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Exámenes anuales/Juana Manso, 1874

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La época de amargura para los inocentes, llega con la primera semana del último mes del año, precediendo aquella dolorosa hecatombe ordenada por el bárbaro, Herodes, de la degollación de los inocentes que conmemora la Iglesia Romana. Todavía los fieles adoradores de la tradición afilan sus lápices, se calzan los espejuelos ytomando aquel aire magistral que condena desde la cúspide del saber, al que no sabe hacer sino garabatos y afirmar en guarismos que 3 + 2 es = 6, ignorando todo el delito aritmético que comete, y contra el cual bastaría contar los dedos de sus manecitas. Sí, ha llegado la época, en que después de un año de silencio y soledad, la sombra fatídica de los exámenes se dibuja sobre la montaña y con ojos centellantes, cabellos hirtos y rostro lívido y amenazador, se acerca a las escuelas en la forma de la terrible Comisión examinadora.

Nuestros exámenes son la pesadilla de los alumnos i el estimulante bilioso de las maestras que sudan y se afanan por la cosecha de laureles en perspectiva.

Y el día se aproxima, y la preceptora que entre nosotros hace las veces de portera, desembolsa, sus pesos para sacudir el salón, lavar puertas y vidrios, comprar muchas veces libros nuevos, cuadernos, lápices &.       

Y los niños se excitan a medida que el tiempo avanza, y piensan en la reprobación como, en el premio que les hace cocos de lejos.

¡Y el día llega!

Todo toma un aire de fiesta en la escuela; la preceptora que se engalana, los alumnos que traen su ropilla dominguera, los ramos de flores que se cruzan. Ello es cierto que no deja de tener su razón de ser este aspecto de fiesta.

La sangre, latina que circula con tanta fuerza, hasta llevarnos el corazón a la garganta; el entusiasmo de raza pues, dote tan hermoso cuanto perjudicial al buen criterio; pero en este caso todo es aceptable; trabajar solos el año entero, es duro; siquiera la esperanza de los amigos que vendrán por algunas horas en el largo año, a compartir los inconvenientes del local, y escuchar con benevolencia los enfadosos comienzos del aprendizaje escolar.

Pero aquí también la raza hace dé las suyas, somos un pueblo de grande imaginación, la realidad que espera a los infelices abandonados, es desconsoladora.

El día llega y con él a la hora indicada; con mas o menos regularidad, llega la Comisión Examinadora, no compuesta de amigos indulgentes y afables, sino dé jueces severos, inflexibles como el Oráculo de la fatalidad.

¡Esos jueces imitadores de Caifás, no vienen a simpatizar con la infancia sino a inmolarla en aras de la fatuidad humana!

Ellos no traen ojo para lo bueno, sino un propósito instintivo de ver lo malo; no vienen a aquietar los loables esfuerzos del alumno, y los afanes del maestro, sino a escudriñar la parte débil para traerla a la picota del registro de las clasificaciones simbolizadas en el pérfido número despreciativo, y a fuerza de escatimar aquí dos puntos, allí tres, más allá uno, y derramar la gota acibarada de la decepción temprana en el corazón inesperiente del niño!     ‘

El reglamento de exámenes concede al maestro el derecho de examinar, pero sin voto en la materia; él tiene que someterse al fallo de la Comisión examinadora y la suerte de su escuela depende exclusivamente de la composición del Tribunal que viene a juzgar de su trabajo y de la capacidad mental de sus alumnos.

Verdaderamente, que no sabríamos definir claramente el sentimiento que anima a algunas comisiones examinadoras cuando las vemos asumir un tono de suprema infalibilidad; ¿es hostilidad contra el maestro o contra el alumno que no ha sabido elevarse de un salto al pináculo de la ciencia?

La impresión que nos deja esta clase de exámenes cómo los usamos ahora, es la de una comisión de ciegos dando palos a diestro y siniestro.

Ni los nombres de los niños es familiar siquiera a las Comisiones, de manera que suelen hacerse lamentables equivocaciones, ni una sesión de examen donde muchas veces no se examinan todos los ramos del curso, es suficiente para que el examinador se formé una conciencia capaz de aquilatar con la debida justicia el mérito intrínseco y la capacidad mental del alumno, tomando por deficiencia las más de las veces lo que no es más que un aturdimiento consiguiente a la extrañeza del contacto con personas desconocidas cuyo espíritu de hostilidad se patentiza al momento a los niños que jamás sufren equivocaciones porque son jueces más rectos que los adultos.   

Muchos años hace que venimos luchando sobre este punto; tan inútilmente como sobre otros tantos no menos interesantes e importantes; ¡pero siempre en balde!     

En corroboración dé lo que acabamos de afirmar Sobre la severa liviandad de nuestros exámenes, damos cabida en este número de los Anales a la traducción de una alumna que frecuentando una de nuestras escuelas; ha sido clasificada 18 en término medio dejando sin clasificación este pequeño trabajo literario que clasificado 18 sin favorecerlo le daba el término medio máximum o sean 20.

Sigue la traducción:

El valor de media corona.

Evening at home.

(TRADUCCIÓN DE CARMEN V. CAMPERO.)

«Valentín tenía trece años, y era alumno de una de nuestras grandes escuelas. Era un muchacho bien dispuesto, pero no podía dejar de envidiar un poco a algunos de sus compañeros, que tenían una pensión de dinero mucho mayor que la de él. Se, aventuró en una de sus cartas á sondear á su padre sobre el particular, no pidiéndole directamente una suma particular; pero mencionando qué, algunos de los muchachos en su clase tenían media corona por semana para su bolsillo.

“Su padre; que no accedió a complacer sus deseos, pero que tampoco quería rehusarle de una manera mortificante, le respondió, que el principal propósito era hacerlo convencer qué clase de suma era media corona por semana, y que se podría hacer algo más importante, que proveer a un niño de escuela de cosas absolutamente superfluas a él.    

«Se calcula decía él, que un hombre se puede conservar can salud y acomodarse al trabajo con una libra y medía de pan diario. Se supone, que el valor de esto serán dos penys y medio, y añadiendo un penny para una cuarta de leche; aumentará grandemente su dieta: una media corona le durará ocho o nueve días: de esta manera.

«El salario común a los trabajadores, son en nuestro país siete chelines por semana; y si añadirnos alguna cosa extraordinaria en el tiempo de la cosecha, esto no lo hará subir a tres medias coronas en un porcentaje anual.

«Suponiendo que su mujer y sus hijos ganen otra media corona. Con estos diez chelines por semana, se mantendrá él, su mujer y media, docena de niños, en alimento, casa, vestidos y combustible. Una media corona entonces será contada, como Ja manutención semanal de dos criaturas humanas, en todas las cosas necesarias.

«Muchas de las cabañas que nos rodean, reciben con gran agradecimiento dos pennys de pan por semana, y lo cuentan como una adición material al pan de sus hijos.

«De consiguiente por una media corona puedes comprar las bendiciones de cinco familias pobres!

«Muchas de las cabañas en el país están habitadas por una larga familia, pagando por ella cuarenta chelines al año.

«Media corona por semana, pagaría la renta de tres cabañas y dejaría algo para repararlas.

«El precio usual de escuelas, en una escuela de señora en una aldea, son dos pennys por semana. De consiguiente puedes instruir quince niños en lectura y las niñas en costura, por una media corona semanalmente. Pero aún en una ciudad pueden enseñarlos a leer, escribir y contar y así quedarán preparados, para cualquier tráfico común, por cinco chelines y cuarto; y de consiguiente, una media corona por socapa, podrás pagar la escuela de seis niños, y además proveerlos de libros.

«Todos estos, son caminos en que una medía corona por semana puede hacer un gran bien a otros. Yo ahora, mencionaré uno o dos medios de gastarlo con, ventaja para ti mismo. Sé que te gustan, mucho las láminas iluminadas de plantas y otros objetos de historia natural. Hay ahora diferentes trabajos de esta clase que se publican en números mensuales. Ahora, con una media corona por, semana se puede conseguir la adquisición de las mejores.

«Con la misma suma dejada en las viejas librerías de Londres comprarías más lindas ediciones clásicas, en un año, que las que puedes leer en cinco.

«Así, pues no es que yo me niegue a darte media corona por semana, pero cuando tan buenas cosas (para ti mismo y, para los otros pueden hacerse con ella, no tengo voluntad de malgastarla como tus condiscípulos en tortas y juguetes.

                                                                                               «EVENINGS AT HOME.»

Pacientes ensayos de herborización acompañados de dibujos coloridos no han sido examinados y por consiguiente no han sido clasificados tampoco, perdiendo los alumnos en el monto de la suma y en el término medio.

La razón de estas omisiones es obvia; cada presidente de una mesa examinadora, tiene sus horas marcadas para comer, y cuando urge el apetito, el estómago entabla una serie de reclamos a los que no es posible hacerse sordo; máxime cuando los órganos digestivos están preparados por los respectivos jugos para recibir el alimento. El retardo pues de los alimentos tortura el estómago preparado a la trituración del bolo alimenticio; y tortura el hígado que ha secretado aquella dosis de bilis requerida para aumentar los jugos gástricos; y todo esto produce una especie de irritación biliosa que se traduce en movimientos impacientes i agresivos contra los examinandos.

Estamos muy lejos de pretender que los exámenes sean una especie de laudatoria en que se exageren los méritos del alumno para dar una idea exagerada del progreso de la enseñanza y excelente organización de las escuelas; lo que desearíamos ver practicar, es la benevolencia para con los niños y el respeto para con el maestro. El solo, es el verdadero juez de la capacidad de sus alumnos, y pasado el examen es que se alcanzan a valorar todas las injusticias que resultan en las clasificaciones, injusticias que podrían evitarse si se le preguntara como encuentra la clasificación dada al examinando B o C, porque un momento de error o de hesitación en contestar, no podrá jamás parangonarse a la contracción y habilidad comprobada en las tareas de un año entero.

El mal reside principalmente en que no existen comités de escuelas que acompañando está en sus trabajos anuales sean los encargados del examen anual también. Mientras el pueblo no prohijé sus escuelas, y no haga cosa suya la educación pública, nada hay qué esperar, sino lo que vemos repetirse hacen diez y seis años: una simulada degollación fie los inocentes.

Anales de la Educación Común, Vol. XIV, noviembre de 1874, Número 4.

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