¡Si los hombres pudiesen comprender todas las mortificaciones y las profundas amarguras que despedazan el corazón de la mujer! ¡El único porvenir que le dejaron y la única esperanza de su vida entera es el amor!
Por eso el casamiento es para ella el fin de su existencia. ¿Y qué es lo que encuentra ella casi siempre? La decepción. O una tiranía insoportable o el abandono más completo.
¿Y por qué ella encuentra eso?
Porque el casamiento para la mayor parte de los hombres es el único medio de satisfacer un deseo, un capricho o simplemente cambiar de estado.
O asegurar su fortuna.
Y porque el hombre dice: «Mi mujer» con el mismo tono de voz con que dice «mi caballo», «mis botas», etcétera.
¡Y ya se sabe que al caballo, la mujer y las botas, siendo cosas de su uso, él se encuentra dispensado de dedicarles todo tipo de atención!
Se deja a la mujer en la ignorancia más profunda, ¡Y después aseveran que ella no tiene el suficiente juicio para conducirse por sí misma!
¡Destinada expresamente a ser víctima de todos los preconceptos y vulgaridades de la estupidez!
Todo lo que hace está mal; si mira, si habla, si se ríe. ¿Y por qué?, preguntamos nosotras.
¡Nadie nos dará la razón de este absurdo! (…)
Es en las clases pobres de la sociedad donde más funesto resultado se observa del embrutecimiento de la mujer.
Todas las carreras industriales le están vedadas.
Por eso, sólo en la condición de sierva puede encontrar el pedazo de pan que haya de mitigarle el hambre.
Repárese qué error de nuestras «Américas»; en Europa y Estados Unidos, la mujer puede ejercer casi todas las profesiones que entre nosotros la preocupación les niega. (…)
¿Cómo? ¿La mujer puede tener otra influencia que no sea sobre las ollas? ¿Otra misión además de la de las costuras, otro porvenir que no sea hacer el rol de la ropa sucia? ¿De verdad?
Juana Manso. Extractos de el Álbum de Señoritas.