Buenos Aires, 14 de Abril de 1867.
Sr. Dr. D. Damian Hudson, Presidente de la Sociedad Auxiliar de la Biblioteca Franklin, de San Juan.
He tenido el placer de recibir una nota del Secretario de esa Asociación, comunicándome haber sido nombrada, juntamente con los Sres. Dres. D. Juan M. Gutierrez y D. Luis José de la Peña, para elegir las obras impresas más idóneas a formar “Las Bibliotecas populares”.
No había contestado hasta hoy porque supuse que la deliberación pedida a la Comisión nombrada seria tomada en común, y todos los días esperaba un aviso del Sr. Rector para apersonarme a la Secretaria de la Universidad: no ha sucedido así, y cada uno de nosotros tendrá que exponer su opinión aislada a la consideración de la Sociedad, porque ha faltado la unidad de pensamiento y de acción necesarias a uniformar la opinión pedida a la Comisión nombrada al efecto.
Impuesta del contenido de la nota del Sr. Rector de la Universidad; asintiendo en algunos punto con las ideas en ella emitidas (libros bien impresos y encuadernados) hay principios fundamentales con los cuales no estoy de acuerdo, como paso a manifestarlo.
Nuestra sociedad tiene por objeto la planteación y fomento de bibliotecas populares, puesto que de ellas carece absolutamente la República Argentina como toda la América del Sud. Este y no otro es su cometido.
Bibliotecas populares, no se entienden por bibliotecas para los pobres o los que saben menos: esa distinción importaría admitir que el pueblo es una dualidad compuesta de pueblo decente o que sabe, y pueblo plebe que no sabe; una biblioteca popular es para todos, costeada y debe componerse de toda clase de libros, sin restricciones, para que todos y cada uno use libremente de su propio criterio en la elección de su lectura.
Nosotros no pretendemos tampoco ejercer una tutela que nadie nos ha confiado sobre la mente de nuestros compatriotas menos felices, ni las bibliotecas populares tendrán otros concurrentes que la juventud estudiosa que viene formándose, porque las instituciones nuevas actúan siempre sobre el porvenir y nunca sobre los malos hábitos arraigados del pasado.
La elección de los libros debe abarcar todo: Derecho, filosofía, historia, ciencias naturales, ciencias exactas, novelas, política, comercio, economía política etc. etc.
Nuestras bibliotecas tienen por base el óbolo del pueblo mismo en libros y dinero; cuanto conste de los primeros, tenemos que recibir lo que nos den; cuando seamos nosotros los que compremos con los fondos recolectados, lo más a propósito es estar a la mira de quemazones que siempre se presentan de libros selectos y baratos, como hacen los pobres que quieren adornar su casa con lujo y a poco costo.
Nosotros no hacemos más que llenar un deber de los más favorecidos para con los menos favorecidos de nuestros compatriotas.
Nuestras bibliotecas deben componerse igualmente de libros en todos los idiomas; primero, porque es un incentivo a la curiosidad; segundo, porque nuestra población es casi cosmopolita; y tercero, porque la lectura menos en relación con nuestras necesidades intelectuales, es la literatura española y nuestra no existe aun.
No se trata de una instrucción deficiente y mediocre que habilite al paisano a levantar su rancho más en armonía con las leyes de construcción. Yo creo Sr. Presidente, que se trata por el contrario de desterrar el rancho suplantándolo por la fábrica menos deleznable, y convertir esa masa ciega que se llama gaucho entre nosotros, en ciudadano útil, en hombre apto a pensar por sí mismo, desideratum que solo alcanzará la escuela y la biblioteca, capaces ambas de operar esa grande transformación social que mudará algún día el destino de los pueblos de este continente.
Existe, Sr. Presidente, una opinión más valiosa que la mía a este respecto, y me permitirá llamar seriamente la atención de esta Sociedad sobre el estudio: Bibliotecas Populares, dirigido al Sr. Presidente por nuestro Ministro Argentino en Washington en Junio de 1866, datado en Oscawana.
Él declara que desde años atrás ha prestado una atención sostenida a esta grave cuestión; y creo a la vez, que es todo un tema de serias investigaciones esta pregunta consignada en la carta a que aludo…
“ ¿Tenemos libros en nuestra; lengua para la instrucción general del pueblo?”
“¿De qué libros habrá de formarse una Biblioteca?”
Coincidiendo mi opinión con las ideas emitidas en aquella importante carta, yo creo, Sr. Presidente, que nuestros primeros trabajos solo se dirigirán al acopio de libros, y que nuestra misión solo tendrá su éxito cumplido cuando después de planteadas nuestras Bibliotecas públicas, emprendamos la publicación de obras que no existen en castellano y que sean los verdaderos motores del desarrollo intelectual de estos países.
Nunca debemos representamos la humanidad inmóvil, sino en la agitación perpetua del progreso que avanza contra todas las resistencias que se le opongan; y por eso el horizonte del pensamiento no es posible circunscribirlo y menos simplificar colecciones de libros que mañana ya no responderían a la curiosidad o a la demanda de los lectores.
Vuelvo a encarecer al Sr. Presidente el estudio de la pre citada nota y aprovechando esta oportunidad pongo en conocimiento del Sr. Presidente que hay diez ejemplares del Nudo Gordiano, obra del finado D. Miguel Rivera y don de su señora hermana, Da. Mercedes Rivera para la Biblioteca de San Juan, en mi poder.
Tengo el honor de saludar al Sr. Presidente.
Juana Manso