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Traslado de los restos de Juana Manso, 11 de diciembre de 1915. El Monitor

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Oportunamente, el Consejo Nacional de Educación, resolvió trasladar al  cementerio del Oeste los restos de la eminente educacionista Da. Juana Manso de Noronha que se encontraban depositados en el antiguo Cementerio de los Disidentes.

EI 11 de diciembre se hizo efectiva aquella resolución, partiendo el cortejo que se organizó con tal motivo de la esquina de las calles Victoria y Pasco.

La urna con los restos de Juana Manso fue acompañada hasta el cementerio del Oeste por los doctores J. Alfredo Ferreyra, Pedro Agote y Lorenzo E. Lucena, vicepresidente, vocal y subinspector técnico general, respectivamente, del Consejo Nacional; Tomas Santa Coloma y Natalio Bejarano, presidente y vice del Consejo Escolar XI; Francisco B. Serp, presidente del C. Escolar 6º y una delegación de directores del Consejo Escolar XI. En el pórtico de la necrópolis esperaban el personal directivo y docente y las alumnas de la Escuela Juana Manso; el secretario del C. E. 14., señor Ernesto Vatteone; el director de la Escuela Normal, señor Juan W. Gez, senorita Matilde Flairoto, vicedirectora de Ia Escuela Normal Nº 1, doctora Cecilia Grierson y numerosos miembros del magisterio de la Capital y de la provincia de Buenos Aires.

Las niñas de la Escuela Juana Manso rodearon la carroza acompañándola hasta el Panteón de la Sociedad “El Magisterio”, cedido gentilmente por esta corporación. Bajada la urna y cubierta de flores y de palmas por las alumnas de aquella escuela y por la delegación de maestras del C. Escolar XI, inició los discursos el representante del Consejo Nacional de Educación. Siguiéronle en el uso de la palabra la señora Dolores C. de Folgueras, directora de la Escuela Juana Manso; Atanasio Rodriguez, por el Centro Nacional de Maestros y doctor José M. López, por los deudos.

DISCURSO DEL DOCTOR LORENZO E. LUCENA, EN REPRESENTACION DEL H. CONSEJO

«Señores: Han pasado muchos años, desde que Juana Manso, bajara al sepulcro. Inhumada en el cementerio de los Disidentes ha dormido el sueño eterno en pleno corazón de esta Buenos Aires que tanto amara sin que la gratitud o el recuerdo público se hubiera congregado para colocar una flor sobre su tumba.

Nuestro país afectado más que ningún otro por el problema de la producción y circulación de la riqueza ha olvidado a muchos de sus hijos que contribuyeron a colocar el basamento de su organización social y política.

Y si estadistas eminentes y guerreros gloriosos, esperan todavía la hora de la justicia póstuma, no extrañemos, señores, que sobre los despojos de Juana Manso, humilde colaboradora de la grandeza nacional, haya soplado el frio glacial de la indiferencia hasta que Ia amenaza de arrojarlos a la fosa común de los desheredados, conmovió el espíritu público que se puso de pie para llegar a su tumba e impedir tamaña profanación. Y ha llegado, en hora propicia para sus manes de maestro, cuando el pequeño árbol de la escuela primaria, que ella contribuyera a colocar en el nuevo surco, se ha convertido en roble gigantesco a cuya sombra, millares de argentinos y extranjeros, en las desoladas altiplanicies del territorio de los Andes, en las selvas misioneras y chaqueñas, en Ia Pampa inmensa y solitaria como en las numerosas ciudades de la Republica, se libertan de la ignorancia y aprenden, sin odios ni sectarismos a amar las ciencias, las artes, el trabajo, la paz, a Dios  y a Ia Patria.

La compleja personalidad de Juana Manso permanece ignorada de muchos. Seguirla como maestra y escritora es tarea ardua que no puede caber dentro de los límites de este discurso.

Ha de surgir, tal vez pronto, el historiador que nos la dé a conocer en todas sus faces, que fije su valor como autora didáctica; como redactora de los Anales de la Educación Común; como poetisa de numen inspirado y que defina la influencia capital que ha tenido en la evolución de la escuela argentina; pero convengamos por ahora, que las reformas  iniciadas  hace 50 años para elevar el nivel de la escuela primaria a la altura de las del extranjero, encontraron en ella el colaborador indispensable, la propagandista entusiasta que puso al servicio del nuevo credo, su cerebro robusto, su alma de mujer y su corazón de argentina, hermosa trinidad forjada en el crisol de una energía sin dobleces.

Luchadora de empuje, tenía la irresistible acometividad de su contemporáneo Sarmiento, de cuyo dogma de que «todo esto está en los bancos humildes de la escuela», fue su vocero en los citados Anales, publicación que como el contrato social de Rousseau, fue la alborada de una nueva era para los espíritus. Su carácter que llegaba a independizarse de las tiranías sociales, tenía una obsesión: ampliar y solidificar la obra de Ia escuela y dignificar aI maestro.

Al calor de estas ideas multiplicó sus actividades en el ejercicio de la enseñanza,en conferencias, en artículos diversos, en cartas o manteniendo polémicas ardientes, pues enemiga del halago inmerecido hacía oír su crítica severa, pero sana, dirigida siempre a buscar el perfeccionamiento de la enseñanza de la juventud. En una palabra señores, fue una educadora de amplio vuelo, que actuó con eficacia decisiva en un momento histórico para la organización de la instrucción primaria y que puede llamársela a justo título: la primera maestra argentina.

Su nombre grabado en el frontispicio de una de nuestras escuelas es su mejor monumento y esta ceremonia constituye su apoteosis.

Si los cuerpos del ejército o la muchedumbre abigarrada no forman cuadro a esta manifestación póstuma que puede interpretarse como un homenaje a la obra redentora del maestro argentino, vienen en su reemplazo como el más alto exponente de una justicia bien discernida, las autoridades que dirigen la instrucción primaria de la república, el cuerpo directivo y docente de las escuelas públicas y vienen los niños que las concurren, quienes tributan a las reliquias de la escIarecida maestra la ofrenda virginal de sus almas infantiles que ha de ser para ella más grata, porque la ofrenda de los niños es la ofrenda de los Dioses al decir de los helenos.

Señores: EI Consejo Nacional de Educación, que me ha discernido el honroso mandato de hablar en su nombre, aceptando el gentil ofrecimiento de Ia Asociación «El Magisterio», deposita en el panteón de sus asociados las cenizas de Juana Manso. La maestra estará entre los suyos, entre los que fueron los continuadores de su obra educacional y que, como ella, dieron a la patria todas las energías de su vida iluminando los cerebros infantiles con la luz de la ciencia.

Al entregar la urna funeraria que guarda sus restos, la coloca al amparo cariñoso de nuestro pueblo, a la custodia del magisterio de la república: al culto de esos corazoncitos que pueblan nuestras escuelas y bajo la advocación espiritual de los maestros que descansan para siempre en la región donde el pensamiento y la investigación humana caen vencidos por el más insondable de los misterios.

Que Juana Manso, como los lares del hogar romano, vele por Ia grandeza y esplendor de nuestra raza forjada en la bancas de la escuela! ».

EL MONITOR. Año 34. Nº 517. BUENOS AIRES. ENERO 31 DE 1916. Tomo 56

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