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Discurso pronunciado por D. Cirilo Sarmiento, Gefe del Departamento General de Escuelas en el acto de la distribución de premios, el 24 de Mayo de 1871

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Señor Gobernador, Ilustrisimo señor,  Señoras, Señores:

Cada época que marca la historia de los pueblos antiguos, tiene sus manifestaciones que determinan el espíritu dominante de su mar­cha social.

Los Griegos, en sus tiempos heróicos, reuníanse cada cuatro años en Olimpia, á celebrar sus dias inmortales, coronando á sus histo­riadores y poetas. En los tiempos caballerezcos, fueron las juntas y los torneos el palenque en que se agrupaba el pueblo á coronar la fuerza bruta, entronizada por el oscurantismo y la superstición.

Muchos siglos ha tenido que jemir la humanidad bajo el yugo de la ignorancia, del fanatismo y de la servidumbre, hasta que la diosa de la razón y de la libertad, comunicando su espíritu á las institucio­nes libres de las repúblicas modernas, en el presente siglo, abrió certamen general al pensamiento, á las artes y á la industria, levan­tando templos al saber, á la igualdad y á la fraternidad; marcando asi, un nuevo derrotero á la marcha de las sociedades modernas.

Nosotros también, recorriendo las frescas tradiciones de nuestra corta existencia, encontramos que, durante la vida colonial, obede­ciendo también al espíritu dominante de esa época, tres siglos per­manecimos aherrojados á las cadenas del servilismo; encerrados en estas vastas y despobladas comarcas; separados del contacto del mundo y de las ideas, sirviendo de linderos vivos á la codicia y ambición de nuestros monarcas; hasta que al principiar el presente, tan fecundo en triunfos y acontecimientos felices para la libertad, em­prendieron nuestros padres en el año de 1810, la magna obra de nuestra independencia, sin otro elemento ni auxilio, que el aliento varonil que inspiran las grandes causas, y con ella la de nuestra re­generación social y política, sellando con su sangre generosa, ver­tida en cada jornada que señala el glorioso itinerario de la revolución, la libertad para los descendientes con todos los beneficios que ella envuelve.

Este es el titulo, señores, y el motivo que nos congrega aquí, á la jeneracion presente, en la escuela; en el templo levantado á la de­mocracia, en la víspera del día de los recuerdos imperecederos para los argentinos; precedidos por el Gefe del Estado, Ministros, Legis­ladores, Majistrados y las altas dignidades de la Iglesia; con todas las clases sociales, sin esclavos, sin castas, ni privilegios, á dar testimo­nio de que estamos de pié en el camino de la vida, perpetuando y trasmitiendo á nuestros hijos y sucesores, los beneficios y los altos fines de la revolución de Mayo.

Porque la independencia no fué el fin, sinó simplemente el medio de asegurar los beneficios de la libertad para todos, haciendo de ella una costumbre; preparando por medio de la educación del pueblo, ciudadanos aptos para el delicado ejercicio de los derechos civiles y políticos, para las artes, para la industria, y para asegurar por fin su propio bienestar, contribuyendo con él á la felicidad común.

Y para que no se entienda que es esta una interpretación antojadiza del pensamiento de los hombres que la iniciaron, y llevaron á término, debo recordaros aquí, que nuestros generales, al mismo tiempo que conducían sus legiones á la victoria, disponían desde su bivac la crea­ción de escuelas públicas, para educar á los niños, que eran los hijos de aquellos que caian luchando al pié de su bandera.

El ilustre General Belgrano destinaba á su organización 40,000 pe­sos votados por el Gobierno Provisorio para remunerar sus servicios; y Rivadavia, el mas ilustre intérprete del pensamiento revolucionario, formulaba el programa de su gobierno, declarando: que la escuela era el secreto de la prosperidad de los pueblos, poniendo por obra y creando las bases de la educación pública.

La escuela, pues, nació en nuestra República, asociada al cañón y á la idea revolucionaria. Este, era el medio de afianzarla, y aque­lla el molde en que .debía fundirse, preparando ciudadanos para el ejercicio de la libertad.

Empero, desgraciadamente, los pueblos como los individuos no toman lecciones de la esperiencia, sinó cuando se han depurado en el crisol de su propio infortunio, y aquellos preclaros varones bajaron á  temprana tumba con el desconsuelo de ver estraviarse su alto pen­samiento, presa de la anarquía, legándonos con sus sacrificios y con el ejemplo de sus virtudes cívicas, el deber de llevar á término la obra por ellos comenzada.         .

La ignorancia y el fanatismo, armaron el brazo del caudillaje, y una noche de treinta años cegó las fuentes del pensamiento, de la razón y de la justicia.

Pasemos Sres. brevemente esta triste y luctuosa época, en que la sabiduría fué un delito ante los ojos del tirano; en que los hijos del pue­blo abandonaron las bancas de la escuela pública, cual si fueran cen­tros de conspiración, para refujiarse en el hogar donde nuestras madres conservarán, como las antiguas vestales, el fuego sagrado de la instrucción, para verlo reaparecer después con los primeros albores ó destellos de libertad.

Derrumbada la tiranía en 1852, y abiertas las puertas de la pros­cripción y del destierro, vuelve la luz, para manifestarse el sentimien­to por la educación; y la escuela particular; la escuela para los privilejiados por la fortuna; la escuela para satisfacer las necesidades de unos pocos, apareció y permaneció durante diez años, hasta que un nuevo y feliz acontecimiento, pone término á nuestras disenciones políticas, reanudando los antecedentes históricos de la Nación, y con ellos, podemos recomenzar la tarea de educar al pueblo y á los desheredados.

Ese acontecimiento, señores, fué la reconstrucción del pueblo ar­gentino con la incorporación de Buenos Aires á la familia común, formando un solo cuerpo de nación, restableciendo al frente de la constitución política de la República, el nombre ilustre de «Provincias Unidas del Rio de la Plata » que nuestros padres adoptaron al emprender la obra de su emancipación.

El último cañonazo disparado en los campos de Pavón en 1861, fué el anuncio dado, traido hasta nosotros por un compatriota ausente, á quien debe tantos servicios la educación pública. De hoy, mas de­cía (antes de despojarse del polvo que aun cubría su vestido mili­tar): no busquéis vuestras garantías y libertades en los campamen­tos persiguiendo á los caudillos, buscadlas en la escuela que solo allí las encontrareis para vosotros y para vuestros hijos. Y, para hacer práctica la idea, dejando á los que llegaban á darle la bienvenida, salia en busca del local aparente para levantar un templo á la edu­cación del pueblo.

En efecto, encargado el Sr. Sarmiento del gobierno de la Provin­cia, la educación pública recibió un poderoso impulso con la creación de varías escuelas que se organizaron con su iniciativa. La incon­clusa iglesia de San Clemente, que habia servido durante cincuenta años de albergue á sabandijas y á las aves salvajes, testigo mudo pero elocuente de los estragos de la barbarie que la detuvieron en su ca­mino, fué destinada en mas, á servir de cuna á las jeneraciones veni­deras, transformándose en majestuoso palacio para rendir culto á la inteligencia y al saber. Puesta en obra en 1862, cúpole el honor de llevarla á termino al gobierno del Sr. D. Camilo Rojo en 1865, prestando á su vez un nuevo y vigoroso impulso á aquellos comienzos.

Es desde entónces, señores, que el sentimiento por la educación común se desarrolla, formando la mas importante parte de la admi­nistración pública; es desde entonces que la provincia de San Juan ha conquistádose un título á la consideración de sus hermanas y de los pueblos civilizados: es desde entonces que el pueblo se reúne como hoy un este recinto, en los dias de la Patria, á coronar, en la frente de sus hijos, la jeneracion que viene á reemplazarle en la tarea, glorificando las conquistas de la inteligencia, del trabajo y de la virtud.

Desde entonces también, es práctica establecida, iniciar la fiesta con la lectura del informe ó memoria, qnu cumple al Gefe del De­partamento del ramo presentar al Gobierno al fin de cada año, dando cuenta de los resultados escolares. Empero, permitidme que no moleste vuestra atención con los pesados y fatigosos detalles de una Memoria que verá en breve la luz pública, limitándome entre tanto, á daros cuenta á grandes rasgos de la marcha y de los progresos al­canzados en la corta era educacional que contamos.

Compulsadas las pájinas de los pocos que suministran datos sobre el movimiento de la educación pública y particular, encontramos que durante el año de 1861 se educaban 643 alumnos de ambos sexos en seis escuelas subvencionadas por el Estado y once particulares.

En el año de 1862, la cifra de educandos, remontó á 1498 que recibieron instrucción en cuarenta y una escuelas públicas y particu­lares, habiendo un aumento sobre el año anterior de 853 niños que concurrieron á 17 escuelas públicas y 7 particulares que se crearon.

Sin datos correspondientes al año 63, encontramos que durante el 64 concurrieron á la escuela 1405 niños de ambos sexos, que reci­bieron instrucción en 33 escuelas públicas y particulares, habiendo una disminución de 93 niños y de ocho escuelas que dejaron de existir.

En 1866 educáronse 3682 niños de ambos sexos en 31 escuelas públicas y 7 particulares. Hubo un aumento sobre la cifra del año 64, de 2277 educandos que concurrieron á 13 escuelas públicas que se crearon, por 8 particulares que se cerraron.

En 1867 se educaron 2373 alumnos de ambos sexos, en 21 escue­las públicas y 7 particulares hubo una disminución del año anterior de 1309 niños y de diez escuelas públicas que dejaron de existir.

En 1868 encontramos restablecida la cifra á 4546 educandos, en 33 escuelas públicas y 20 particulares; habiendo un aumento en este año de 2173 y de dos escuelas públicas y 13 particulares que se crearon.

Durante el año 69;—6873 niños ocupan los bancos de 44 escue­las públicas y 49 escuelas y fracciones de enseñanza particular. Hubo un aumento de 2327 educandos sobre el año anterior y de once es­cuelas públicas y de 29 particulares.

En 1870, el número de niños inscritos en las escuelas públicas y particulares, remonta á la cifra de 7988, que han recibido instrucción en 46 escuelas públicas y 25 escuelas y fracciones de enseñanza par­ticular, habiéndose aumentado dos escuelas públicas por 24 particu­lares que han dejado de existir, ganando sin embargo la cifra de alumnos 1115 sobre el año anterior.

El movimiento progresivo de las escuelas ha venido fluctuando, siguiendo el movimiento político del país durante estos diez años, y según los medios ó los elementos que únicamente los gobiernos que se han sucedido, han podido poner á su servicio. Asi, después del primer impulso que recibieron en 1862, quedaron detenidas, y aun en derriba los tres años subsiguientes.

En 1866 vuelve á levantarse la cifra de educandos para descender un año después, perdiendo 1309 alumnos que abandonan la escuela por y con motivo de los disturbios políticos que trajo al país la de­vastadora invasión que tuvo lugar en Enero de 1867.

En 1868 se hace sentir la acción vigorosa y concurrente de los go­biernos nacional y provincial, y las escuelas siguen desde entonces un movimiento ascendente hasta alcanzar la cifra de 7988 alumnos en el año de 1870, sin contar los 125 que reciben instrucción en el Colejio Nacional, con la cual tendremos 8113 educandos en este último año, en todo el territorio de la Provincia.

Hé aquí, señores, el triunfo de la Provincia de San Juan, que la reconcilian con sus antecedentes y con los recuerdos gloriosos de este dia, borrando con la esponja del deber cumplido las abomina­ciones del pasado.

Esos 8113 niños, diseminados en su territorio, representados por los que están aquí presentes, entonarán mañana himnos de gloria al Sol de Mayo de 1810, invocando los ilustres nombres de los padres de la Patria.

Observad sus semblantes alegre y animados, mejorados ya por la práctica de la escuela; por la fricción ó asociación bajo el paternal gobierno del maestro; ejercitados para la democracia en la obser­vancia de la disciplina escolar, vienen á reclamar de nosotros la he­rencia que Ies corresponde como hijos y sucesores de los que cayeron lidiando en al gloriosa epopeya dé la independencia, desde San Lorenzo hasta Ayacucho. Vienen, repito, á recibir de mano del Jefe del Es­tado, ante el altar de la Patria, el premio á que se hicieron acree­dores en el desempeño de sus tempranos deberes; el título ó carta de ciudadanía para incorporarse mas tarde en la república intelectual de las artes, de la industria y de la civilización; nivelados por la santa le; del trabajo y por dones con que fueron favorecidos por su Creador.

No terminaré, señores, sin llamaros la atención sobre los encar­gados inmediatos de la instrucción y educación de la juventud. Esos ciudadanos que veis á la cabeza de esas falanjes infantiles, son los sacerdotes y las sacerdotisas encargados de derramar sobre sus cábe­las, el óleo santo de la virtud y el bautismo perenne de la vida inte­lectual.

Debo aseguraros que son dignos de nuestra consideración, que han cumplido sus deberes, supliendo con su moralidad y labor constante, la deficiencia de los medios de que pueden disponer.

Pero ellos, por sí solos, son insuficientes para sobrellevar tan magna, tan grave y trascendental misión, sin la cooperación del pue­blo. Mal remunerados pecuniaria y moralmente, la tarea es ingrata y penosa.

La educación de los niños no puede fructificar en la escuela, sin la cooperación concordante del preceptor y del padre de familia.

La acción aislada del preceptor, como la del Gobierno mismo, no puede asegurar los verdaderos frutos de la instrucción común, si el pueblo no la recibe en sus robustos brazos. Y, mientras los padres de familia no presten á la escuela la misma solicitud con que mecen la cuna de sus hijos, no puede llegar esta, á un grado de perfección tal, que asegure los beneficios que debemos ambicionar.

Un miembro distinguido del congreso de los Estados-Unidos, ar­diente partidario de la educación del pueblo, formulaba estas necesi­dades en términos dignos de reproducir aquí. “En la República, decía, ningún hombre de Estado puede llamarse tal, si en sus discur­sos y en todos sus actos públicos y privados, no presta preferente atención á la educación del pueblo “ ; y refiriéndose á los individuos, agregaba: “El padre de familia que lanza al mundo un hijo ineducado, lega á la sociedad una dificultad y un estorbo.”

Estas verdades eternas como los tiempos, deseo sean el credo de nuestros hombres de Estado y de nuestros conciudadanos, á fin de que, la educación del pueblo de San Juan como en toda la República Argentina,llegue al fin á un alto grado de perfección; labrando su engrandecimiento y la felicidad de todos y cada uno de sus habi­tantes.

San Juan, 27 de Mayo de 1871.

Ortografía original. Anales de la Educación Común. Vol X, 1871.

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