«Yo he proclamado, dijo el general al despedirse de los peruanos, la independencia de Chile y del Perú, y tengo en mis manos el estandarte que Pizarro trajo para someter el imperio de los Incas. He cesado de ser un hombre público, quedando así recompensado con usura de diez años que he pasado en medio de la revolución y de la guerra… Estoy cansado de oír decir que aspiro a poner una corona sobre mi cabeza…”
Era el estandarte aquél, «un pendón de dos varas quince pulgadas de largo, de color caña, forro amarillo, con un escudo de armas en el centro celeste, con bordadura carmesí y muy mal tratado», según lo describe la municipalidad de Lima, a cuya inspección lo hizo someter San Martín que lo había descubierto en poder de un español, a fin de verificar su autenticidad. En su testamento ordena que se devuelva al Perú este estandarte, y hoy se halla en los lugares donde flameó por primera vez a los ojos de Atahualpa va en cuatro siglos.
San Martín partió de Lima con dirección a Europa, solo ahora, por el mismo camino que recorrió desde su partida de Londres en 1812 llevando por único trofeo de sus victorias el estandarte con que Pizarro había conquistado aquel país. Si la historia dudara, al descender al olvido del ostracismo, de que era él el libertador del Perú, aquella tela que los siglos habían respetado, le serviría de paño mortuorio y de prueba de convicción.
Biografía del General San Martín por Domingo Faustino Sarmiento. En Galería de Celebridades Argentinas, Buenos Aires, Ledoux y Vignal, 1857.
Se cree que el estandarte que recibió San Martín era, en realidad, uno de los de la ciudad de Lima y no el de Pizarro. San Martín nunca lo supo.