Cambridge, 14 de mayo 1867
A Su Excelencia,
Mi estimado amigo,
He terminado Ambas Américas y es, en verdad, una revista capital; me parece irresistible. ¡Le ha dado motivo al Rector para recordarlo durante un largo tiempo! Y por supuesto que usted no espera ningún perdón en ese terreno. ¿No ha sido un tanto imprudente castigándolo de esa manera? ¿No se transformarán él y todos los universitarios en enemigos jurados de su revista? Si bien, con toda probabilidad, usted sabe sobre esto más que yo. Yo siento un gran temor de los enemigos, y sin embargo a veces los hago al expresar mis convicciones, y siento que la causa de la verdad lo requiere. Su ingenio puede ser más que un equivalente para su influencia, pero él se ha puesto tan en ridículo que su mortificación, ahora, debe haberlo enojado, a pesar de la falaz muestra de benevolencia. Con seguridad necesita leer algunos de los libros que usted y yo hemos leído.
Puede estar más que satisfecho con su ejemplar. ¡Qué fuente de información que es! Por favor regístreme como suscriptora, y envíeme otro ejemplar. Dejaré que Thayer se lleve éste. Él y el señor Higginson zarparán dentro de diez o doce días, y tendrán tiempo para leerlo en su viaje. El señor Higginson acaba de comprometerse con mi noble sobrina Una Hawthorne, y se halla tan abstraído que apenas si puede escuchar algo acerca de mi tema. Será duro separarse por tres años, él en Sudamérica y ella a Heidelberg adonde irá su hermano a estudiar y ha persuadido a su madre y sus hermanas que lo acompañen. Pero enfrentan esto con mucho coraje, y, tal vez, ella también vaya a ese lejano país a transmitir su influencia. Se halla muy interesada en enseñar, si bien no está obligada a hacerlo por razones pecuniarias. Podría contarle de varias instancias en las que mujeres finamente educadas se han convertido en maestras y han enseñado laboriosamente durante años por puro amor a hacer el bien en el camino, y han dedicado los ingresos de su labor a la educación de aquellos que no tienen los medios de pagar por sí mismos una educación. Una de estas fue profesora de matemáticas en el Antioch College cuando nosotros estábamos allí; / una hermosa mujer / ¡¡que enseñaba allí el curso de Matemáticas de Harvard, sin libro!! Ahora dedica su vida a la hermosa causa de los libertos, luego de haber depositado en la fría tierra -debería decir depositado en el cielo- al ídolo de su corazón. Cuando el señor Fillmore fue elegido presidente de los Estados Unidos, su hija era maestra en una escuela pública, y allí eligió permanecer a pesar de la elevación de su padre. Luego contrajo matrimonio con uno de sus secretarios. Una dama de Massachusetts, cuyo esposo, un religioso, mantenía, asimismo una escuela para niños, preparó a varios jóvenes para la Universidad de Cambridge. Eran pobres y vivían en el campo, y ella se veía obligada a dedicar mucho tiempo a las necesidades de su familia, ¡pero los jóvenes se sentaban alrededor de su mesa en la vieja cocina de campo mientras ella planchaba y los escuchaba recitar sus lecciones de griego! Y sus matemáticas. La profesora que mencioné antes es una dama de Boston, con todas las gracias de la cultura de Boston. Se preparó en la Escuela Normal de West Newton y luego enseñó allí durante varios años. Todas las maestras competentes de matemáticas de esa escuela han sido damas. La escuela se ha mudado, ahora, a Framingham, y la Directora es una dama, y también lo son todas las maestras ayudantas.
Las jóvenes cultivadas de Cambridge pasan varias de sus tardes de invierno en las escuelas de caridad para adultos, donde instruyen a las mucamas irlandesas que llegan a este país analfabetas y no tienen tiempo de asistir a la escuela durante el día. También asisten a estas escuelas, aprendices que no son irlandeses, y los jóvenes del colegio tienen las clases que incluyen a estos muchachos. Creo haberle dicho que nuestras jóvenes más delicadamente cuidadas fueron al campo de los soldados de color cerca de Boston, diariamente, durante meses, para enseñarles a leer y escribir. Fueron tratadas con el mayor respeto y reverencia por todos los que conocían su misión y fueron veneradas por sus alumnos. Conozco a dos jóvenes mujeres que viajaron a diez millas de su hogar, diariamente, para hacer esto, y los hombres que luego fueron al servicio activo escribieron las cartas más interesantes desde el campo de batalla. ¿Acaso no eran estas jóvenes «ángeles de la guarda»? Una joven fue a Carolina del S. y tuvo a su entero cargo una plantación de la isla con trescientos negros, a quienes no sólo enseñó, sino que les impartió adiestramiento militar, y jamás perdió su prestigio de dama por hacerlo. Otra dama, hija de un adinerado caballero de N. York, ha vivido en una casa de campo en los altos de Arlington estos seis años, supervisando a los libertos, y nada puede apartarla de ello, pero podría seguir una hora más dándole ejemplos de lo que esas mujeres educadas se sienten impulsadas a hacer. ¡Las que dieron comienzo al movimiento fueron dos damas, las primeras en ir a ver al Secretario Chase, a quien le dijeron que iban a Carolina de S. a poner en marcha una escuela para libertos! Él aceptó con gusto sus servicios y les otorgó un salvaconducto. Una de estas señoras era la viuda de una nobilísimo hombre de ciencia de Washington, la otra, una amiga que había residido con la familia del Secretario Chase y cuya energía y fidelidad él conocía bien. Llevaron a cabo una labor magnífica, que otros continuaron. Con Juana Manso y las hermanas de usted como líderes, ¿qué no podrían hacer las mujeres de su país por la educación?
Espero que tenga la dulce satisfacción del éxito, con seguridad debe obtener eso de su noble esfuerzo.
Muy afectuosamente,
Su amiga,
Mary Mann.
«Mi estimado señor”. Cartas de Mary Mann a Sarmiento (1865-1881) por Barry L. Velleman, Ed. Victoria Ocampo, Bs.As., 2005.