Profundizar esta ciencia, no es nuestro objeto sino dar una idea clara y sucinta a la altura de cualquier inteligencia lo creemos más apropósito.
Pasaremos pues en silencio todas las tentativas de las diferentes escuelas que intentaron atinar con el objeto verdadero de esta ciencia, y solo nos contentaremos con fijar cual sea su misión hoy, y su utilidad.
El objeto de la filosofía es el conocimiento del hombre, el de la naturaleza y el de Dios, autor del hombre y de la naturaleza.
Su primer punto de partida es el hombre, que pertenece a Dios por la razón, y a la naturaleza por su organización.
Es pues el hombre el que conviene estudiar, se nos dirá pues; ¿en qué orden se comprende este estudio?
El estudio del cuerpo no es la marcha de la filosofía, porque este no es el yo, el cuerpo es un sistema de órganos que la naturaleza puso a las órdenes del espíritu.
La anatomía y la fisiología son los exploradores del cuerpo humano, que aunque sus observaciones puedan ser útiles a la filosofía, no por eso marchan juntas por el mismo camino.
Sólo el alma es objeto de la filosofía, que la estudia en sí misma, en sus relaciones, principios y desenvolvimientos.
Dividiremos la filosofía en tres partes.
1°. La que trata del estudio del alma en sí misma, la que describe su estado y operaciones, la que hace el inventario de sus conocimientos y facultades, llámase esta Psicología.
2°. Lógica, cuya misión es observar la marcha de la inteligencia, las operaciones del espíritu en la investigación y demostración de la verdad.
3°. Moral y Teodicea, el objeto de esta última parte es establecer las relaciones del alma con las fuerzas que le son semejantes, con las que le son inferiores y con las que le son superiores, determinando sus deberes respecto de estas fuerzas.
Nada tan sabio y racional como la división de la filosofía en las tres partes que quedan indicadas.
Una vez conocida el alma en su naturaleza y esencia, en su manera de ser, en sus operaciones y facultades, fácil es seguir la marcha progresiva de su desenvolvimiento, y determinar con precisión los medios de dirigirla y fortificarla.
¿Cómo sabrá el hombre lo que debe a sus semejantes, si se ignora a sí mismo, y de consiguiente ignora lo que son los otros hombres?
¿Cómo conocer lo que debe si no sabe lo que puede? Porque el deber está en la razón del poder; y por otra parte ¿qué base mejor se dará a la moral que la del deber fornecida por la Psicología que nos enseña junto con la Lógica, el poder del hombre?
¿Cómo establecer nuestras relaciones con Dios sino vamos primero a explorar en nuestra conciencia la noción de su existencia contenida en todos los beneficios que le debemos?
En ese estudio maravilloso, que compulsa todas las facultades ignotas del alma, allí está el verdadero santuario de Dios; es el alma humana, es la creación entera, el tabernáculo magnífico que contiene el reflejo de la imagen de Dios, y palabra alguna puede contener más elocuente exhortaciones de amor a la Divinidad, ni marcarnos tan bien nuestros deberes, como el simple conocimiento de los beneficios que nos ha dispensado, porque entonces, nuestros deberes tendrán por medida los mismos beneficios que de él hemos recibido, y esos beneficios mismos nos imponen el deber del cumplimiento de la misión a que somos destinados, ¿y cuál puede ser esa misión sino la de nuestra perfección y desenvolvimiento moral o intelectual?
De allí, el verdadero culto a la Divinidad del Creador.
De allí, el amor a nuestros semejantes, a quien reconocemos hermanos, en la perfecta semejanza con que formó Dios el hombre, como cuerpo y como alma.
De allí, la caridad, porque el estudio de nosotros mismos, si bien nos da la convicción del poder de que disponemos, también nos muestra, cuanto es frágil y susceptible de error la humanidad.
De allí, en fin, emanan todas las virtudes que nos pueden dar la paz sobre la tierra y la inmortalidad en el cielo.
Así diremos, que la importancia de la filosofía estriba en que es ella la antorcha luminosa que nos guía disipando las tinieblas de la ignorancia, substrayéndonos al error y elevándonos a una esfera de luz, en cuyo círculo gigante, el alma se ennoblece, la inteligencia se eleva y se ensanchan las facultades todas del espíritu.
Diremos que su utilidad es el mejoramiento irrecusable del hombre, moral e intelectual, y que ese mejoramiento tiene por misión y por tendencia el progreso y el bien estar de la humanidad.
Álbum de Señoritas, Tomo I, Buenos Aires, Enero 22 de 1854, Núm. 4, página 25-26.
Imagen de izquierda a derecha y de arriba abajo: Catharine Macaulay, Anne Conway, Bettine Brentano von Arnim, Dorothea Schlegel, Mary Astell (centro), Hedwig Conrad-Martius, Maria von Herbert, Emilie Chatelet y Edith Stein.