Casa de Refugio del Estado de Pensilvania, Juana Manso, Álbum, 1854

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Habilitados de la competente tarjeta de admisión (Ticket) nos presentamos una tarde a las puertas de la casa de refugio. Éramos una reunión de americanos de todos los puntos de América española, había los de Cuba y Puerto Rico, de Costa Firme, de México, de Chile y del Río de la Plata. El Sr. Augusto Merino tenía la bondad de servirnos de cicerone.

Nuestro Ticket nos abrió las puertas de la casa de refugio, y después del vestíbulo donde se mantiene el portero, entramos en un extenso patio cuadrado. Como en todos los establecimientos o instituciones destinadas a vida de comunidad, lo primero que se encuentra son las colmenas donde depositan las abejas la miel de que tanto uso se hace en Estados Unidos, como compañera s inseparable de los puches de harina de maíz y de otros alimentos.

A ese patio daba el cuerpo del edificio, donde reside el director, las oficinas, las escuelas, las ventanillas de las celdas de los reclusos, y las otras oficinas que lo separan del departamento de las mujeres.

Nuestra primera visita fue a la sala del director donde escribimos nuestros nombres en el libro de los visitantes; después, conducidos por el segundo director, vimos sucesivamente los claustros y una por una las celdas de los refugiados: son ellas un pequeño cuarto donde sólo caben una cama, una silla y una mesa: durante el día todas las puertas están abiertas pero de noche, cada muchacho queda encerrado con llave en su respectiva celda.

La cocina vastísima está montada a vapor, y son las niñas recogidas las que hacen todo el servicio de ella, así como el lavado de la casa, costuras, etc., etc.

El refectorio era también muy espacioso y tenía largas mesas de pino con bancos de los dos lados.

Diversas oficinas nos enseñaron y en todas trabajaban los alumnos. Vimos la imprenta, la zapatería, la silletería, una fábrica de estuches y otras no menos útiles.

El departamento de las mujeres es igual al de los varones, con la diferencia de que las celdas de las reclusas revelan la presencia de la mujer en su solo aspecto exterior.

Son las camas mejor acomodadas, las mesas todas tienen su cubierta más o menos bonita, más o menos pobre, sobre esa mesa hay ya una estampa pegada en la pared, ya un cacharrito de flores; vimos alguna tan pobre, que tenía solo una rosa puesta en agua en la mitad de un frasquito roto, cada camilla tiene su alfombra delante, trabajo a que sólo pueden dedicarse las reclusas en las horas de descanso, y sin embargo muchas y la mayor parte las sacrificaban sólo para trabajar en los adornos de sus cuartos; por qué ? Yo creo que hay un instinto de coquetería, inherente a la mujer, y que no se puede ser mujer sin ser coqueta.

Con todo, no hay que equivocar el sentido de esta palabra, que adoptamos como la revelación del instinto de lo bello, de la elegancia y aun de la poesía si queréis. El coquetismo inocente de que hablarnos, no puede ser de modo alguno la peligrosa liviandad con que más de una niña juega su reputación y se comprometen a los ojos del mundo.

Dejemos esta digresión y vamos adelante.

Además de la escuela de enseñanza primaria, hay una clase de música, y además de los quehaceres domésticos que en grande escala están a cargo de las refugiadas, hay también diferentes oficinas donde trabajan sólo manos de mujeres, encuadernación, tejidos, etc.

Son admitidos desde seis hasta catorce años, y salen, los hombres, a los 21 años, edad que la ley marca a su emancipación. Las niñas a los 18, porque en los Estados-Unidos, las mujeres se emancipan primero que los hombres.

Asistimos esa tarde a la merienda; a las cinco y media, tocó la campana colocada en el patio. Cerráronse al punto las oficinas, y los niños rodearon las piletas con agua, lavando el rostro las manos, peinándose y vistiendo sus blusas o chaquetas. A las seis el director, desde la puerta de la sala con una campanilla pequeña, llamó. Los reclusos se formaron en filas. Al segundo toque, hicieron una evolución y se formaron en columna de dos de frente. Al tercer toque entraron en el comedor.

Ya estaban encima de las mesas grandes cántaros humeando, llenos unos de puches de harina de maíz y llenos otros de miel de abeja. El Director los convidó a hacer la oración de la tarde y todo el mundo a ejemplo del superior, se arrodilló durante cinco minutos. Después de esta ceremonia el director interpeló los maestros acerca de la conducta de los educandos. Oído el informe, hizo un elogio a los bien comportados, y los citó como ejemplo a aquellos que habían delinquido. Estos últimos, están condenados a tener por delante su cena y no tocarla.

Todas las señoras que allí estábamos quisimos, interceder, pero el Sr. Merino nos dijo que la disciplina de la casa era muy estricta y que eso podría mortificar al director y aun a los mismos penitenciados, porque para los Americanos nada es tan mortificante como verse colocados en la posición de merecer la compasión ajena.

A pesar de haber como cuatrocientos niños, no llegaron a ocho los delincuentes, y esto aboga en pro de la moralidad y utilidad de tales instituciones.

Nos dijo el director que por malos que fuesen los muchachos, cuando allí entraban era rarísimo el que no se corregía; y más raro aun aquel que hubiese llegado a merecer la expulsión de la casa.

Dijo, que entre las niñas no había ejemplo alguno de esa clase, que por lo general eran morigeradas más fácilmente, que no daban trabajo, y que siempre se despedían con sentimiento de la casa.

Todas las que vimos mostraban un semblante alegre y complaciente. Cantaron a pedido nuestro, y no pudimos desprendernos de cierta emoción penosa al despedirnos de ellas.

La casa educa no solo expósitos, como hijos de familias pobres que no tienen como sufragar a los gastos de vestuario y mantención.

Recibe también niños de mala índole, que sus familias desesperan de corregir. Esos dan a la casa una pensión.

Los niños que manifiestan una grande inteligencia, son aplicados a estudios mayores y salen de allí para las academias a seguir la carrera a que parecen llamados.

Aquella tierra es avara de la inteligencia de sus hijos, y es la inteligencia una planta que donde aparece, se cultiva con esmero, rodeándola de toda la protección necesaria para su desarrollo y buen suceso de sus frutos.

 

ÁLBUM DE SEÑORITAS TOMO I BUENOS AIRES, FEBRERO 5 DE 1854 NUM. 6.

 

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