Hemos llegado al momento supremo de nuestra historia en que las esclavizadas colonias van a asumir el rango de una nación fuerte e independiente, y ese cambio tan importante y glorioso, fue el lento trabajo de las ideas y de los sentimientos desarrollados sin esfuerzo por la acción del tiempo y de acontecimientos providenciales.
Los patriotas organizados en una vasta asociación secreta, habían elegido una comisión compuesta de siete miembros activos que la representasen en su idea dominante y en sus actos: esos siete agentes de la revolución, cuyos nombres el eco de la posteridad debe repetir de generación en generación, eran los siguientes: D. Manuel BeIgrano, D. Nicolás Rodríguez Peña, D. Agustín Donado, D. Juan José Paso, D. Manuel Alberti, D. Hipólito Vieytes y D. Juan José Castelli.
Estos hombres eran los que organizaban y dirigían la revolución, los que adoctrinaban en los círculos privados, y los que espiaban siempre alerta, que llegase el momento propicio para reivindicar los ahogados derechos de la patria y hacerle un lugar entre los pueblos libres del mundo. Empresa grandiosa que inmortalizó sus nombres.
En casa de D. Juan Martín Pueyrredón tuvo lugar una reunión general de los jefes militares, a la que asistió la comisión de los Siete y donde se trataba de fijar el momento en que debería estallar la revolución: pero Saavedra que en su calidad de comandante de Patricios y con su carácter firme y reposado a la vez, era el hombre que dominaba la situación; declaró que esperarían hasta el día en que las tropas francesas se apoderasen de Sevilla, residencia de la junta central de España.
Efectivamente, el 13 de Mayo llegó a Montevideo una fragata conductora de las importantes noticias que daban a los franceses en Andalucía y dueños de Sevilla donde habían entrado triunfantes, amenazando apoderarse de Cádiz, última muralla que defendía la independencia española. La junta central de Sevilla estaba en consecuencia disuelta, y sus miembros habían fugado refugiándose en la isla de León, abrumados con el peso de la indignación general.
Así, pues, ya no había autoridad en la Metrópoli y caducaban de hecho y de derecho las autoridades españolas en las Américas como que emanaban de aquella. El momento supremo se presentaba sin esfuerzo como lo habían esperado los patriotas, ellos eran dueños de la fuerza, dominaban la opinión, y resueltos y serenos abrigaban la conciencia de que no iban a substituir un gobierno por otro, sino a cambiar la faz de un mundo y dignificar una generación entera.
Las noticias llegadas el 13 a Montevideo, empezaron a circular en Buenos Aires el 14, y el 17 el pueblo se agitaba con la fermentación sorda que antecede a los grandes acontecimientos. Entretanto el Virrey comprendió que su autoridad vacilaba, y el 18 hizo imprimir en hoja suelta las noticias venidas de España, acompañadas de una proclama en que exhortaba al pueblo a conservarse tranquilo y esperar el resultado de la guerra de España.
Pero había llegado para los patriotas el instante decisivo de obrar y se pusieron en movimiento.
El día 18, Belgrano y Saavedra fueron a entenderse con el alcalde de primer voto del Ayuntamiento, que lo era entonces D. Juan José Lezica, con el objeto de que se llamase el vecindario a celebrar un Cabildo abierto. La débil resistencia de Lezica fue vencida por la energía de los dos revolucionarios que intimaron al alcalde en nombre del pueblo su pedido, y este cedió.
Por otro lado el Dr. Castelli, conseguía la cooperación del Dr. D. Julián Leiva, síndico Procurador del Cabildo, hombre de vasto saber y cuya palabra era un oráculo.
Asustado el Virrey con estos pasos que le constaban, convocó a una reunión a los jefes militares, en la noche del 19, para sondear sus ánimos y ver si podía contar con su apoyo para contener a los agitadores que pedían Cabildo abierto; pero Saavedra declaró con firmeza que la hora de asegurar la suerte de la América había sonado, y que él al frente de los Patricios solo sostendría la causa del país. Los demás jefes exceptuando uno, dijeron casi lo mismo, y desde ese momento Cisneros se sintió solo.
Los patriotas también tuvieron una reunión en casa de D. Martín Rodríguez frente al café de Catalanes, resolviendo volver a reunirse esa noche en lo de Rodríguez Peña a espaldas del Hospital de San Miguel; acordando en ese meeting que las tropas nativas bien municionadas permaneciesen acuarteladas con sus jefes después de la primera lista.
Las personas reunidas esa noche en casa de Rodríguez Peña, eran: D. Manuel Belgrano, D. Cornelio Saavedra, D. Francisco Antonio Ocampo, D. Florencio Terrada, D. Juan José Viamonte, D. Antonio Luis Berutti, Dr. D. Feliciano ChicIana, Dr. D. Juan José Paso, y su hermano D. Francisco, D. Martín Rodríguez, D. Hipólito Vieytes y D. Agustín Donado. Esta junta revolucionaria constituyéndose por su propia autoridad y representando los intereses generales, acordó que una diputación de su seno iría a intimar al Virrey, que resignase el mando; primer paso en la senda revolucionaria que conducía a la emancipación política y allanaba los obstáculos para la convocación al Cabildo abierto. El Dr. Castelli y D. Martín Rodríguez fueron los encargados de esta arriesgada misión. Los dos valientes porteños aceptaron sin titubear, pidiendo sí que el comandante Terrada se pusiese al frente de los granaderos de Fernando VII cuerpo formado de hijos del país cuya oficialidad era toda de españoles, y que se encontraba acuartelado en el fuerte.
Castelli, Rodríguez y Terrada, marcharon en el acto al Fuerte, el último a ocupar su puesto entre los granaderos, y los otros dos a las galerías superiores habitadas por el Virrey.
Castelli llevó la palabra y a pesar del espanto del Virrey y alguna resistencia de su parte, los dos patriotas volvieron con la noticia de la dimisión del Virrey, y la autorización de la convocatoria del Congreso popular, lo que llenó de júbilo todos los corazones.
En consecuencia e1 21 de Mayo tuvo lugar la convocación de la parte sana del vecindario para que expresase la voluntad del pueblo; y el 22 se reunió ese memorable Congreso, compuesto la mitad de españoles y la mitad de americanos.
Diferentes eran las opiniones que agitaban esa Asamblea.
Allí se veía el partido Metropolitano cuyos órganos eran los Oidores Caspe y Villota, pugnando por los intereses de la España y opinando por la continuación de Cisneros en el mando, aunque para contemporizar con las circunstancias, proponían que se le agregase un Consejo compuesto de algunos miembros de la Audiencia, pero cuya manifiesta tendencia era la de prolongar para siempre la dominación colonial.
Otra entidad compuesta de los Alcaldes, Corregidores municipales, empleados españoles y escudada con la respetable persona del General D. Pascual Ruiz Huidobro, español también, opinaba por la dimisión del Virrey, pero que se resignase el mando supremo en el Cabildo mientras se organizaba un gobierno provisorio, siempre bajo la autoridad suprema de la península. Había algunos patriotas que eran adictos a esta idea.
Y en fin allí estaba el partido patriota, el único que aspiraba a sacudir el yugo de la España y ampliar la senda del progreso humano por la libertad de la Patria; el único que aspiraba a trocar la librea del esclavo por la túnica del hombre libre.
A las nueve de la mañana empezó a reunirse la Asamblea; las boca-calles de la plaza Mayor, estaban guarnecidas de tropa, y un inmenso gentío se agolpaba silencioso y grave a esa misma plaza, teatro de tantas escenas gloriosas o terribles de nuestra revolución.
Los Doctores Caspe y Villota hablaron los primeros; ellos negaban que la España hubiese caducado, y aun la posibilidad de que pudiese caducar, y dijeron que emanando la Audiencia de la Soberanía del monarca, no debían subrogarse las autoridades existentes.
Este discurso de los Oidores, impresionó profundamente la Asamblea y por un momento el desanimo se dibujó en los semblantes del partido nacional, hasta que levantándose de su asiento el joven D. Nicolas Vedia, asió del brazo al Dr. Castelli y le dijo: «Hable V. por todos nosotros Sr. D. Juan José! ¿A quién teme V.?»
La palabra de Vedia fue el eco de la juventud porteña, que venía a recordar al tribuno del pueblo, todas las esperanzas depositadas en él, todo lo que se prometían, todo lo que se perdería, y entonces súbitamente iluminado se levantó y expuso las razones de que aducían los americanos su derecho de crearse una existencia independiente desde que habiendo caducado la España, caducaban las autoridades que de ella emanaban, y el pueblo reasumía la soberanía, tocándole instituir un gobierno que legítimamente representase el soberano.
Después de Castelli, habló Paso, espíritu grave, argumentación vigorosa que acabó de convencer el Congreso conquistando el triunfo definitivo de la causa nacional.
Pasose al momento a formular una proposición para votar, triunfando la que ofrecieron los patriotas, que era la siguiente:
«Si se ha de subrogar otra autoridad a la superior que obtiene el Exmo. Sr. Virrey, dependiente de la Soberana, que se ejerza legítimamente a nombre del Sr. Fernando VII ¿y en quién?»
La revolución de Mayo quedó así formulada.
Siguió la votación.
En esta ocasión como en otras, la decisión de Saavedra arrastró la mayoría y el resultado de la votación fue la dimisión del Virrey y la delegación en el Cabildo, para nombrar la Junta de gobierno que lo subrogaría.
Eran las doce de la noche cuando terminó la votación, y la campana que vibraba grave y sonora en aquel momento, era el adiós solemne de la dominación española en el Rio de la Plata.
Capítulo del Compendio de la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Desde su descubrimiento hasta la declaración de su Independencia el 9 de Julio de 1816. Por Juana Manso de Noronha, Buenos Aires, Imp. y Lit. á vapor, de Bernheim y Boneo, Perú 147, 1862, 1era. edición, LEER