Una escuela jardín no es como muchos creen un jardín con flores donde giran los niños bajo glorietas o latadas. Necesítase, en verdad, un buen patio para recreos, resguardado del sol y de la lluvia, y siempre que puedan proporcionarse árboles y enredaderas olorosas será doble ventaja,; sin embargo el apodo de “jardines” dado a estas escuelas, proviene de lo agradable que son a los niños por los métodos, que mucho difieren de la rutina rancia.
Recordando mis propias impresiones de niña, reconozco que “el cambio de temperatura” que sufre la infancia es casi insoportable. Un niño que ha vivido hasta los tres, cuatro o cinco años en el regazo de la madre, moviéndose a su voluntad, gritando, jugando, comiendo, entrometiéndose muchas veces en todos los asuntos de la casa; habituado a los besos de la madre, a ser el objeto de atención de los amigos y de los parientes, un bello día se le dice:-“Vas a ir a la escuela!” Le ponen su mejor vestido, le compran una bolsa de cuero, un lápiz, una pizarra y una cartilla y, ahora, amiguito, “!a la escuela!”
Raros son los niños que no derraman muy amargas lágrimas en esos primeros días. Entra el pobrecillo, se le designa un asiento, se le enseña una lección y se le entrega al monitor. ¿Es un mundo enteramente nuevo!
Si se mueve, lo gritan; si habla, lo retan; si ríe, lo apostrofan. La disciplina exige que al entrar en la escuela deje en la puerta la alegría y se revista de la fría reserva de los años maduros para no alterar el orden.
La tortura no para allí. Sin educar sus débiles sentidos, debe distinguir la forma de las letras.
Sin habituar sus labios a pronunciar primero, ha de leer.
Su pulso trémulo ha de trazar líneas, ángulos, curvas, con prontitud y regularidad, de lo contrario es calificado de rudo.
Esta es la conocida historia de nuestras escuelas. Entremos, ahora, a una Escuela-Jardín.
Jardines de niños se han denominado por su fundador, en vista de que el niño es como una planta que tiene su índole particular, su naturaleza propia y que por lo tanto debe ser cultivado y desarrollado por procederes naturales, del mismo modo que el jardinero cultiva las plantas de un jardín sin prescindir de esas diferencias esenciales cuya categoría ya viene designada por la sabiduría del Creador. Cada planta requiere su especial modo de cultivo y lo mismo sucede con el niño.
Los jardines de niños han sido, pues, concebidos bajo el plan de la floricultura y el maestro es el jardinero de la mente.
La educación de los niños empieza con la vida y en el ensayo hecho en Hamburgo, Fröebel hacía concurrir a las nodrizas a su establecimiento con infantes de tres meses para que éstas se guiaran por los consejos del pedagogo.
La idea fundamental de una educación bien entendida es el deber, la sumisión al deber. Obrar el bien por el bien mismo.
El maestro personaliza no el absolutismo sino la razón, guiando las acciones del niño por la senda del deber. Para este propósito, su primera maniobra es hacerse amar de sus discípulos; cuando los corazones están en contacto, la mente también lo está.
El orden, tan esencial, no debe imponerse sino lograrse por las ocupaciones. Si las ocupaciones son análogas a la edad y simpáticas al gusto, la atención se absorbe y el orden se establece naturalmente.
La turbulencia y el desorden son hijos del descontento, del malestar. Ocupaciones sin atractivos irritan la natural movilidad de la infancia.
Así el jardín de niños tiene como medios disciplinarios la música, los ejercicios físicos, en oposición al silencio y a la inmovilidad de la rutina.
Juana Paula Manso
Año 1867