CARTA I. La vocación del maestro.
Mi querido amigo
Gran gusto me ha dado el saber que se ha dedicado Vd. a la profesión de enseñar: — y ese placer tiene por origen, la convicción que es la obra mas noble a que el hombre puede dedicar su vida, y tanto más me he alegrado porque creo que Vd. posee muchos dotes que corresponden a la profesión que ha escogido. Me pide Vd. mi parecer, sobre varios puntos, aseverándome que desea acrecentar sus conocimientos por todos los medios posibles. El solo hecho de que Vd. desee aprender todo lo concerniente a sus deberes, es una de las más seguras indicaciones que obtendrá Vd. un éxito cumplido en la ejecución de sus designios. Es de lamentar, que muchos ejerzan la enseñanza sin un juicio cabal de su importancia, — sin dotes naturales o adquiridos que los habiliten para el cumplimiento de sus deberes, y sin el menor deseo de instruirse; a esa clase de gente debe el magisterio su descrédito, y la comunidad sus errores en materia tan importante.
Sería para mi un placer intenso el llegar a ser en cualquier grado, el instrumento para despertar nuevas ideas en su mente, o sugerirle aquellos planes o consejos que son en mí el fruto de la experiencia y de la observación. En cuanto esté de mi parte cumpliré con sus deseos.
Comenzaré por inducirlo a que examine exteriormente primero la naturaleza y la importancia de la misión que se ha propuesto. Sin una verdadera comprensión de la obra que se va a ejecutar, sería en vano esperar ningún resultado favorable. Se imaginan algunos que dirigir una escuela es gastar seis horas diarias en los seis dias de la semana, haciendo preguntas y oyendo respuestas de memoria y haciendo guardar un tolerable silencio en las horas de clase.
ANALES DE LA EDUCACIÓN COMÚN. VOLUMEN X. — AGOSTO DE 1871. — NÚM. 1.