EL GAUCHO MIGUEL
Así se llamaba el personaje que a hora tan desusada llegaba a la estancia con pliegos urgentes, al parecer, y con quien vamos a trabar conocimiento.
¿Quién era este hombre Miguel, que ejercía el oficio de chasque para que nosotros nos paremos a considerarlo? Miguel es el tipo de una raza desgraciada, lectores, ¿quiénes son sus padres? Lo ignoro. ¿En qué pago nació? No lo sabe. ¿Qué profesión le enseñaron? Ninguna. ¿Quién le habló de Dios? Nadie. ¿Qué es para él la patria? No sabe. ¿Qué es la libertad? El espacio sin límites y la carrera de su caballo. ¿Cuáles son sus nociones del deber y de la moral? Son palabras de un idioma desconocido que jamás han resonado en sus oídos. ¿Dónde esta su familia? La trae consigo. Él, y su caballo. ¿Tiene ese hombre pensamientos? ¡Quién sabe! ¡Habla tan poco! ¿Quién le dio el nombre que tiene? Una mujer que lo crió por caridad, o que fue su madre, y con ella vivió hasta la edad de diez años, en un rancho aislado y solitario, sucio y desnudo. Un día Miguel se encontró solo en el mundo porque su compañera murió, y él arrojando sobre su cuerpo algunas paladas de tierra se alejó solo y huraño (sic) a la aventura.
Un hombre de diez años, sin saber leer, montaraz y callado, sintiendo sí, una péndula que golpeaba acelerada a veces en el interior de su pecho, y un deseo vago de prescruptar (sic) lo que existe más allá de las regiones azules del firmamento, como esperanza de consuelo. Conforme fue creciendo, Miguel buscó ocupación para no andar desnudo, porque un instinto natural lo impelía a vestirse con la elegancia del gaucho y a enjaezar su caballo con los arreos del petimetre. Ese hijo de la naturaleza era como la flor espontánea del campo, un visionario, un poeta, un hombre de sentimientos nobles, tosco como el brillante antes que lo modele el lapidario. Era un tipo de hombre distinguido, bello de rostro, suelto en sus maneras. ¿De dónde provenía todo eso? Es fácil explicarlo. A veces un hombre elegante de la ciudad, en algún viaje a la campaña, avista una tentadora chinita, o simplemente una gauchita blanca, y si es rubita mejor.
Un par de días que se demore basta para hacer una travesura de joven y seguir adelante. Ocho días después se olvida una de la aventura, pero nueve meses después, saca una criatura que suele costar la Vida a la madre, por más de un motivo. ¿No sería ese el caso de Miguel? ¿Cómo explicar de otro modo, la blancura de su cutis, lo sedoso de su rubia cabellera, el azul triste de sus ojos, su repugnancia a la bebida, al cigarrillo, su gusto en el vestir, el olor a trébol de su ropa, su lenguaje comedido, en una palabra, la excentricidad de su modo de ser, «su pie fino y su mano elegante? Le gustaba el juego de la sortija y desdeñaba la taba y la baraja. Era el mejor domador, y el más apuesto corredor de carreras, el chasque más veloz y de confianza, pero huía de barullos y de grescas. No aceptaba disputas ni camorras, y recibía indiferente los agasajos de las mozas de su clase. Son misterios de las naturalezas superiores. Si un ebrio salía a pelearlo le volvía la espalda. En las mujeres no buscaba el placer sino el amor. ¡Pobre Miguel! Miguel no quería sino un solo hombre: a Rosas; y éste lo recompensaba largamente de su oficio de chasque. Ahora que lo conocemos personalmente, es preciso que echemos una ojeada sobre el digno Juez de Paz a quien tendremos el honor de presentar a nuestros lectores.
Capítulo de GUERRAS CIVILES DEL RIO DE LA PLATA PRIMERA PARTE. – UNA MUJER HEROICA – por Violeta. — 1838 –