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El Consejero del Maestro por Carlos Northend. Carta I. La vocación del maestro. Anales de la Educación Común,1871

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Mi querido amigo:

Gran gusto me ha dado el saber que se ha dedicado Vd. á la profesion de enseñar:—y ese placer tiene por origen, la convicción que es la obra mas noble á que el hombre puede dedicar su vida, y tanto mas me he alegrado porque creo que Vd. posee muchos dotes que corresponden á la profesión que ha escogido. Me pide Vd. mi parecer sobre varios puntos, aseverándome que desea acrecentar sus conocimientos por todos los medios posibles. El solo hecho de que Vd. desee aprender todo lo concerniente á sus deberes, es una de las mas seguras indicaciones que obtendrá Vd. un éxito cumplido en la ejecución de sus designios. Es de lamentar, que muchos ejerzan la enseñanza sin un juicio cabal de su importancia, — sin dotes naturales ó adquiridos que los habiliten para el cumplimiento de sus deberes, y sin el menor deseo de instruirse; á esa clase de gente debe el magisterio su descrédito, y la comunidad sus errores en materia tan importante.

Seria para mi un placer intenso el llegar á ser en cualquier grado, el instrumento para despertar nuevas ideas en su mente, ó sugerirle aquellos planes ó consejos que son en mi el fruto de la experiencia y de la observación. En cuanto esté de mi parte cumpliré con sus deseos.

Comenzaré por inducirlo á que examine exteriormente primero la naturaleza y la importancia de la misión que se ha propuesto. Sin una verdadera comprensión de la obra que se va á ejecutar, seria en vano esperar ningún resultado favorable. Se imaginan algunos que dirigir una escuela es gastar seis horas diarias en los seis dias de la semana, haciendo preguntas y oyendo respuestas de memoria y haciendo guardar un tolerable silencio en las horas de clase.

Ni se piensa en resultados especiales, ni se tiene en vista realizar cosa alguna. Un cierto número de tareas, diarias se llenan con aire tan formal como descorazonado. Sin embargo, creo que Vd. procederá de otro modo. Confio que Vd. desea conocer sus deberes, y llenarlos.

El maestro fiel á su obra, ciñe una aureola gloriosa, en la naturaleza de su misión como en sus resultados.

Admiramos la habilidad del artista, que reproduce sobre el lienzo la vida y su espresion;— y al escultor que transforma la animada piedra en forma y semejanza humana, dicernimos altos honores y recompensas. Y hacemos bien, ni debemos proceder de otro modo, con la inteligencia.

Pero, ya que estamos prontos y deferentes en acordar estos ricos homenajes de alabanza, no por eso debemos olvidar á aquel que modela y desenvuelve la mente humana,—y al maestro que cultiva su arte con éxito, también debemos dicernirle los mas sinceros y altos honores.

Es al maestro á quien se entrega el tierno é impresionable infante.

Él lo modela y lo instruye, le enseña á amar la verdad, y los conocimientos útiles, lo iluminan con la luz de la ciencia; lo purifica y lo ennoblece contra los errores y los males que lo asaltan; lo amolda á la disciplina; le enseña la sabiduría y la virtud, las buenas acciones que honran y glorifican al Creador.

Tomar al niño de hoy, en toda su ignorancia, debilidad, y dependencia, expuesto á la mala influencia y á las tentaciones á cada paso, y conducirlo por entre los peligrosos caminos de la niñez,  de la juventud, hasta colocarlo sobre el campo de batalla de la vida, un ser inteligente, un corazón sincero, ricamente dotado con aquellos dotes y calidades que dán fuerza y brío para «desempeñar su papel en la vida.»

Hacer todo esto es el alto privilegio y el deber del maestro; ¿y no es esta una obra noble y divina?

El inolvidable Dr. Chaning expresaba así sus ideas sobre la obra del maestro: «No hay profesión mas elevada que la del maestro dé la juventud; porque nada existe sobre la tierra tan precioso como la inteligencia, el alma, y el carácter del niño. Profesión alguna debería ser mas respetada. Las inteligencias mas elevadas de una comunidad deberían estimularse á emprender esta carrera. Los padres deberían envidar todos sus esfuerzos hasta los mayores sacrificios de dinero para inducirlos á que fuesen los maestros de sus hijos. Sus miras no deberían ser jamas el acumular propiedades para sus hijos, sinó colocarlos bajo aquellas influencias que pueden despertar sus facultades, inspirarles altos principios y habilitarlos á sobrellevar sus trabajos  en el mundo con virilidad y honor. Lengua alguna puede expresar la locura de esta economía, que al acumular una fortuna para legar al niño, paraliza su inteligencia y empobrece su corazón.»

Dicen que cuando Júpiter ofreció el premio de la inmortalidad á aquel que fuese mas útil á la humanidad, la corte del Olimpo se llenó de competidores. Enalteció el guerrero su patriotismo, pero tronó Júpiter; ponderó el rico su munificencia, pero Júpiter le señaló los harapos de la viuda; el pontífice enseñó las llaves del cielo, y Júpiter ordenó que se abriesen las puertas del Olimpo; se envaneció el pintor de trasladar la vida al lienzo animándola con su pincel, y Júpiter rió á carcajadas burlándose de él; el orador desplegó los tesoros de su elocuencia capaces de tener pendiente de su voz una nación entera, y Júpiter le enseñó con un ademan los obedientes huéspedes del cielo; habló el poeta de su poder en conmover á los dioses con su alabanza, y Júpiter se enrogeció; el músico expuso que él practicaba la única ciencia humana que se había transportado al cielo, y Júpiter titubeó; pero fijáronse sus miradas en un venerable viejo que contemplaba con interés el grupo de los competidores sin presentar reclamo alguno,—¿quién eres tú? dijo el benigno monarca. Un simple espectador, contestó el sabio encanecido; — todos esos fueron un dia mis alumnos, a Coronadlo á él! Coronadlo á él, dijo Júpiter;» coronad al fiel maestro con la inmortalidad y abridle paso para que venga á colocarse á mi diestra.»

Alguien ha dicho con perfecta razón. «El objeto real de la educación es dar á los niños recursos tan duraderos como su vida; hábitos que el tiempo mejore y no destruya; ocupaciones que tornen soportables las enfermedades, agradable la soledad, venerables los años, mas digna y útil la vida y la muerte ménos terrible.» No olvidemos esto pues, pero á la vez que sea su tarea diaria imprimir en la mente de sus alumnos una apreciación verdadera del objeto de la vida. Enséñelos con el precepto y con el ejemplo como deben vivir, de manera que representen con sabiduría sus papeles en la vida, y por la ejecución continua y fiel de sus presentes deberes, maduren con seguridad para una mas alta y noble existencia á donde termina el tiempo.

Podría extenderme sobre la magnitud y la importancia de la misión del maestro, pero no lo considero necesario. No dudo que habrá V. considerado y recapacitado sobre este asunto; ó si V. no lo ha hecho todavía, le ruego que lo haga, porque  las manos inespertas ó toscas no deben jamas herir las cuerdas de aquella harpa cuyas vibraciones se prolongan hasta la eternidad.

En mi próxima carta llamaré su atención sobre algunos de los característicos mas prominentes y esenciales al verdadero maestro que desea tener éxito en su misión, sin los cuales la mas alta cultura de nada vale. Con la ardiente y sincera esperanza que Y. sondeará la naturaleza de las responsabilidades que vá  V. á asumir, quedo para siempre,

Su sincero amigo.

Ortografía original. Anales de la Educación Común. Vol X, Bs.As., 1871.

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