Toda la felicidad que puede gozar el hombre en este mundo,
se reduce a tener el cuerpo sano, y el alma bien formada:
estas dos ventajas encierran en sí todas las otras.
Locke
Como dijimos en nuestro artículo anterior, la educación debe basarse sobre cimientos sólidos, y partir de un punto esencial. -¿Cuál debe ser ese punto?
Es lo que vamos a ver. Ese punto debe ser aquel que se crea más conveniente para conducir el hombre a la felicidad, y el pueblo a su engrandecimiento.
Como muy sencillamente lo dice el filósofo inglés, cuyas palabras sirven de apóstrofe a este artículo, La Higiene física y la Higiene moral son las que dan el más perfecto resultado.
Hombres sanos del cuerpo, ilustrados, morales y laboriosos, formarán siempre, una grande nación; porque el aspecto exterior de sus ciudades será digno de ellos, y porque las leyes y los usos de ese país serán su obra; y esa como consecuencia natural será análoga a los principios de ellos.
No es confiando la educación de la infancia a la inspiración de los profesores, que ni siempre son lo que deberían ser, que se alcanza un buen resultado; por eso hemos dicho que sería el gobierno el que debería escribir el reglamento interior de las escuelas, darle fuerza de ley en lo que respecta las bases esenciales de la educación moral y física, tanto de los establecimientos nacionales como de las escuelas particulares, libres las últimas de adoptar los métodos que mejor les conviniese, pero no de adoptar otros libros que aquellos considerados como los más apropósito para formar el alma e ilustrar el espíritu.
En las actuales circunstancias, antes que esas llamadas escuelas patrias, desearíamos la creación de casas de refugio o de asilo, como quiera llamárseles.
La ventaja inmediata y saliente de estas casas es segregar los niños de toda otra influencia que no sea la enseñanza a que se le sujeta.
En una sociedad como la nuestra, a cuyo análisis resiste entrar nuestra pluma, porque sentimos el rubor de la vergüenza en el rostro, en nuestro país, donde en 22 años de tiranía, la clase pobre está habituada al lenguaje más repugnante e inmoral, donde la infancia misma usa de ese horrible lenguaje, y donde parece extinta la piedad, la moral, la religión, creemos que las pocas horas pasadas en una escuela, con el contacto de las calles y aun de sus propias familias, no es suficiente a desarraigar esos hábitos funestos, ni a morigerar los niños.
En las casas de refugio por el contrario, sujetos al régimen celular, repartido el tiempo entre el estudio y el trabajo corporal, entre los ejercicios de piedad y la gimnástica, educados con la sobria frugalidad que todo moralista aconseja para los niños: acostumbrados al aseo desconocido de la clase pobre entre nosotros, sujetos a una constitución interior que tuviera en vista premiar siempre el mérito y hacerles comprender temprano los principios del bien y del mal que pueden conducir el hombre por caminos tan distintos, como para decirle,
nuestra felicidad, o nuestra desgracia, es obra de nosotros mismos.
Allí seria fácil a niños destinados a la más profunda ignorancia el instruirse. Las familias pobres se dan siempre prisa a sacar sus hijos de la escuela para hacerles aprender un oficio. Allí no se haría sentir más esa necesidad, porque los ramos industriales hacen una parte forzosa de esos establecimientos.
Un niño entrado allí, a la edad de 6 a 8 años, época regular, de principiar, debería quedar hasta la edad de veinte y un años, y las mujeres, hasta la de diez y ocho. Sí, porque estos establecimientos deberían extender sus beneficios a los dos sexos.
Jóvenes educados allí al cabo de quince, doce, diez a ocho años de sujeción, de enseñanza moral, de buenos ejemplos y de laboriosidad, sería una nueva raza de hombres en nuestro país.
Juana Manso
Álbum de Señoritas .Tomo I. No 3. Buenos Aires, 15 de Enero de 1854.