciones liberales; pero aquellas reparticiones feudales de la tierra por el rey de España, la revolución las reconoció legítimas y las continuó por muchos años.

Así, mientras D. Fulan Mengano, poseen ellos solos 20 leguas de tierra de cultivo pastoreo, hay en ese mismo Partido dos mil familias sin un palmo de tierra para labrar, y por consiguiente son otros tantos desheredados sin pan y sin porvenir. Todo para los ricos y nada para los pobres: esta es nuestra igualdad.

Rigen todavía nuestros Tribunales, las Leyes de Indias, las leyes de partida, en contraposición a las instituciones políticas.

La colonia no pensaba en Escuelas, ni pensamos nosotros tampoco, porque eso que llamamos Escuela, está lejos, pero muy lejos de parecerse a la Escuela moderna, que, tiene por misión educar el Soberano, que entre nosotros es el pueblo.

Hemos hablado mucho y hemos hecho muy poco.

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